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Ekomo

Ekomo
Ekomo, uno de los libros más importantes de la literatura de Guinea Ecuatorial.

Es raro acercarse a Ekomo de manera fortuita. Más bien al contrario, aunque no es un libro desconocido, lo más habitual es que haya que buscarlo para hacerse con él, a pesar de la reedición que hizo Sial/Casa África en el año 2008. Un libro que, sin embargo, es un referente de la novela ecuatoguineana y que cuenta además con la particularidad de que ha sido profusamente estudiado por investigadores guineanos, españoles y extranjeros.

Comienza Ekomo presentándonos la vida, nada tranquila ni tan rutinaria como pudiéramos pensar, en una aldea del pueblo fang, con las familias afanadas en sus quehaceres del día a día y el Consejo de Sabios tomando decisiones en base a sus costumbres y creencias. Porque en la aldea se leen y se interpretan las señales del cielo y todo el ciclo de la vida está marcada por las costumbres: es una vida en la que los ancestros tienen todavía mucho que decir y la ceiba sagrada guarda el tótem de la tribu: “En la ceiba está la muerte, la vida, la salud y la enfermedad”. Una vida en la que por las noches se bailan danzas tradicionales, que son mucho más que una danza, y las fuerzas ocultas salen de detrás de las sombras.

Así, a través de estas historias y representaciones, la cultura, la magia y la psicología del pueblo fang van apareciendo en el texto mientras la protagonista nos cuenta, en dos tiempos, su propia historia de vida. Por un lado, el profundo amor que la lleva a acompañar a su marido, con una pierna enferma, en un largo viaje en busca de cura a través de sabios, curanderos (una verdadera sala de los horrores donde se dan cita pacientes de todo tipo: «raquíticos, locos, poseídos por malos espíritus, fiebre amarilla, embrujos, vientres hinchados»…)  y hospitales -ya cuando toda la esperanza está perdida-. Por otro, sus intensas vivencias antes del matrimonio: su infancia y primera juventud como “Paloma de fuego”, una de las bailarinas más apreciadas de su aldea y alrededores por su fuerza y su magnético pelo rojo, y la decisión de dejarse “raptar” el mismo día de su boda concertada con otro, por el que ahora es su marido y queridísimo Ekomo. Toques de realismo mágico que aparece entrelazado con la narración más tradicional en la que se van alternando el presente y el pasado, formado por recuerdos de la infancia en un mundo que se mantenía todavía inalterable.

Una historia que termina de manera profundamente dolorosa, “en llamamiento y grito de una mujer solitaria que quiere compartir su desdicha con todas las mujeres”, tal y como escribe Gloria Nistal, directora del Centro Cultural Español de Malabo en el prólogo a la edición de Sial. Una desdicha a la que, además del dolor de perder a la persona querida, se suman las durísimas pruebas a las que son sometidas las viudas en la tradición fang:“Eres una viuda, ya no tienes derecho a nada”, podemos leer.

“Yo, a las trece lluvias había cambiado tanto que mi vida pasada parecía muy lejana. Yo, Paloma de fuego, conocía perfectamente cuál era el poder que había adquirido y era consciente de mi propia belleza. Sabía que era irresistible a los muchachos. Me autonombré diosa y me subí a mi pedestal sin que nadie pusiera obstáculo… La cosa tocó a su fin cuando al comienzo de la época de la otra siembra cumplí las catorce lluvias y mis padres dedujeron que el tiempo prometido para casarme había llegado”.

A lo largo del libro, María Nsue Angüe nos presenta también a otras mujeres del mundo rural, como su suegra, a la que llama ‘Madre’, y con la que mantiene una estrecha relación; y otras figuras más secundaria que van apareciendo puntualmente y a través de las cuales toca temas como la maternidad (y lo que implica no traer hijos al matrimonio), la dote, la prostitución, la poligamia y el adulterio, conformando un complejo y variado universo femenino. 

En la novela, Nsue lidia con varios aspectos de lo que ha supuesto el brutal choque entre modernidad y tradición, “denunciando por igual las normas y tabúes de la sociedad tradicional y la desestabilización producida por la irrupción colonial”, tal y como escribe Benita Sampedro en ABC. La historia, aunque no aparece específicamente datada, podría situarse a finales de los 40 o principios de los 50, probablemente coincidiendo con los años que la propia autora vivió allí.

Así, se presentan disyuntivas en torno a cómo conservar las tradiciones en un mundo que se ha visto patas arriba con la llegada del colonizador blanco. Contradicciones como, por ejemplo, la de aquel hombre que teniendo cuatro esposas decidió convertirse al cristianismo y solo puede, por lo tanto, conservar una mujer. ¿Qué ha de hacer? ¿Es acaso justo que deje a tres mujeres en la estacada solo por su reciente conversión?

