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Cuaderno de Memorias coloniales

Cuando, a la edad de nueve años, Isabela Figueiredo abandonó Mozambique tras la independencia del país, volaba de vuelta al país de origen de sus padres con un encargo claro: contar a los portugueses, y al mundo entero, lo que los negros salvajes habían hecho con los colonos tras la independencia. Contar “todo lo que nos han hecho, que perdimos todo, que el dinero no vale nada, que no hay para comer. Que van a matarse los unos a los otros. Que no quieren trabajar y se morirán de hambre. Que África está condenada sin blancos”.  

Portad del libro Cuaderno de memorias coloniales
Cuaderno de memorias coloniales, de Isabela Figueiredo.

Una pesada carga para una niña pequeña que, no sólo volvía a un país de origen en el que nunca había puesto los pies y en el que tendría que enfrentarse al estigma de los retornados, sino que, además, había vivido lo suficiente como para saber que no todo era como ellos le decían que lo contara. Una niña que había visto con sus ojos el racismo, la superioridad y la violencia indiscriminada con la que los colones trataban a los negros, y que cuando se dispuso a contarlo “todo” -más de 30 años después- decidió hacerlo sin esconder la dura realidad que había acompañado los años de la colonización portuguesa en Mozambique. Sin esconder la parte que correspondió a su familia, incluido, y especialmente, a su querido padre. Sin esconder siquiera aquella vez en la que ella también se dejó llevar y dio una bofetada a una niña mestiza sin razón alguna. Porque sí, porque era fácil, porque era lo normal. Porque sabía que no le iba a contestar. 

Una honestidad muy presente desde el prólogo, en el que recuerda que todo esto es que la sociedad portuguesa prefirió esconder, porque lo que no es honroso es mejor hacerlo desaparecer. “No vimos, no sabíamos, nunca oímos hablar, no nos enteramos de nada”.

Un blanco y un negro no eran sólo de razas diferentes. La distancia entre blancos y negros era equivalente a la que existe entre especies distintas. Ellos eran negros, animales. Nosotros éramos blancos, personas, seres racionales”. Así describe Figueiredo la relación entre colonos y colonizados. Una frase que condensa por sí sola todo el ideario supremacista, mamado y reproducido por unos colonos que, en su mayoría, no eran más que pobres diablos expulsados de Portugal por la falta de oportunidades, pero que nada más poner un pie en la colonia obtenían un claro estatus de superioridad. Trabajadores que ascendían de nivel según descendían de las escaleras del avión que los hacía aterrizar en Lourenco Marqués. Una realidad de la que todos se aprovechaban aunque todos podían negar. Porque, aunque se pareciera mucho a las políticas racistas y segregacionistas puestas en marcha por el Apartheid en Sudáfrica, no estaba escrito negro sobre blanco. Así, luego todos pudieron decir que nadie sabía nada, que no se enteró de nada. 

Cuaderno de memorias…. refleja muy bien las relaciones de poder colonial, pero no sólo: a las discriminaciones raciales se suman las de clase y las género. Y todas se superponían en las vidas de las mujeres negras de las barriadas pobres de Maputo (Lourenco Marqués en la época). El profundo machismo del Portugal de los 60 y 70 trasladado a las colonias, donde las apariencias y el qué dirán se hacían incluso más asfixiantes que en la metrópoli, pues había que mantener la inmaculada sociedad llegada de la metrópoli. 

Todo ello contado con una prosa directa, dura, sin tapujos, sin guardarse nada, como exorcizando los recuerdos tantos años guardados, tantos años callados. Unas líneas que destilan amargura en ocasiones y que son, sobre todo, un ajuste de cuentas con la visión edulcorada y buenista que en ocasiones se ha querido dar del colonialismo.

El libro, que ha sido traducido y editado en 2021 por Libros del Asteroide, se publicó en Portugal por primera vez hace ya más de una década -2009-, provocando una considerable polémica con algunos sectores, pero abriendo también una veda a la verdad, a una historia un poco más amplia, más completa, más real de lo que supuso el colonialismo en Mozambique, contado además a partir de las vivencias personales de una niña que muy pronto empezó a sentir que aquello no estaba bien, no podía estar bien

Un antihéroe frente al fanatismo religioso

A medio camino entre el mundo árabe y el África negra, Mauritania se presenta como un lugar muy poco conocido para la población española, que hasta ahora apenas había tenido oportunidades de acercarse a su cultura, tradiciones e historia. Sin embargo, este 2021 hemos tenido la alegría de ver publicado en español el primer libro de un autor mauritano. Se trata de Beyrouk, una de las voces más importantes de Mauritania, ganador de numerosos premios, y al que por fin podemos leer en castellano gracias al empeño de Libros del baobab, una preciosa iniciativa puesta en marcha por Alejando de los Santos (Afribuku), Ana Cristina Herreros, (Libros de las Malas compañías) Chema Caballero y Sonia Fernández (Literáfricas) con el objetivo de acercar la literatura africana a los lectores españoles

Originario del norte de Mauritania (Atar, 1957), Mbareck Ould Beyrouk es un periodista que en 1988 fundó el primer diario independiente de su país y un firme activista por la libertad de prensa. Como escritor, ha publicado seis novelas, entre las que cabe destacar Et le ciel a oublié de pleuvoir, (2006) y Le Tambour des larmes (2019), -premio Ahmadou Kourouma-, ambas ambientadas en el Sáhara. Precisamente el desierto es uno de los lugares donde el autor confiesa encontrarse más a gusto, bebiendo leche de camella y pasando las horas charlando, a pesar de estar acostumbrado a los viajes y el vaivén de las grandes ciudades, gracias a sus éxitos literarios. “Bajo la luz de la luna es donde me siento bien”, cuenta en una entrevista con Pepe Naranjo a raíz de la presentación del libro. Una dicotomía entre desierto y ciudad, tradiciones y modernidad que se encuentra muy presente en sus novelas porque, asegura Beyrouk, “en nuestra cabeza, seguimos siendo nómadas, es un mundo que nos sigue habitando y somos nosotros mismos cuando volvemos al desierto”. 

