Por qué la pobreza se hereda y se perpetúa

“Lo peor de la pobreza es su injusticia. La certeza de saber que no se es dueño de la situación y tampoco del propio futuro. Por eso se hereda, de padres a hijos, de hijos a nietos…”. Es una de las conclusiones del libro 'Ser pobre', en el que Borja Monreal nos enseña a ver lo que es el hambre y la pobreza.

Por qué la pobreza se hereda y se perpetúa
Ensayo de Borja Monreal sobre la pobreza, sus causas y las formas de superarla.

Un ensayo en el que Borja Monreal analiza lo que significa y supone “ser pobre” al tiempo que busca respuestas a cómo acabar con la pobreza. 1) no existen soluciones universales y 2) no se puede analizar el comportamiento de las personas en situación de pobreza sin tener en cuenta los miles de condicionantes que existen a su alrededor.

Este es el punto que más me ha interesado. Cómo desmonta el mito de la responsabilidad individual de las personas -donde muchos estudios y analistas han intentado poner el foco- para resaltar la importancia de las condiciones en las que naces, especialmente en una situación de reducción -o de inexistencia, incluso- de un estado del bienestar incapaz de reducir las desigualdades. En esta situación, la pobreza se hereda y se perpetúa, como decíamos al principio. Y así, tal y como dice Joseph Stiglitz, el 90% de las personas que nacen pobres, mueren pobres.

Hoy en día, los padres y madres de los países más desarrollados saben de sobra la importancia de la alimentación, los cuidados y la estimulación en los famosos primeros mil días en el cerebro de un bebé. Si esos primeros mil días son ya de por sí determinantes para el futuro de nuestros hijos, imagínense lo que sucede en el caso de un bebé infraalimentado o poco atendido durante estos primeros años de vida.

A esa falta de recursos que viven las personas más empobrecidas en los primeros años de su vida, se suman todas las dificultades a las que tendrán que hacer frente después. Dificultades que, en muchas ocasiones, llevan a tomar las peores decisiones. Y en eso inciden también muchos estudios: en “la falta de capacidades” de los pobres y los errores que cometen.  Por eso, durante años, algunos técnicos y profesionales del desarrollo, quizás con la mejor intención, pensaron: “Los pobres no saben. No hay que darles el pescado, hay que enseñarles a pescar”.

Pero estos nuevos modelos olvidaron dos cosas básicas: 1) la propia experiencia y necesidades de las personas beneficiarias y 2) las condiciones externas que determinan el éxito de los proyectos de desarrollo. Lo cuenta el autor, que ha trabajado para diversas agencias de Cooperación de Naciones Unidas, con un ejemplo propio: cuando propusieron plantar soja a los campesinos de Chikelo, una remota comunidad angoleña en la que no hay nada -ni electricidad, ni agua, ni saneamiento, ni salud ni educación-.  Entregaron semillas, dieron formación y acompañaron a los campesinos durante el cultivo. El plan parecía perfecto. Sin embargo, a los pocos meses, todos los agricultores habían abandonado los campos. ¿La causa? Cuando llegó la hora de trabajar los campos, los campesinos, faltos de mano de obra, decidieron dedicar sus pocas fuerzas a los cultivos que ya conocían y de los que dependían para comer. Así que la soja murió.

Entonces, adaptaron el proyecto: sólo aquellos campesinos con más medios y posibilidad de asumir riesgos lo intentarían con la soja; los otros intensificarían la producción de maíz. Esta vez sí que era perfecto. Pero ese año llegó una enorme sequía que acabó con todo.

Al año siguiente, y ahora ya reflexionando junto a los campesinos, se volvió a reformular el proyecto: la soja se plantaría sólo en las zonas cercanas a los ríos y el maíz en el resto de la tierra. Además, los productores más capacitados producirían semillas para vender en las comunidades a precio asequible. Sólo entonces, después de tres intentos y dos cosechas perdidas, el proyecto comenzó a dar resultados.

Pero, ¿por qué son pobres?

Imagínese también ese momento de la vida en el que las cosas se empiezan a torcer y salen mal una detrás de otra. Y cómo las decisiones que tomamos no ayudan en nada a solucionar los problemas. Imagínate lo que pasa por las mentes y las vidas de estas personas que, viviendo en la pobreza, toman encima decisiones equivocadas que les hacen estar peor. Cuenta Borja Monreal -basándose en los estudios de los investigadores Sendhil Mullainathan y Eldar Shafir, de Harvard y Princeton respectivamente- que durante los tiempos de escasez, las capacidades intelectuales se reducen. Es un mecanismo de supervivencia. La escasez captura la mente de manera automática, y se activa la “visión túnel”, un estado mental determinado que te permite resolver un problema en el corto plazo, pero deja de lado lo que suceda a largo o medio plazo.