Todo ello contado con un extraordinario lirismo y un profundo componente poético (“Ha vuelto a asomarse el sol, pero está triste… El sol está tristemente asomado entre las nubes, mientras en la tierra camina la gente sin ruido”) que se va entremezclando con los diálogos y la narración. Un libro que en ocasiones se hace incluso difícil de leer, precisamente quizás por la intencionalidad de la autora de transmitir el lenguaje oral y trasladarnos hasta ese mundo que ella vivió de pequeña, porque “Sólo el que conoce la selva sabe que el bosque tiene alma» y sólo así puede entenderse «el lenguaje de los ríos, los árboles, las aves y el de los animales”, tal y como escribía ella misma en el libro Cosas del bosque fang, Madrid 1998).

La estación de la sombra: la esclavitud en las poblaciones africanas

La estación de la sombra

Sabemos lo que significó la esclavitud para África en cuanto a datos demográficos y de devastación del territorio –según las estimaciones más bajas, los esclavos que llegaron a América fueron más de 10 millones de personas; otras hablan de hasta 15 millones y hay fuentes que incluso elevan la cifra-. Fue, en cualquier caso, una barbaridad absoluta en términos demográficos, y probablemente la causa de que la población africana se estancase durante siglos; fue sin duda, fuente de violencia y odio, consustanciales a la trata y la esclavitud-, y, por supuesto, fue un gran negocio para unos pocos.

Lo que conocemos menos es cómo la esclavitud impactó en las formas de vida y pensamiento de las comunidades masacradas por la trata: el impacto “emocional” de la esclavitud. Y esto es lo que pretende abordar con La estación de la sobra la escritora Leonora Miano (1973, Douala, Camerún). La obra, galardonara con el Premio Fémina en 2013,  cuenta el trauma colectivo que vive una aldea tras la desaparición repentina de varios de sus miembros. Una desaparición que no responde a nada concreto, que no deja cadáveres y que es, a todas luces, inexplicable. Según cuenta la propia autora, tomó la idea de un estudio titulado La memoire de la capture, elaborado por Lucie-Mami Noor Nkaké, con el objetivo de estudiar si existía en África un recuerdo de la trata transatlántica. “¿Qué recuerdos tenemos, en efecto, de la captura? ¿Acaso es posible recordar aquellos desarraigos, sin hablar de quienes los vivieron y de su visión del mundo?”.

Escritora Leonora Miano
Leonora Miano (Camerún, 1973) es la autora detrás de La estación de la sombra, en la que trata el trauma colectivo vivido por los pueblos que sufrieron los ataques negreros para raptar a los jóvenes de la aldea con el fin de venderlos como esclavos. Copyright: Georges Seguin (Okki)

Precisamente la visión del mundo que tenían aquellas comunidades es lo que nos presenta en este libro Léonora Miano. Un mundo en el que eran clave el clan, el líder espiritual, el Consejo, las costumbres, la edad y las tradiciones. Esa cosmogonía, conformada por mitos, leyendas, historia y dioses, relaciones con los antepasados y sueños, que conforma el relato de cada pueblo para explicar el origen del mundo en el que viven y de su propia existencia. Una visión que sería arrancada de raíz en aquellas poblaciones en las que, sin explicación alguna, sus habitantes eran capturadas por sus vecinos para ser vendidos como esclavos. Una vez capturados, nadie en el poblado se explica qué ha podido pasar; no se consigue dar una respuesta a algo que no había pasado nunca. Nadie, ni los sabios, ni los viejos, ni los que pueden hablar con los espíritus pueden explicar lo que ha pasado.  Por eso, cuando en el clan mulongo desaparecen los jóvenes ya iniciados, las autoridades ordenan recluir a sus madres, alejándolas del resto de la población.

A través de la historia de este clan, Miano traza lo que supuso para las comunidades la llegada de la esclavitud. Unos clanes enfrentándose a otros, capturando gentes para entregarlas como mercancía a cambio de “abalorios y armas”, una agresión para la cual no había mediado provocación; enfrentarse a lo desconocido, a la desaparición repentina de hombres del clan sin motivo claro ni comprensible. Un golpe que destruye la organización, la vida y el orden establecido del clan, que queda a la deriva ante la parálisis de los supervivientes.

Esto es lo que sucede en en relato hasta que dos mujeres valientes, saltándose todas las normas del clan, comienzan un viaje iniciático para descubrir qué ha pasado con esos jóvenes desaparecidos. Un recorrido que les llevará por aldeas y tierras nunca vistas, que les permitirá ver “el país de las aguas” y a los «hombres de piel de gallina», y a sus «rayos de fuego». Un viaje que les servirá para comprender lo que ha pasado (sus vecinos, los bwele, los han capturado y vendido a los extranjeros llegados del mar), pero no para entender el porqué ni para qué, con qué sentido ni con qué fin.