Un antihéroe frente al fanatismo religioso‘Estoy solo’ nos cuenta la historia de un hombre que huye del fanatismo religioso impuesto por quienes han tomado su ciudad escondiéndose en la pequeña habitación de una antigua novia, Nezha, la única persona en la que puede confiar. Allí, en la más absoluta soledad, con el miedo a verse descubierto, comienza un monólogo que le lleva a repasar su vida y la de sus antepasados, a rememorar sus mejores momentos pero también a sincerarse consigo mismo, a reconocer cómo se dejó cegar por la avaricia, y a intentar entender el momento en el que la ciudad comenzó a caer en manos del extremismo. 

Se trata de una obra que se puede leer en varios planos. Por un lado, el texto nos hace sentir cómo crece el miedo, la desazón, el pánico incluso, en el interior de este narrador sin nombre, a medida que pasa el tiempo y la mujer que le ha escondido allí no aparece. Es sólo una noche, pero parecen meses los que pasa allí encerrado, con una pregunta recurrente: “¿Por qué no ha vuelto Nezha aún?”

“Pero ¿qué es el tiempo? Ya no sé qué es el tiempo, no significa nada, el tiempo, ayer se disolvió en este preciso minuto y este preciso minuto se diluye dentro de mí, el tiempo no es ni siquiera un verdadero refugio, pues cuanto más me apresuro, más se me escapa y más me siento condenado a permanecer aquí, en esta celda del cuerpo y el espíritu”.

Las preguntas se agolpan en su mente: ¿por qué no huyó antes?, ¿qué le llevó a permanecer en la ciudad?, ¿por qué dejó a Nezha, años atrás? Los pensamientos no cesan, cualquier ruido del exterior le atenaza, las dudas le carcomen y la incertidumbre le angustia: confía en Nezha pero a cada momento cree que le ha delatado y vienen a por él.  

¿Cómo se llega al fanatismo religioso? 

Por otro lado, en el texto se desliza una sutil reflexión sobre el avance del extremismo: cómo se ha llegado hasta ahí, cómo terminaron sus amigos presa del fanatismo, víctimas también de la pobreza y los agravios recibidos durante años, qué llevó a cada uno de ellos a convertirse en “seguidores de la sinrazón”, en personas que odian la vida y detestan todo lo que la hace feliz: la música, el baile, la belleza, el amor, el fútbol… Un relato que recuerda a la maravillosa película Timbuktú, del también mauritano, aunque nacionalizado maliense, Abderrahmane Sissako, y en la que se aborda el tema del fundamentalismo islámico.

Esta cuestión, confiesa Beyrouk, le preocupa ya desde hace tiempo aunque hasta el momento había preferido mantenerla fuera de sus novelas: “en Mauritania provenimos de un corriente tolerante del islam. Este estallido de violencia no es la expresión de la fé. Es un odio que surge de la miseria, de la explotación…”. Y, sin embargo, subraya que esta locura destructiva no es nueva. De ahí el paralelismo que se expone en el libro con la historia de Nacereddine, “el santo de los santos”. Una figura que existió realmente en el siglo XVII y que también, en una época de malas cosechas y privaciones, “sumergió a su pueblo en las aguas lóbregas del miedo, quemó tierras ya empobrecidas por el rigor del tiempo, aspirando a una sociedad que a su modo de ver sería justa” y que en la obra aparece como un antepasado del protagonista. 

Por otro lado, destaca también la figura de las mujeres que protagonizan la novela y la vida del protagonista. La mencionada Nezha, que aparece como serena, pudorosa, callada pero sin embargo constante en sus luchas y firme en sus propósitos; la bellísima, apasionada y rica Selma, “que no ha debido pensar mucho en mí estos últimos días, refugiada en la capital al amparo de su padre, habrá contado sus joyas, sus vestidos y se habrá mirado al espejo (…)”; y, por último, la madre, omnipresente a través de las líneas de la novela: una mujer del desierto, pobre, trabajadora, temerosa de dios, de férreas convenciones, la única quizás por la que el narrador, que confiesa “no, definitivamente, no soy un héroe” estaría dispuesto a morir: 

“Pero ¿qué es lo que hace que entreguemos nuestra vida por una causa? Los que mueren por una idea son legión. Pero no logro distinguir por qué anhelos moriría yo. Incluso el honor me da igual, hubiera podido aceptar morir por defender a mi madre: pero mi madre no es una idea. ¿Por qué no he sido de la misma raza que los idealistas?

Finalmente, no escapan de la obra las referencias a la política -el abandono de la ciudad por parte de las tropas gubernamentales-, la corrupción -que permitió al anónimo narrador amasar una pequeña fortuna a pesar de provenir de una familia pobre del desierto-; o la política internacional, -que llevó al hermano de Nezha a Guantánamo, acusado de terrorismo, a pesar de que dificilmente habría podido matar una mosca-.