Algo que vemos habitualmente en el mundo laboral cuando se dice que “hay que centrarse en lo importante, no en lo urgente”. Pero claro, quién puede ponerse con “lo importante” cuando anda todo el día liado con cosas que terminar urgentemente.

Los dilemas de la pobreza

Así son los miles de dilemas a los que cada día se enfrentan las personas que viven en la pobreza. Que tus hijos estudien, por ejemplo, no es sólo difícil porque la educación sea cara o el colegio esté lejos. Lo es también porque en casa no hay luz eléctrica o se va a cada rato; porque para cocinar en casa se utiliza carbón altamente contaminante y la familia termina respirando humo tóxico; porque es muy fácil contraer malaria o enfermar del estómago debido a que el agua (al que has ido a buscar a tres kilómetros) estaba en mal estado… Son algunos de los dilemas con los que convive a diario Manuel, un pescador de Annobon, en Guinea Ecuatorial, y que nos cuenta Monreal en el libro. Uno de esos “que se organizan mal” y que termina contrayendo deudas con un prestamista local un tipo de interés del 30%. Una brutalidad que no es tan rara en los países empobrecidos y que, desde luego, no se va a arreglar con clases de “cultura financiera”. Porque ya ellos saben que recurrir a prestamistas abusadores no es bueno para ellos. ¿Pero tienen acaso otra opción?

Estos continuos dilemas que te llevan a “tomar malas decisiones» (¿acaso las había buenas?) y te impiden planificar tu vida son fruto de la inestabilidad permanente, la inseguridad multidimensional (sobre la salud, los ingresos, el futuro..) y la incertidumbre constante.

Y así, volvemos al inicio: la pobreza se hereda y se perpetúa. Algo que vemos claro, por ejemplo, cuando hablamos de la Edad Media: en aquel tiempo, si uno nacía noble tenía unos privilegios, y si lo hacía plebeyo, tan sólo cientos de obligaciones. Hoy nos parece que todo ha cambiado, pero.. quizás no tanto si hablamos en términos internacionales.  Hoy, si naces en Europa o en otros países desarrollados, tendrás una enorme serie de derechos -que demasiado a menudo damos por descontado- y que otras personas, por el mero hecho de haber nacido en otro lugar, no se atreven ni a soñar. Hoy, nosotros somos los nobles. Los otros se juegan la vida, literalmente, cada día. Hoy, la nobleza vive a un lado del muro y los vasallos, en la otra. Aunque claro, eso no impide que también a este lado haya pobres, o al menos personas que se sienten pobres, y con razón, ya sea porque en el pasado las cosas iban mejor o porque viven con lo mínimo en medio de la abundancia de los demás. Porque vivimos en sociedad y todos tenemos unos referentes, un pasado, unas expectativas. Y si tu situación hoy es peor que hace diez años, y tus vecinos más ricos, entonces tú te sientes pobre.

 

Y entonces, ¿cómo se sale de la pobreza?

No existe una solución única pero no cabe duda de que “tenemos los medios , las capacidades y el talento para acabar con la pobreza”, escribe Monreal. Pero para ello, se han de tener siempre en cuenta los dos aspectos de la pobreza: lo individual y lo colectivo, para poder realmente llevar a cabo el cambio.  Así, dice Monreal, lo que transformó la comunidad de Chikelo no fue la soja – o no sólo- , sino las horas de reuniones, organización y trabajo conjunto de la comunidad para ver cómo demonios plantaban la soja en las mejores condiciones. “Fue la consolidación de unas microinstituciones que permitieron que las oportunidades individuales se convirtieran en emprendimientos”. Emprendimientos con retorno a la sociedad. Porque de emprendedores, de personas que se buscan la vida, que venden y compran, comercian, cocinan e inventan sus propios puestos de trabajo está África lleno. De hecho, es probablemente el continente con mayor peso de la economía informal y no hay quien no tenga su minúsculo “negocio”, aunque sea vender cacahuetes en un platito. Pero obviamente, esta energía y estas ganas de trabajar no pueden, por sí solas, provocar ningún cambio, generar ahorro ni inversión porque a duras penas da para sobrevivir. Y eso si todo lo demás va bien.

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