Y mientras, los que han sido capturados se enfrentan a unos niveles extremos de violencia reiterada y constante, que comienza ahora y durará ya para siempre, marcando sus vidas y las de sus descendientes. Una vez capturados, los hombres y mujeres son desprovistos de sus hábitos culturales, sus ropas, los símbolos identificativos de su posición en el clan, de su lugar social: ya no son nada y las relaciones entre ellos desaparecen en cuestión de semanas.

“Supongo que esta es la razón por la que seguimos andando. En contra de nuestra voluntad. Sin saber adonde íbamos. Supongo. (…) nuestros jóvenes iniciados murmuraban, se animaban entre sí a aguantar hasta que el momento nos fuera favorable (…) Nuestra captura había sido un acto de cobardía. Era, además, una transgresión: no habíamos cometido ningún crimen, ningún delito. No habíamos tenido la oportunidad de enfrentarnos a nuestros enemigos. Lo asaltantes no nos desataban nunca las muñecas, ni para comer, ni para hacer nuestras necesidades. El momento nunca nos fue favorable… ¿Hubiéramos sabido aprovecharlo? Bastan unos días de humillación absoluta para anular el espíritu de lucha”.

Es el impacto emocional, sentimental, de destrucción de comunidades, saberes e identidades que provocó la esclavitud en aquellas miles de aldeas en las que un grupo de jóvenes desaparecía para provecho de la codicia de otros.

Sueños en tiempos de guerra

Portada Sueños en tiempos de guerra.
Publicado en 2016 por Rayo Verde. Traducción de Rita da Costa.

“Me enseño que uno podía escribir sobre lo cotidiano sin renunciar a ser interesante”, escribe en un momento del libro Ngũgĩ wa Thiong’o en referencia a uno de sus amigos / maestros. Y quizás esta sea uno de los mayores logros de Sueños en tiempo de guerra, (Rayo Verde) unas memorias de infancia en las que se entremezclan las historias más sencillas – los juegos, la relación con su madre,  las clases y las historias de su familia-, con un verdadero retrato de la colonización en la que no importan tanto los momentos históricos (de los que también se habla) como los sentimientos, principalmente de humillación y frustración, que el dominio británico iba provocando los habitantes del país.

Un retrato que dibuja la vida en una pequeña aldea de Kenya en los años 40 y los profundos y rápidos cambios que van impactando en la vida de sus habitantes a través de los ojos de un niño que a partir de retazos de historias –escuchadas o leídas en trozos de periódicos-, conversaciones o la simple observación, va sacando sus propias conclusiones.

Habla el pequeño Ngũgĩ de la relación con la tierra y lo que significaba perderla: –»aprendí que nuestra tierra no era exactamente nuestra (…) Cómo habíamos acabado convertidos en ahoi en nuestras propias tierras. ¿Acaso habían pasado a manos de los europeos?»-, del  trabajo como mano de obra esclava, del establecimiento de grandes plantaciones, o de la escuela colonial; historias en las que se entremezclan las canciones tradicionales, el movimiento anticolonial, la lucha del Mau-Mau, las manifestaciones y las sentadas, las referencias a Jomo Kenyatta…

Thiong’o nos cuenta, por ejemplo, la formación de la ciudad de Nairobi, que en sus inicios no fue más que un centro logístico donde almacenar el material destinado a construir el ferrocarril; nos habla de la participación africana en la primera Guerra Mundial, con los soldados y porteadores al servicio del Carrier Corps  y de grandes líderes nacionales, como Harry Thuku o Nyanjirü Müthoni, de la que muy pocos han oído hablar.

El ferrocarril también transformó a los campesinos africanos en mano de obra autóctona, ya que, tras perder sus tierras, no les quedaban más recursos que sus brazos,que ponían al servicio de los colonos blancos –cuando no los obligaban a trabajar por la fuerza- a cambio de jornales míseras…

Al mismo tiempo, de su lectura destaca la fascinación por aprender y conocer de este pequeño nacido en una familia muy humilde –y para nada idealizada en el relato: aparece como repleta de dificultades y desencuentros-, en la que comer una vez al día era casi un lujo y que incluso después de ser admitido en la escuela estuvo a punto de no poder ir por no disponer de ropas y zapatos adecuados.  Un relato de lo cotidiano en el que sobresale la manera de contar las relaciones familiares y el día a día, a través de los pequeños detalles bien trufados de descripciones de comidas, olores y modos de vivir y pensar.

También queda claro el interés y el gusto de Thiong’o por la narración oral, en la que el público interactua con el narrador -le para, le pregunta y le cuestiona-; un interés que quedaría patente luego en su pasión por las letras y su firme defensa de la importancia de la escritura y la educación en las lenguas nativas. Temas que más tarde, ya como escritor respetado, desarrollaría en sus libros, y que siempre está presente en su discurso.