En definitiva, Beyrouk traza en este libro de apenas cien páginas un mosaico de personas, reflexiones y preguntas -muchas de ellas sin respuesta- engarzadas por una poderosa escritura capaz de pasar sin estridencias de cuestiones mundanas a profundas reflexiones, todo ello en un soliloquio poético en el que la tensión y la angustia van in crescendo hasta el inesperado final. 

El cambio climático en África

El año que sufrimos la pandemia y el confinamiento terminó, para mí, con una enorme alegría: ganar el premio de ensayo Casa África con un texto sobre el cambio climático y saber que el libro iba a ser publicado. Y ahí está ya, disponible en librerías, con la preciosa portada que han hecho en la editorial, y esperando a ser leído por quienes tengan interés en saber un poco más acerca de las realidades del continente y cómo le afecta el calentamiento global. 

El cambio climático en África

Efectivamente, el año pasado, entre el confinamiento, una pequeña rotura fibrilar que me tuvo un mes en casa -¡en mayo, justo cuando se empezaba a poder salir!- y el verano atípico, tuve tiempo para leer e indagar mucho sobre el cambio climático, un tema sobre el que ya había trabajado antes pero en el que no había podido profundizar lo suficiente. Comencé leyendo sobre todo acerca de los refugiados climáticos (los debates en torno al término, las dificultades para establecer quién es y quién no un refugiado climático, las cifras…), y luego quise saber exactamente cuáles eran los impactos que el cambio climático estaba provocando en África. En otras ocasiones, había escrito sobre los impactos específicos de algunas acciones, especialmente relacionadas con la adquisición de tierras a gran escala y su conversión en grandes monocultivos. Sin embargo, no me había fijado tanto en lo que sucede a una escala más global, y específicamente, con aquellos fenómenos que no se ven a simple vista y que tardan años en desarrollarse: degradación de las tierras, desaparición de recursos hídricos, aumento del nivel del mar, evaporación de corrientes de agua…. Todas estas situaciones no tienen una única causa, -cada caso es único y se ve afectado por múltiples factores-, pero sí un elemento en común: el calentamiento global del planeta. 

Antes, en diciembre de 2019, estuve en la COP 25, intentando entender también cómo funcionan los mecanismos e instrumentos de protección del planeta que plantea esta Conferencia de las Partes: los acuerdos, las negociaciones, los compromisos, las obligaciones y los incumplimientos, claro. La Conferencia del Clima de Madrid (inicialmente prevista para Chile) no dejó grandes resultados, pero sí fue una oportunidad para conocer a activistas africanos, indagar un poco sobre el llamado Grupo Africano de Negociadores y bucear sobre el Acuerdo de París. 

Además, desde siempre, he intentado conocer las soluciones que los propios africanos y africanas buscan, proponen y ponen en marcha para solventar los problemas que acechan al continente. Propuestas e iniciativas individuales o gubernamentales que miran hacia delante y que intentan ofrecer soluciones. Y de todo esto sale el libro ‘El Cambio Climático en África: efectos, estrategias de adaptación y soluciones desde el continente’, que se acaba de publicar en Catarata.

África, el continente más afectado

La idea principal es que si bien los efectos del cambio climático se van dejando sentir en todo el mundo, los impactos serán mayores en algunos lugares que en otros. Tal es el caso de los pequeños estados insulares, de aquellos cuyas costas son muy poco elevadas sobre el nivel del mar, o de los que disponen de pocos recursos hídricos. Yo he querido fijarme en lo que sucede especialmente en África, el continente que, según todas las previsiones, será el más afectado por los cambios que se están produciendo en el clima, a pesar de ser el que menos ha contribuido al mismo. A ello se suman muchas otras amenazas al medio ambiente y los medios de vida de muchas comunidades, aunque en el libro intento centrarme principalmente en las relacionadas con el cambio climático. Así, el texto aborda los problemas que supondrá la disminución de recursos hídricos en algunos lugares, como el Lago Chad, o la contaminación a la que se están viendo abocados otras grandes superficies de agua dulce; los problemas que afectan a las zonas costeras, las sequías prolongadas y la recurrencia de los fenómenos meteorológicos extremos (como ciclones o inundaciones). Aunque siempre intentando explicar que ninguna de estas cuestiones es sencilla ni unicausal; en todas se entremezclan una gran diversidad de problemáticas. 

Así, la primera parte intenta explicar estas consecuencias basándose en las investigaciones científicas que los expertos -sobre todo desde el IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) y desde universidades internacionales y africanas- han ido publicando en los últimos años, pero contando también con el relato de las personas afectadas y observando lo que dicen y cuentan. 

Personas en movimiento por los cambios en sus lugares de vida

En la segunda se aborda el tema de las personas que se ven obligadas a migrar por la degradación de sus espacios y medios de vida. Todos los informes consultados dan por hecho que se están produciendo estos movimientos climáticos, aunque es extremadamente difícil encontrar cifras específicas sobre cuántas personas migrarán. Precisamente porque las migraciones se deben siempre a múltiples causas y porque no existen mecanismos capaces de ‘monitorizar’ todos los movimientos de población -ya que la gran mayoría se realizan dentro de las fronteras de su propio país-. En realidad, las cifras sólo sirven para darnos una idea aproximada de lo que está sucediendo, pero en realidad quizás no deberían ser determinantes, ya que todas las personas que migran deberían tener todas los mismos derechos, independientemente de la razón por la que lo hagan. Porque en el fondo, todas están huyendo de condiciones que les impiden disfrutar de sus plenos derechos: ya sea por motivos de persecución política, por necesidades económicas o por situaciones climáticas adversas. Así, ya en 2015 , los relatores especiales de Naciones Unidas sobre diversos temas (pueblos indígenas, grupos específicos, discapacidad, acceso al agua potable y sanidad, derechos humanos…) realizaron un informe titulado “los efectos del Cambio Climático para el pleno disfrute de los Derechos Humanos” en el que se ponía de manifiesto que “supone una amenaza inmediata y de largo alcance para las personas y las comunidades a lo largo del mundo y tienen implicaciones adversas para el disfrute completo de los derechos humanos”. 

Es, en efecto, un asunto extraordinariamente importante, que está provocando numerosos movimientos de población -generalmente dentro de las fronteras del propio país, y, en el caso de África, hasta en el 80% de las ocasiones dentro del continente- y, para quienes estéis interesados en el tema, os recomiendo dos lecturas interesantes. Cuando me estaba documentando, leí y me iluminó mucho el libro de Beatriz Felipe, ambientóloga y doctora en derecho, Las migraciones climáticas: una aproximación al panorama actual, y ahora empiezo con Refugiados Climáticos, de Miguel Pajares, editado por Rayo Verde.

Soluciones y propuestas africanas

El último capítulo  intenta ofrecer un pequeño recorrido por algunas de las soluciones y propuestas que se están poniendo en marcha en África  para luchar contra el cambio climático. ¿Qué países empiezan a apostar por las renovables? ¿Quiénes han avanzado más en la Muralla Verde Africana? ¿Qué personas se están poniendo al frente de estas iniciativas? Propuestas que no todos los gobiernos han adoptado y que no en todos los sitios se implantan con igual velocidad, pero que son un primer paso para ir luchando contra el cambio climático, también desde los países del sur. Aunque teniendo presente que son ellos quienes menos han contribuido y contribuyen al problema y que, por tanto, han de ser los países del norte global quienes  tomen el liderazgo y pongan en marcha las medidas necesarias para revertir esta situación. De momento, no vamos por buen camino: en 2019, las emisiones continuaron aumentando, y se sitúan muy por encima de lo establecido en el  Acuerdo de París para limitar el incremento de la temperatura global a 1,5 grados.

Si os interesa, el libro se puede adquirir en un buen número de librerías y, si no lo tienen, podéis pedirlo aquí https://www.todostuslibros.com/ y recogerlo en una cercana a casa.

 

«13 céntimos», de K. Sello Duiker

Un chaval de 12 años sobrevive a duras penas en las calles de Ciudad del Cabo en los años posteriores al Apartheid. A su corta edad, Azur ya lo ha perdido todo: sus padres no están y no tiene más familia ni pertenencias que lo que lleva consigo. Sabe lo que es no tener dónde dormir ni qué comer, pero sobre todo sabe lo que es que le engañen: ya sea para quitarle su dinero o aprovecharse sexualmente de él.

"13 céntimos", de K. Sello Duiker
Portada del libro 13 céntimos, del sudafricano K. Sello Duiker, editado por Baile del Sol.

Azur, ya se lo han imaginado, es negro, y por si eso no fuera suficiente, tiene unos maravillosos ojos azules, lo que le sitúa en tierra de nadie en un país donde las barreras raciales se mantienen todavía muy vigentes. La segregación oficial ha terminado, pero la desigualdad, la pobreza y la violencia siguen ahí. 13 céntimos (editado por Baile del Sol) es una novela violenta, dura, que se lleva por delante la retórica buenista de la nación arcoriris, poniendo el dedo en la llaga en la brutalidad que durante mucho tiempo persistió en las calles de las grandes ciudades. Para sobrevivir, Azur se prostituye con clientes blancos y adinerados, mientras sortea como puede las palizas y el acoso de los jóvenes gánsters negros a los que no les gusta su mirada ni su porte elegante. “Sé lo que es tener miedo”, dice.

No hay descanso ni final feliz posible para el protagonista ni para el lector, que asiste acongojado al paso de las hojas hasta perder la esperanza de que las cosas puedan mejorar. El autor, K. Sello Duiker, que llegó a ser uno de los autores más respetados de la literatura sudafricana, negro, de clase alta y con una historia personal muy alejada de ésta pero también marcada por las diferencias raciales, vomita más que escribe estas líneas contadas en primera persona por el joven Azur de forma extraordinariamente aséptica, como quien habla del tiempo.

Mi madre está muerta. Mi padre está muerto”, repite una y otra vez en las páginas finales el protagonista. Un final plagado de alegorías y visiones apocalípticas, que supone un salto ciertamente abrupto frente al hiperrealismo del principio. Cambio de registro que quizás fuera reflejo de la situación psicológica del autor, Kabelo “Sello” Duiker, que escribió el libro justo después de pasar unos meses de terapia en el hospital. Aunque también hay estudiosos que entroncan este giro con la tradición africana de espíritus y brujos, e incluso con un realismo mágico a la africana, siguiendo los pasos del nigeriano Ben Okri y su novela ‘The Famished Road’ (La carretera hambrienta) (1991). Sello Duiker nunca explicó mucho sobre este libro que le valió numerosos premios internacionales. Cinco años después de su publicación, en el momento álgido de su fama, se suicidó. Tenía entonces 31 años.