Es, en definitiva, un magnífico volumen para acercarse a la Kenia colonial y a los acontecimientos que marcaron la vida de su población. Pero, también, para conocer la historia más personal de este gran escritor, reconocido ya en todo el mundo. Un relato que se corta abruptamente cuando, tras muchos incidentes, (incluido el hecho de que un africano no podía subirse a un tren sin un salvoconducto emitido por el gobierno, a causa de una ley promulgada bajo el estado de emergencia), el joven Ngugi consigue por fin coger el autobús que le lleva a la escuela superior en la que ha sido admitido, cumpliendo así la promesa que le hizo a su madre de “hacerlo siempre lo mejor que pudiese, de seguir soñando incluso en tiempo de guerra”.

El lector se quedará, seguro, con ganas de saber más, de ver cómo evoluciona este relato que bien podría ser una novela pero que es en realidad mucho más. Pues está de suerte: quedan todavía dos partes más de estas memorias; la segunda, editada ya en castellano también Rayo Verde, con el título: ‘En la casa del intérprete’.

Microteatro para acercarnos a las enfermedades olvidadas

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Microteatro para acercarnos a las enfermedades olvidadasEl próximo 14 de septiembre comienza ‘Microteatro por los demás’, un ciclo en el que Anesvad y Microteatro se unen por sexto año consecutivo para llenar la sala madrileña de obras que nos ayuden a recordar que existen enfermedades desatendidas. En esta ocasión,lo hacen poniendo la mirada especialmente en las cargas que soportan las mujeres para celebrar el Decenio de la Mujer Africana (2010-2020) declarado por la Unión Africana.

Pequeñas obras muy diversas, que desde diferentes géneros – desde el musical al thriller pasando por supuesto por la comedia- nos acercan a la realidad que hay detrás de enfermedades olvidadas como la lepra o la úlcera de buruli; y de algunas directamente casi desconocidas, como las filariasis (más conocida como ‘elefantiasis’, una terrible enfermedad de origen parasitario que aparece especialmente en zonas tropicales) o el pian, que afecta a más de medio millón de personas, sobre todo niños y niños, en países de África, el sudeste asiático y el pacífico occidental.

Enfermedades a las que apenas se dedican recursos ni investigación, ni siquiera líneas en los periódicos, vistas y contadas de una forma original y diferente, aprovechando la fuerza del teatro y la voz como herramienta de divulgación.

Ya sabéis la fórmula: 15 minutos por función y un descansito entre medias para tomarse algo. Será del 14 de septiembre al 6 de octubre y entre las obras que se pueden ver, están Yo pío, tú pías ¡Yo soy el Pian!, una hilarante fiesta en torno a esta femme fatale que es “la enfermedad total”;  Desídir, que nos trae el lado romántico y musical con  la historia de una pareja que, tras dedicar su vida a los demás, deben cuidarse a sí misma; Vendadas, la historia de dos desconocidas unidas por un trozo de venda; o Casta y Pura, dos grandes estrellas de la noche que viajan a África para ayudar a la ONG con la que colaboran.

Microteatro para acercarnos a las enfermedades olvidadas

 

 

Curso sobre culturas y sociedades africanas en Alcorcón

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Curso sobre culturas y sociedades africanas en AlcorcónComparto una noticia que me hace muchísima ilusión: 🤩 ¡El próximo mes de octubre se pone en marcha un curso sobre Culturas y sociedades africanas en Alcorcón! 🤩 Un seminario que tengo la suerte de coordinar junto a Jean de Dieu Madangui, fundador de la asociación Bwato, y en el que hablaremos mucho y desde diferentes puntos de vista sobre África.

Nuestro objetivo es adentrarnos en una realidad amplia y muy plural, con enormes diferencias y en constante cambio y ebullición. Nada menos que el continente donde más crecerá la población, el lugar donde muchos países tienen la vista puesta por sus enormes recursos naturales y, a la vez, el lugar de donde miles personas salen huyendo para buscarse la vida en Europa.

De África llegan influencias a la música que escuchan los más jóvenes y tendencias en moda y nuevas tecnologías, además del coltán que utilizamos en nuestros móviles y algunos de los alimentos que consumimos. Sin embargo, tan sólo conocemos una pequeña parte del continente, generalmente muy sesgada y contada a retazos.

Este curso está pensado para acercar al público general la historia y la realidad actual del África Subsahariana, desde un perspectiva multidisciplinar, y para ello contaremos con invitados especiales como Lucía Mbomío y Nestor Nongo, entre otros.

El objetivo es ofrecer una mirada abierta a un continente complejo y con gran diversidad de situaciones políticas, económicas, sociales y culturales… Para ello, a lo largo del curso hablaremos, entre otras cosas, de migraciones, afrodescendencia, intercambios culturales, oralidad, Literatura y mucho más.

Para más información, podéis descargar el folleto completo aquí  ¿¿Quién se apunta?? 🙋 🙋🏾🙋🏾‍♂️

¿Cuándo? El curso comienza el próximo 2 de octubre y será todos los miércoles de 19.30 a 21.30 horas, hasta el 22 de enero.

¿Dónde? En el Centro Cultural Los Pinos , en Alcorcón (aquí).