Condiciones nerviosas, de Tsitsi Dangarembga

Un libro que cuenta, con todo lujo de detalles, la vida en las zonas rurales a finales de los 60 en lo que entonces se conocía como Rodhesia y es hoy Zimbabwe, a través de descripciones detalladas y concienzudas, no sólo de los objetos físicos y naturales sino también, y son estos todavía más interesantes, de los propios sentimientos y pensamientos de la protagonista. Un libro que comienza con una frase impactante “no sentí la muerte de mi hermano” y que va desvelando la situación de las mujeres de aquel momento a través de la vida de la propia protagonista: mujer en un sistema patriarcal; negra en un mundo dominado por blancos; y pobre en un familia en la que la casualidad había querido que sus primos fueran mucho más adinerados. 

Condiciones nerviosas narra la historia de la joven Tambu, que consigue estudiar en la escuela secundaria tras la muerte de su hermano, que era quien originariamente estaba destinado a ello. Aunque la novela comienza mucho antes del momento en el que ella consigue, por fin, sentarse en el pupitre de la escuela secundaria.

Su historia representa de alguna manera las luchas internas, pero también externas, de toda una generación que vivió en un momento de transición, de pocas certezas y de destrucción de creencias establecidas. La autora narra, a través de sus propios pensamientos y los de su prima,- de su misma edad, pero criada en Londres gracias a una beca del padre-, las contradicciones entre estudiar en la escuela de los blancos -el deseo  de Tambu y la única posibilidad de conseguir una buena educación- y el convertirse en una buena mujer africana; el paso de estar tuteladas por el colonizador a estarlo por los futuros maridos.

Condiciones nerviosas, de Tsitsi Dangarembga

Con una prosa fácil de leer, estimulante y que atrapa al lector, Dangaremba cuenta con absoluta honestidad los pensamientos que van cruzando por su cabeza. Así, cuando su hermano marcha a estudiar en primer lugar, surge en ella un sentimiento de envidia, que se ve agrandado por las ínfulas de grandeza que destila el chico cada vez que vuelve a casa.

Toda nuestra pobreza le empezó a ofender. O al menos a avergonzarle”, escribe la protagonista. Y, sin embargo, unos años después, se encuentra con que es ella misma quien, al volver a casa, siente cierto asco frente a la pobreza y el descuido en el que vive su madre.

Las descripciones sobre el trabajo en el campo, las tareas más duras, la cosecha, el camino a casa desde la estación de autobuses, las transformaciones vividas, así como las pequeñas historias que salpican el libro  ayudan a entender y conocer el mundo rural en África en los años 60.

Publicada en los años 80, esta obra gira en torno al significado de la identidad, lo que significaba ser hombre o mujer, blanco o negro, rico o pobre (sus primos viven una vida diferente, puesto que su tío ha estudiado en Inglaterra); las diferentes desigualdades a las que cada uno se ve sometido y, por supuesto, cómo quienes están en las intersecciones de estas discriminaciones de clase, raza y género se llevan siempre la peor parte. Es The burden of womanhood, – el peso de ser mujer, de la condición femenina- de las que tantas veces le habló su madre.

Pd: El libro se editó en español en 2010 por Icaria Editorial, pero ahora mismo está descatalogado y tampoco lo encontré en bibliotecas (de Madrid).  ¡Sería buen momento para una nueva reedición! (Sí lo podéis encontrar en inglés, en varios ediciones y en formato ebook).

Tsitsi Dangarembga

Estudiante de medicina en Inglaterra y de Psicología en Zimbabwe, Tsits Dangarembga tenía cerca de 30 años cuando publicó Condiciones Nerviosas (1987), después de haber escrito pequeñas novelas antes, haber participado en un grupo de teatro y pasar dos años trabajando en una agencia de comunicación. Era su primera novela, y le valió nada más y nada menos que el Premio de Escritores de la Commonwealth, en la sección africana.

Tsitsi Dangarembga
Tsitsi Dangarembga, escritora zimbabuesa y autora del libro ‘Condiciones nerviosas’, recibió el pasado enero el Premio PEN a la Libertad de Expresión 2021. Foto: Pen International

El título de la obra hace referencia a un párrafo del prefacio que Jean Paul Sartre escribió para la obra de Frantz Fanon, Los condenados de la tierra (1963), en la que habla del estatus de los “nativos” como una condición nerviosa introducida y mantenida por los colonizadores entre los colonizados, con su consentimiento). El libro de Fanon se refiere al estado de alienación sufrido en los regímenes coloniales, pero Dangarembgw incorpora también la situación sufrida por las mujeres frente a los hombres, en una vida plagada de discriminaciones que marcaban hasta donde podía llegar una mujer.

Más tarde se dedicó al cine, después de cursar estudios en Alemania, y rodó diversos documentales y películas. En 2006 publicó la segunda parte de la trilogía, titulado The Book of not , en la que continúa la historia de Tambu durante los últimos años de la Rodhesia colonizada, con la guerra de liberación muy presente. Finalmente, el pasado año 2020, Dangarembga volvió a estar de actualidad por dos noticias bien distintas. Por un lado, su última obra This Mournable Body, la tercera parte de la trilogía, fue nominada al Booker Price -que finalmente no ganó- y, por otro, el pasado 31 de julio, la escritora, que vive en Harare, fue arrestada tras las manifestaciones contra el gobierno de Emmerson Mnangagwa’s , en lo que fue considerado como una “insurrección planificada”.  Tras su arresto, consiguió salir en libertad bajo fianza y el pasado 13 de enero, la escritora logró el reconocimiento de Pen International a la Libertad de Expresión 2021 por “su trabajo sobre la falta de libertades para la mujeres en el mundo patriarcal de Zimbabwe”.

Nelson Mandela (VI): La liberación

Nelson Mandela (VI): La liberación

Esta entrada forma parte de la serie dedicada a la biografía de Mandela. El resto de entradas pueden encontrarse aquí:
I.- Años de infancia y toma de conciencia
II.- Nelson Mandela, la llegada a Johannesburgo.
III.-La instauración del Apartheid.
También puede escucharse en formato podcast, aquí. 

Mandela y De Klerk mantuvieron algunas reuniones, acercaron posturas, expusieron sus exigencias. Y el día 2 de febrero de 1990, De Klerk hizo algo inesperado. En un discurso en el Parlamento anunció, sin miramientos, sin exigencias, la liberación de Nelson Mandela–que para la mayor parte de los blancos era ni más ni menos que un peligroso terrorista, pues eso era lo que durante dos décadas les habían contado– y el inicio del desmantelamiento del Apartheid.

Aquel día, De Klerk levantó la prohibición que pesaba sobre los partidos políticos, anunció la liberación de la mayor parte de los prisioneros políticos, hizo un llamamiento para la creación de una nueva Constitución y dio a entender que el futuro de Sudáfrica era la creación de un estado democrático que seguiría el modelo de “una persona, un voto”.

Nelson Mandela (VI): La liberaciónEn aquel momento supuso un profundo shock emocional para los más acérrimos partidarios del Apartheid. Miedo por un futuro que sabían que no podían controlar. Miedo por las previsibles represalias que la población negra –un 89% del total del país-, esclavizada hasta entonces, tomaría contra ellos. Miedo porque sabían que, en una democracia en la que cada persona tuviera un voto, pasarían décadas hasta que lograra un gobierno ‘de los suyos’.

Y ante este miedo es donde surgió como salvador la figura de Mandela. Un hombre que fue capaz de darse cuenta de que, incluso antes que solucionar los miles de problemas que asediaban a sus compañeros, amigos y familiares, a todos los negros de Sudáfrica, tenía que calmar el miedo de los blancos y apaciguar el ánimo revanchista de los negros. Porque sólo así evitaría una guerra civil.

Y así, el 11 de febrero de 1990, Nelson Mandela se convertía por fin en un hombre libre, después de nada menos que 27 años de cárcel. Os podéis imaginar, el país enloqueció, miles, cientos de miles de personas lo esperaban a la salida del lugar donde estaba retenido, el coche en el que iba no avanzaba, no se podía mover, la multitud no paraba de crecer, tanto que el propio Mandela sintió miedo, miedo de que ocurriera alguna desgracia y se estropease el día.

Sin embargo, no sucedió nada y Mandela pudo tomar el avión que lo llevó a Johannesburgo donde, de nuevo, la multitud le esperaba en el estado Soweto. Otra vez miles de personas, enardecidas, ocupando cada centímetro de tierra del estadio, en las gradas, en las farolas, en los techos, sobre los coches… todo el mundo quería ver al héroe y cuando subió al estrado fue la apoteosis. Fue un discurso corto, emotivo y sencillo que resonó por todo Soweto.

No fue hasta abril que Mandela pudo volver a su hogar natal, a Qunu, y ver por fin el lugar donde su madre había sido enterrada. Aquel sepelio al que no le habían dejado asistir y que tanto le pesaba en el corazón.

Luego vinieron los viajes internacionales, los premios y los reconocimientos, porque los mandatarios de todo el mundo querían hacerse la foto con él, saludarle, hablarle… También España, donde le dimos Premio Príncipe de Asturias.

En diciembre de 1990 el gran Oliver Tambo vuelve del exilio, después de más de tres décadas fuera de su país. Es oto momento importante, que ayuda además a mantener la unión en el ANC, ya que son muchos quienes critican a Mandela por «hablar tanto con los blancos, por pasar más tiempo con De Klerk que con su pueblo». Pero a pesar de ello, en julio de 1991 es elegido presidente del ANC sin oposición y con Ciryl Ramaphosa como Secretario General del partido.

Parece que el proceso político va viento en popa, pero no pasa lo mismo en la vida personal de Mandela. Las cosas ya hace mucho que no funcionaban del todo entre él y Winni y el día 13 de abril de 1992 anuncian su separación, lo que supuso un golpe muy duro para Mandela.

En 1994, por fin, tuvieron lugar las primeras elecciones libres de Sudáfrica, en las que Mandela sería elegido presidente del Gobierno. Comenzaba entonces una época, la del ‘país del arcoiris’, como le llamaron, el país que había sido capaz de superar sus diferencias y reconciliarse en busca de un futuro común. Un país al que todavía le quedaban muchos baches que superar pero que abrazaba la democracia y se abría a una nueva era.

Desde entonces, Mandela sería el protagonista indiscutible durante un mandato en el que se multiplicaron los actos de reconciliación y paz. En 1999, con 81 años, una nueva Constitución para Sudáfrica y mucho vivido a sus espaldas, decidió retirarse de la vida política. Desde entonces, ha trabajado en otros ámbitos, más tranquilos, por el futuro de su país hasta que los problemas de salud le apartaron completamente de la vida pública. Sin embargo, su figura es cada día más reconocida, su imagen está presente en todas las televisiones del mundo y los periódicos informan al instante de su estado de salud. Su nombre se ha convertido en un referente mundial y su personalidad se estudia por los escolares sudafricanos. Es la revancha histórica del hombre que durante 27 no pudo salir ni una sola vez de la cárcel, ni siquiera para el entierro de su madre, y cuya imagen y palabras estuvieron prohibidas durante tres décadas.