Las inscripciones se pueden realizar directamente en el centro (teléfono 91 112 72 10)

Y para cualquier duda, podéis escribirme a porfinenafrica@gmail.com, o dejar un comentario.

 

 

‘La Isla’, de Athol Fugard, una pequeña joya del Harmatán, festival de cultura nómada africana

Harmatan, festival de cultura africana
Un festival ideado por Antonio Lozano para dar a conocer la cultura y las artes africanas.

No es fácil encontrarse con teatro africano en España y mucho menos fuera de Madrid o Barcelona, así que tenerlo al lado de casa, en el Teatro del Bosque en Móstoles, fue una grata sorpresa. Esta ciudad del sur de Madrid, Coruña y Murcia apostaron el pasado mes de marzo por poner en marcha el Harmatán, Festival Nómada de Cultura africana ideado por el recientemente fallecido Antonio Lozano, todo un referente por su pasión por África y su incansable trabajo para dar a conocer su cultura y sus artes.

Un festival que durante tres días recorrió el país en perpendicular con cuatro propuestas para mostrar la diversidad del continente a través de la vitalidad artística de Burkina Faso, un país donde el teatro y el arte surgen en cualquier esquina y donde existen, hablando sólo de la dramaturgia, más de 250 compañías profesionales dispuestas a actuar allí donde haga falta.

Con el Harmatán llegó a España la danza africana a través de ‘PerformerS’; el cine, representado por la película de Burkina Fasso Wallay, y el debate sobre la situación de las mujeres, con una charla a tres bandas entre Ken Bugul, Nicole Ndongala y Lucía Mbomío. Pero, sobre todo, llegó Athol Fugard, el más reconocido autor teatral de Sudáfrica, con su obra ‘The Island’, adaptada y protagonizada por Hassane Koyaté.

Toda África está en esta obra”, dijo Kouyaté en la charla con el público al terminar la función. Aunque bien podría haber dicho “todo el mundo”, porque aunque representa  claramente- sin mencionarlo- a la Sudáfrica del Apartheid, en realidad habla de todas esas cárceles convertidas en no lugares y las gentes que las habitan, quienes, a pesar del desgarro, siguen viviendo, con sus múltiples lamentos y sus pocas alegrías. Porque la obra expone en realidad a los gobiernos que castigan a quienes defienden la dignidad humana porque así lo dice la ley. Precisamente lo que intentó hacer Antígona, un mito de Occidente, a la que los condenados quieren representar.

Athol Fugard

A lo largo de toda su vida Athol Fugard, nacido en Sudáfrica en 1932, ha escrito obras con protagonistas negros y blancos, creando protagonistas icónicos en un momento en el que no sólo no era habitual sino que, en concreto en su país, estaba prohibido. Entre sus piezas más destacadas, aparte de The Island, figuran Blood Knot en la que aborda las sutilezas de la discriminación racial a través de la historia de dos hermanos y A lesson from Aloes, sobre las vidas devastadas por la opresión y la dificultad de mantenerse unidos en la lucha, especialmente cuando surgen las dudas sobre una posible traición. Obras que le valieron la persecución en la época –el pasaporte le fue retirado en el 67- pero que desde entonces se han convertido en verdaderos referentes por su reflexión sobre sobre el Apartheid reflejada en la parte más íntima del día a día de las personas que lo sufrieron.

Tal y como lo sufrió él mismo, ya que no sólo escribía papeles para negros sino que, además, ensayaba con ellos. Y eso era mucho más de lo que el Régimen podía permitir en una estado que promulgaba una estricta separación de razas. Años duros en los que su trabajo fue perseguido pero en los que también consiguió ver representadas su obras en teatros de Nueva York y Londres.

The Island, de Athol Fugard
La obra, del director sudafricano Athol Fugard, se estrenó por primera vez en Londres en 1973. En la imagen, el escenario elegido para la representación, minutos antes de comenzar la obra.

En The Island, Athol nos presenta a dos compañeros de celda que tras años de convivencia en su pequeña celda son ya mucho más que amigos. Dos presos que trabajan mano a mano en la cantera, que duermen, comen y se asean juntos en un par de metros cuadrados. La obra comienza con los dos protagonistas en silencio, trabajando al unísono en la cantera, encadenados, cavando sus palas en la dura arena de Robben Island, echándola a la carretilla y vuelta a empezar. Sudando, jadeando, con el solo solido de su respiración entrecortada por el esfuerzo. Así durante unos minutos.  [En la versión original de la obra, representada por primera vez en Londres en 1973, esta escena dura cuarenta minutos, sin que nadie diga nada, sin que pase nada, provocando en el espectador primero la perplejidad, luego la inquietud, e incluso el enfado hasta que comienzan a empatizar con los protagonistas, (interpretados en aquel entonces por Winston Ntshona y John Kani, coautor de la obra que, para conseguir su pasaporte, tuvo que presentarse como el jardinero de Fugard).