Nelson Mandela (V): Los años más duros

Nelson Mandela (V): Los años más duros

Esta entrada forma parte de la serie dedicada a la biografía de Mandela. El resto de entradas pueden encontrarse aquí:

I.- Años de infancia y toma de conciencia
II.- Nelson Mandela, la llegada a Johannesburgo.
III.-La instauración del Apartheid.
IV.- Condenado a cadena perpetua
V.- Los años más duros

También puede escucharse en formato podcast, aquí. 

Tras su condena a cadena perpetua, Nelson Mandela y el resto de sus compañeros fueron enviados a la prisión de Robben Island. Allí pasaría la escalofriante cifra de 27 años, en unas durísimas condiciones y sin obtener permiso siquiera para asistir al funeral de su madre.

El propio Mandela también iba a erosionarse durante estos 27 años que pasó en prisión. En los primeros cuatro años de condena, sólo pudo ver dos veces a su mujer, apenas podía recibir correspondencia y, en lo que fue el mayor golpe para él, no le permitieron asistir al entierro de su madre. Fue tan duro que en ocasiones llegó a preguntarse si había merecido la pena su sacrificio. Sin embargo, pesar del sufrimiento, mantuvo su dignidad y alma rebelde, liderando pequeñas protestas desde la cárcel. Redactando escritos, haciendo peticiones y exigiendo unos mínimos derechos, pues la discriminación llegaba hasta tan punto que hasta el pan que comían y las ropas que vestían en la cárcel eran diferentes según el condenado fuera negro, blancos y coloureds.

Prisión Robben Island
[Entrada a la prisión de Robben Island con la inscripción: «Servimos con orgullo». Fotos: Aurora M. Alcojor]
Hector Pieterson, muerto por la represión del Apartheid en Soweto 1976
La mítica foto del niño Hector Pieterson, muerto durante la rebelión de Soweto de 1976. Foto de San Nzima

Al mismo tiempo, la sociedad seguía luchando. En 1976 tuvo lugar la revuelta de Soweto, cuando los estudiantes se rebelaron contra la intención de los dirigentes del Apartheid de imponer el afrikaans como lengua de estudio en todos los colegios, y el Gobierno, como siempre, respondió con más mano dura dejando una nueva imagen para la historia de la infamia: la del cuerpo inerte del pequeño Hector Pietersen, llevado en brazos por su hermana, tras ser disparado por los soldados.

Un año más tarde moría torturado Steve Biko, líder del movimiento Conciencia Negra, que instigaba a los jóvenes negros a no considerarse inferiores a los blancos. Aunque los dirigentes del Apartheid lo negaron, las fotos publicadas por su amigo, el periodista blanco Donald Woods, no dejaban lugar a la duda.

Para la década de los 80, Sudáfrica ya es un país ingobernable. Ni todos los tanques del mundo pueden acabar con las protestas que se registran un día sí y otro también en todos los puntos del país. Así que el Ejecutivo comienza un primer y timidísimo acercamiento. Una mañana de mazo de 1982, Mandela y varios de sus compañeros son trasladados a la prisión de Pollsmoor, al sur de Cape Town, que, comprado con Roben Island, era como un hotel de cinco estrellas.

Efectivamente, el 31 de enero de 1985 tiene lugar el primer momento histórico: El presidente ofrece públicamente la libertad a Mandela, y a todos sus compañeros, si rechaza incondicionalmente la violencia como instrumento de lucha política. Pero hay una trampa en el ofrecimiento y el CNA se niega a aceptar. No pueden permitir que caiga sobre sus hombros la responsabilidad del uso de la violencia, cuando en realidad era el Estado el que sistemáticamente la usaba contra todos los negros.

La situación era complicada y los encuentros comenzaron casi a escondidas, mientras el país seguía viviendo años convulsos. El estado de emergencia se declaró en 1987 y 1988, las detenciones eran masivas pero de todos lados salían jóvenes dispuestos a manifestarse, a tirar piedras, a realizar pequeños actos de sabotaje, a quemar coches… Y la represión era más dura cada momento. Los tanques entraban en los townships día sí y día también arrasándolo todo. Y con ello, hacían renacer el odio en la población negra que volvía a la carga con más fuerza si cabe. Así, como una pescadilla que se muerde la cola, la situación se hacía ya insostenible.

manifestación contra el Apartheid en Reino Unido.
La campaña contra el Apartheid en Reino Unido incluyó manifestaciones, conciertos y demandas políticas para imponer un boycot efectivo contra el Apartheid. Foto: British Anthiapartheid Movement

A esto se sumaba también la presión internacional: Sudáfrica sufría el veto para participar en los acontecimientos deportivos; en Inglaterra miles de jóvenes se manifestaban contra el gobierno del Apartheid, Estados Unidos, por primera vez, parecía que dejaba de ver con buenos ojos al gobierno…

Finalmente, en 1989 dimitía el presidente del Gobierno, P. H. Botha, que iba ser sustituido por Frederick W. de Klerk. En un principio, nada hacía indicar que las cosas cambiarían con este hombre. Era un hombre del partido, sin espíritu de reforma. Pero las cosas no siempre son como parecen. Y De Klerk comenzó a desmantelar algunas de pilares del Apartheid. Cosas que pueden parece nimias, pero que eran importantes: las playas se abrieron para gente de todos los colores y lo mismo pasó con los lugares públicos; anunció a disolución de las fuerzas especiales para combatir a los que atacaban al apartheid y comenzó a hablar de reconciliación. (Continuar leyendo aquí)

 

Nelson Mandela (IV): condenado a cadena perpetua

Nelson Mandela (IV): condenado a cadena perpetuaEsta es la cuarta entrada de la seria «Nelson Mandela, una vida para celebrar». Puedes encontrar las anteriores aquí:

I.- Años de infancia y toma de conciencia
II.- Nelson Mandela, la llegada a Johannesburgo.
III.-La instauración del Apartheid.
También puede escucharse en formato podcast, aquí. 