Emoción y tristeza

Hassane_Kouyate_BurkinaFaso
Los actores de The Island, Hassane Kouyaté y Habib Dembélé , ambos de Burkina Faso, durante el coloquio posterior con el público.

Así, junto a ellos, acercándonos a su cotidianeidad que recuerda casi a la de una pareja, el espectador vive las pequeñas alegrías y dramas de su día a día, las conversaciones insustanciales y y su mayor empeño: representar Antígona –alter ego de ellos mismos- en la fiesta anual de la prisión. Una inalterable rutina que salta por los aires cuando uno de ellos recibe la noticia de que pronto será liberado. Es entonces cuando las emociones se disparan y la cercanía a los actores –el propio Hassane Kouyaté y Habib Dembélé – permite al espectador fundirse con ellos en esa explosión de alegría que se convierte luego en tristeza por el que se queda en prisión. La compenetración entre los dos autores es tal que el desgarro se siente en el ambiente. “Hay tal amistad entre nosotros que a veces, cuando llegan las lágrimas, no son fabricadas”. Dembélé y Kouyaté comparten escenario, amistad y viajes desde hace más de 20 años y quieren seguir representando esta obra por todo el mundo.

“Queremos traducirlo a Mámbara –el idioma de Burkina Faso- para que más pueblos puedan entenderla y apropiarse verdaderamente de ella, explica Kouyaté, que además de ser actor y director y forma parte del Collêge de la diversité, creado en 2015 por el ministerio de Cultura francés para “descolonizar las artes”, después de ver la nula representatividad de las personas negras o de otras razas en el panorama artístico francés. “De los 3000 teatros públicos que hay en Francia, sólo dos estaban dirigidos por negros. Y uno de ellos era yo mismo”, cuenta  Kouyaté al tiempo que explica la falta de representatividad de los actores negros: “En el teatro todo es posible. Un negro puede hacer de blanco o de negro, no pasa nada. El público está preparado, pero el sistema no”.

«La huelga de los mendigos», de Aminata Sow Fall

"La huelga de los mendigos", de Aminata Sow Fall

A primera vista, la idea de deshacerse de los mendigos, sacarlos de todas las esquinas de la ciudad, ponerlos fuera de la vista de los turistas y conseguir que dejen de “molestar” es una excelente propuesta para Mour Ndiaye, director del Servicio de Higiene Pública de un país que en el libro no se menciona pero que cualquier lector fácilmente podría identifica con Senegal.   

Ndiaye lo tiene claro: es una orden que hay que cumplir inmediatamente si quiere lograr el ansiado puesto de vicepresidente que lleva tanto tiempo esperando. Para llevarla a cabo, pone al frente de la operación a su eficiente y honesto ayudante, Déba Dabo, un hombre hecho a sí mismo desde la más absoluta pobreza que, con su tradicional diligencia, organiza y ejecuta el plan que limpiará las ciudades.

Todo sale a la perfección y en pocos días, los talibés desaparecen de la ciudad. Pero a veces lo que parece un éxito torna en desastre. Parece que no es tan fácil invertir el orden establecido y, además, ¿quién iba a imaginar que el mismísimo Ndiaye terminaría necesitando recurrir a los mendigos y que estos ya no estarían allí cuando le hicieran falta?

En torno a esta idea nos presenta Aminata Sow Fall su novela, La huelga de los mendigos, escrita en 1979, hace más de 30 años, aunque no la tuvimos en castellano hasta el pasado 2017 gracias al impagable trabajo que está realizando Ediciones Wanafrica recuperando autores, novelas y ensayos africanos.

Lo más interesante del texto es, quizás, ver cómo se produce el cambio de roles entre los mendigos: cómo éstos, una vez liberados de su condición de pedigüeños, se organizan y se valoran, reivindicando su lugar en un país en el que la limosna no es sólo una tradición sino también uno de los preceptos básicos de la fe mayoritaria, la musulmana.

Al mismo tiempo, el todopoderoso Ndiaye recorre de alguna forma el camino inverso: el que le lleva a la desesperación y hasta la humillación, suplicando ayuda a los mendigos para lograr sus planes. A partir de este momento, la figura de Ndiaye toma ciertos tintes cómicos, patéticos, incluso. Frente a ello, los mendigos se elevan, se vuelven más racionales y seguros de sí mismo, organizados en torno a la autoerigida líder Salla Niang, que se enfrenta abiertamente a Ndiaye.

Con esta historia, Aminata Sow nos lleva desde las clases altas de Senegal, que viajan en su coche esquivando a los mendigos de las esquinas, a las zonas rurales donde los niños todavía se asombran al ver un vehículo a motor -el libro es de 1979-, pasando por las vidas de los más pobres de entre los pobres, los que no pueden hacer otra cosa que mendigar. Un viaje en el que se entremezcla con fuerza la tradición –encarnada en la figura del serigne, una especie de guía espiritual a los que Ndiaye sigue con absoluta convicción-, la poligamia, el funcionamiento de la política y las relaciones interpersonales.

Una obra que por momentos torna en drama y en ocasiones en casi comedia con la que Aminata Sow Fall se atrevió, hace tres décadas, a criticar la hipocresía de la sociedad en su propio país. Sow Fall es, sin duda, una de las primeras y más importantes escritoras de Senegal, pero además ha ocupado diferentes puestos en el Ministerios de Cultura de su país y es la fundadora de diversos centros de estudios culturales y de Ediciones Khoudia. Tal y como decía en una reciente entrevista, “solo la educación y la cultura pueden salvar el mundo”, y por ello sigue luchando con sus libros y sus centros culturales abierto a todo el que pase por las calles de Dakar.

Aminata Sow Fall, que en 2016 logró el Gran premio de la Francofonía otorgado por la Academia Francesa, acaba de publicar –a sus 78 años- su último libro: “L’empire du mensonge” (El imperio de la mentira”) con el que vuelve a lanzar un alegato en favor de la educación a través de la historia de dos familias de un barrio miserable que pierden lo poco que tienen a causa de unas terribles inundaciones. Una novela en la que, de nuevo, reflexiona sobre la hipocresía el poder de la educación y la solidaridad frente al egoísmo y el ansia de riquezas.  

Por qué la pobreza se hereda y se perpetúa

Por qué la pobreza se hereda y se perpetúa
Ensayo de Borja Monreal sobre la pobreza, sus causas y las formas de superarla.

Un ensayo en el que Borja Monreal analiza lo que significa y supone “ser pobre” al tiempo que busca respuestas a cómo acabar con la pobreza. 1) no existen soluciones universales y 2) no se puede analizar el comportamiento de las personas en situación de pobreza sin tener en cuenta los miles de condicionantes que existen a su alrededor.

Este es el punto que más me ha interesado. Cómo desmonta el mito de la responsabilidad individual de las personas -donde muchos estudios y analistas han intentado poner el foco- para resaltar la importancia de las condiciones en las que naces, especialmente en una situación de reducción -o de inexistencia, incluso- de un estado del bienestar incapaz de reducir las desigualdades. En esta situación, la pobreza se hereda y se perpetúa, como decíamos al principio. Y así, tal y como dice Joseph Stiglitz, el 90% de las personas que nacen pobres, mueren pobres.

Hoy en día, los padres y madres de los países más desarrollados saben de sobra la importancia de la alimentación, los cuidados y la estimulación en los famosos primeros mil días en el cerebro de un bebé. Si esos primeros mil días son ya de por sí determinantes para el futuro de nuestros hijos, imagínense lo que sucede en el caso de un bebé infraalimentado o poco atendido durante estos primeros años de vida.

A esa falta de recursos que viven las personas más empobrecidas en los primeros años de su vida, se suman todas las dificultades a las que tendrán que hacer frente después. Dificultades que, en muchas ocasiones, llevan a tomar las peores decisiones. Y en eso inciden también muchos estudios: en “la falta de capacidades” de los pobres y los errores que cometen.  Por eso, durante años, algunos técnicos y profesionales del desarrollo, quizás con la mejor intención, pensaron: “Los pobres no saben. No hay que darles el pescado, hay que enseñarles a pescar”.

Pero estos nuevos modelos olvidaron dos cosas básicas: 1) la propia experiencia y necesidades de las personas beneficiarias y 2) las condiciones externas que determinan el éxito de los proyectos de desarrollo. Lo cuenta el autor, que ha trabajado para diversas agencias de Cooperación de Naciones Unidas, con un ejemplo propio: cuando propusieron plantar soja a los campesinos de Chikelo, una remota comunidad angoleña en la que no hay nada -ni electricidad, ni agua, ni saneamiento, ni salud ni educación-.  Entregaron semillas, dieron formación y acompañaron a los campesinos durante el cultivo. El plan parecía perfecto. Sin embargo, a los pocos meses, todos los agricultores habían abandonado los campos. ¿La causa? Cuando llegó la hora de trabajar los campos, los campesinos, faltos de mano de obra, decidieron dedicar sus pocas fuerzas a los cultivos que ya conocían y de los que dependían para comer. Así que la soja murió.

Entonces, adaptaron el proyecto: sólo aquellos campesinos con más medios y posibilidad de asumir riesgos lo intentarían con la soja; los otros intensificarían la producción de maíz. Esta vez sí que era perfecto. Pero ese año llegó una enorme sequía que acabó con todo.

Al año siguiente, y ahora ya reflexionando junto a los campesinos, se volvió a reformular el proyecto: la soja se plantaría sólo en las zonas cercanas a los ríos y el maíz en el resto de la tierra. Además, los productores más capacitados producirían semillas para vender en las comunidades a precio asequible. Sólo entonces, después de tres intentos y dos cosechas perdidas, el proyecto comenzó a dar resultados.

Pero, ¿por qué son pobres?