Tras la prohibición del Congreso Nacional Africano en 1960, la ejecutiva tuvo que tomar una difícil decisión: los miembros del partido debían pasar a la clandestinidad o salir fuera del país para fortalecer la organización. Entre los que marcharon estaba Oliver Tambo, que sería el líder del partido en el exilio durante más de 30 años. Desde allí se dedicó a conseguir ayuda, recaudar fondos y hacer proclamas antiapartheid.

Ante esta disyuntiva, con el partido ilegalizado, quedaba claro que la resistencia pacífica era inútil y vuelve a plantearse la polémica de la lucha armada. Esta vez, gana la tésis Mandela y es precisamente a él a quien se le encarga la creación de la nueva organización.

 “Yo, que nunca había sido un soldado, que nunca había luchado en ninguna batalla, que ni siquiera había disparado ni apuntado con una pistola al enemigo, fui el encargado para crear un ejército”.

El nombre de la organización sería Unkhonto we Sizwe (La flecha de la nación), pero se le conocería familiarmente como el MK: El mando en jeje estaría formado por Jose Slovo, Walter Sisulu y el propio Mandela. Entre los tres comenzaron a buscar la forma de “empezar una revolución”. Pero por el momento, sólo podían leer y hablar con expertos. La estrategia era realizar acciones selectivas contra instalaciones militares, plantas de electricidad, líneas de teléfono y medios de transporte; con esto, claro, no impedirían la acción del ejército, pero sí asustarían un poco al gobierno, alejarían al capital extranjero y debilitarían la economía. El objetivo era llevar al Ejecutivo a la mesa de negociaciones.

Pero para comenzar, hacía falta apoyo exterior y quedaba mucho que aprender. Así que Mandela aprovechó una invitación del Movimiento Pan Africano para asistir a una conferencia en Addis Abeba, Etiopía, en febrero de 1962. Allí se reunió con los líderes de otros países africanos para conseguir apoyo económico y militar, así como entrenamiento militar para sus hombres. Además, viajó por varios países, algunos de ellos ya independizados, como la Tanzania de Julius Nyerere, o la Ghana de Krumah y, por primera vez en su vida, se sintió un hombre libre. Podía sentarse donde quisiera, no había carteles que le marcaban a cada momento lo que No podía hacer; no había nadie superior a él por el mero hecho de ser blanco… Cambió su perspectiva respecto a todo. También fue a Etiopía- el único país que nunca fue conquistado-, a Marruecos, a Mali, a Guinea, a Liberia y a Senegal y en aquellos momentos en los que el continente vivía una especie de euforia colectiva, decidió que su Sudáfrica se merecía también algo así.

Al volver a su país, continuó con sus mítines y encuentros clandestinos hasta una fatídica noche de agosto de 1962. Ese año, en una fría noche del invierno austral, fue arrestado por la policía. En un principio fue rápidamente juzgado y le condenaron a cinco años de prisión: tres por incitar a los trabajadores negros a ir a la huelga y dos por abandonar el país sin documentos válidos de permiso. Pero lo peor todavía estaba por llegar. En 1963 comenzó el proceso de Rivonia, en referencia a la calle del mismo nombre, en Johannesburgo, donde la policía había intervenido una casa utilizada por el CNA con muchísima documentación. En estos papeles aparecía Mandela, y de ellos derivaría un nuevo juicio, esta vez por sabotaje y traición.

Nelson Mandela (IV): condenado a cadena perpetua

Con estas acusaciones, la posibilidad de salvación era mínima. Mandela estaba condenado pero aún así tuvo agallas para dar un último un último discurso, que duró cerca de tres horas, y que terminaba así: “He luchado por una sociedad libre y democrática en la que todas las personas convivan juntas en armonía y con las mismas oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y alcanzar. Pero si es necesario, también es el ideal por el que estoy dispuesto a  morir”.

Nelson Mandela (IV): condenado a cadena perpetua
A pesar de las dificultades a las que se enfrentaba la población negra en aquellos años, fueron miles las personas que se manifestaron para mostrar su apoyo a Nelson Mandela y el resto de juzgados en el Proceso de Rivonia, por el cual terminarían siendo condenados a cadena perpetua. Fuente: Google Arts and Culture / Pambilia Media. 

El discurso retumbó por toda la sala, enmudeciendo al público y a los jueces, y tuvo una enorme repercusión en la sociedad gracias a que un valiente periódico, el Rand Mail transcribió estas palabras letra por letra, a pesar de que reproducir lo que Mandela decía también esta prohibido. Fue un shock mundial, pero no logró ablandar ni un ápice la mano dura del gobierno y el 12 de junio de 1964, el veredicto retumbó en la sala: “cadena perpetua” para los acusados.

Esa misma noche, Mandela y otros líderes del partido fueron trasladados a Robben Island para cumplir su condena. El Gobierno creía haber ganado la guerra, pero en realidad acababa de comenzar a perderla. (Continúa aquí)