Imagínese también ese momento de la vida en el que las cosas se empiezan a torcer y salen mal una detrás de otra. Y cómo las decisiones que tomamos no ayudan en nada a solucionar los problemas. Imagínate lo que pasa por las mentes y las vidas de estas personas que, viviendo en la pobreza, toman encima decisiones equivocadas que les hacen estar peor. Cuenta Borja Monreal -basándose en los estudios de los investigadores Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir, de Harvard y Princeton respectivamente- que durante los tiempos de escasez, las capacidades intelectuales se reducen. Es un mecanismo de supervivencia. La escasez captura la mente de manera automática, y se activa la “visión túnel”, un estado mental determinado que te permite resolver un problema en el corto plazo, pero deja de lado lo que suceda a largo o medio plazo.

Algo que vemos habitualmente en el mundo laboral cuando se dice que “hay que centrarse en lo importante, no en lo urgente”. Pero claro, quién puede ponerse con “lo importante” cuando anda todo el día liado con cosas que terminar urgentemente.

Los dilemas de la pobreza

Así son los miles de dilemas a los que cada día se enfrentan las personas que viven en la pobreza. Que tus hijos estudien, por ejemplo, no es sólo difícil porque la educación sea cara o el colegio esté lejos. Lo es también porque en casa no hay luz eléctrica o se va a cada rato; porque para cocinar en casa se utiliza carbón altamente contaminante y la familia termina respirando humo tóxico; porque es muy fácil contraer malaria o enfermar del estómago debido a que el agua (al que has ido a buscar a tres kilómetros) estaba en mal estado… Son algunos de los dilemas con los que convive a diario Manuel, un pescador de Annobon, en Guinea Ecuatorial, y que nos cuenta Monreal en el libro. Uno de esos “que se organizan mal” y que termina contrayendo deudas con un prestamista local un tipo de interés del 30%. Una brutalidad que no es tan rara en los países empobrecidos y que, desde luego, no se va a arreglar con clases de “cultura financiera”. Porque ya ellos saben que recurrir a prestamistas abusadores no es bueno para ellos. ¿Pero tienen acaso otra opción?

Estos continuos dilemas que te llevan a “tomar malas decisiones» (¿acaso las había buenas?) y te impiden planificar tu vida son fruto de la inestabilidad permanente, la inseguridad multidimensional (sobre la salud, los ingresos, el futuro..) y la incertidumbre constante.

Y así, volvemos al inicio: la pobreza se hereda y se perpetúa. Algo que vemos claro, por ejemplo, cuando hablamos de la Edad Media: en aquel tiempo, si uno nacía noble tenía unos privilegios, y si lo hacía plebeyo, tan sólo cientos de obligaciones. Hoy nos parece que todo ha cambiado, pero.. quizás no tanto si hablamos en términos internacionales.  Hoy, si naces en Europa o en otros países desarrollados, tendrás una enorme serie de derechos -que demasiado a menudo damos por descontado- y que otras personas, por el mero hecho de haber nacido en otro lugar, no se atreven ni a soñar. Hoy, nosotros somos los nobles. Los otros se juegan la vida, literalmente, cada día. Hoy, la nobleza vive a un lado del muro y los vasallos, en la otra. Aunque claro, eso no impide que también a este lado haya pobres, o al menos personas que se sienten pobres, y con razón, ya sea porque en el pasado las cosas iban mejor o porque viven con lo mínimo en medio de la abundancia de los demás. Porque vivimos en sociedad y todos tenemos unos referentes, un pasado, unas expectativas. Y si tu situación hoy es peor que hace diez años, y tus vecinos más ricos, entonces tú te sientes pobre.

 

Y entonces, ¿cómo se sale de la pobreza?

No existe una solución única pero no cabe duda de que “tenemos los medios , las capacidades y el talento para acabar con la pobreza”, escribe Monreal. Pero para ello, se han de tener siempre en cuenta los dos aspectos de la pobreza: lo individual y lo colectivo, para poder realmente llevar a cabo el cambio.  Así, dice Monreal, lo que transformó la comunidad de Chikelo no fue la soja – o no sólo- , sino las horas de reuniones, organización y trabajo conjunto de la comunidad para ver cómo demonios plantaban la soja en las mejores condiciones. “Fue la consolidación de unas microinstituciones que permitieron que las oportunidades individuales se convirtieran en emprendimientos”. Emprendimientos con retorno a la sociedad. Porque de emprendedores, de personas que se buscan la vida, que venden y compran, comercian, cocinan e inventan sus propios puestos de trabajo está África lleno. De hecho, es probablemente el continente con mayor peso de la economía informal y no hay quien no tenga su minúsculo “negocio”, aunque sea vender cacahuetes en un platito. Pero obviamente, esta energía y estas ganas de trabajar no pueden, por sí solas, provocar ningún cambio, generar ahorro ni inversión porque a duras penas da para sobrevivir. Y eso si todo lo demás va bien.