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El escritor de un país sin librerías

Guinea Ecuatorial sigue siendo la gran olvidada de la historia española. Apenas se menciona en unas líneas en en los manuales de Historia, y pareciera que apenas existe relación entre los dos países, a pesar de que nos une un pasado común, relaciones políticas y económicas y una importante comunidad española de origen ecuatoguineano o con doble nacionalidad.

Cartel de la película El escritor de un país sin librerías.De todo esto, y de mucho más, nos habla el documental El escritor de un país sin librerías, en el que Marc Serena recoge el testimonio de Juan Tomás Ávila Laurel, escritor de Guinea Ecuatorial que actualmente reside en España y que ha sido una de las principales voces contra el Gobierno de Teodoro Obiang, que lleva en el poder desde 1974.

Ávila Laurel es autor de numerosos libros, de los cuales se recogen algunos extractos en la película, además de un activista contra el régimen que gobierna su país desde hace ya más de 45 años. En 2011 comenzó una huelga de hambre  que terminó pronto por no conseguir el apoyo esperado en la propia Guinea. Sin embargo, su activismo continuó, ya desde Barcelona, donde es un exiliado de facto, pero no legalmente, ya que quiere continuar volviendo a casa siempre que puede. Allí están su familia y sus amigos, aunque no sus lectores, pues Guinea es, como dice el título, un país prácticamente sin librerías (se pueden contar con los dedos de las manos) y en el que escasea la actividad cultural, a pesar de lo cual ha dado grandes autores como María Nsue o Justo Boleika.  Una dificultad de la que charlan en la película junto a otros representantes del espacio cultural ecuatoguineano: la escritora y profesora de Universidad Trifonia Melibea Obono, el dramaturgo y poeta Recaredo Silebo Boturu, y el rapero Negro Bey (Mariano Francisco Ebana Edu) cuya canción Carta al presidente, aparece en la cinta.

El Escritor de un país sin librerías nos traslada a los orígenes de Ávila Laurel a través de recursos de archivo archivo (el No-Do y otras grabaciones de la época) y de imágenes de animación, para ilustrar lo que Ávila Laurel va narrando en su lengua natal, el anobononés, y en la que intenta hablar siempre que puede.  Recuerdos del colegio, de la obligación de hablar español y del abecedario aprendido y recitado con imágenes que no conocían: “a de amaploa, b, de burro…”, de los juegos con sus amigos y de su día a día.

El escritor de un país sin librerías
«No les gustaban nuestros nombres y los cambiaron para ponernos apellidos de ciudades españolas», cuenta Juan Tomás Ávila Laurel en referencia al origen de su apellido. Imagen: El Escritor de un país sin librerías

Pero el documental nos cuenta también la realidad actual del país. Un país enormemente rico en petróleo pero en el que la mitad de la población vive sin acceso a agua potable, un lugar donde el despilfarro de sus líderes -y especialmente el del hijo de Obiang, Teodorín- no conoce límites, y donde la represión acecha siempre a la vuelta de la esquina. Un país donde cada mes de junio, las televisiones, radios y empresas privadas celebran juntas el cumpleaños del presidente, con mensajes en las portadas y vallas publicitarias para loar su labor.

Infraviviendas en Guinea Ecuatorial
A pesar de las riquezas obtenidas por el petróleo, en Guinea Ecuatorial todavía quedan muchos barrios de infraviviendas, calles sin asfaltar y familias sin acceso a agua potable. Imagen: El Escritor de un país sin librerías.
Cartel publicitario de Obiang
Uno de los muchos carteles que se encuentran en las calles de Guinea Ecuatorial alabando al presidente Teodoro Obiang. Imagen: El Escritor de un país sin librerías

Un realidad frente a la que se alzan numerosas voces críticas, como Ávila Laurel y otros muchos como él que sólo quieren una Guinea Ecuatorial verdaderamente democrática, libres de este presidente apoltronado en el poder, y en el que el progreso y los recursos lleguen realmente a la ciudadanía.

Mientras eso sucede, siempre quedarán los relatos, ensayos, novelas y poemarios de su faceta como escritor. Entre ellos destaca Arde el monte de noche (Calambur Editorial, 2009) y Cuentos Crudos (2008). Es un autor muy prolífico pero algunos de sus últimos libros los ha escrito directamente en inglés, desde donde se traducen a otras lenguas, sin que algunas hayan llegado a ser editadas al español, prueba de la poca importancia que damos aquí a nuestro pasado colonial.

El escritor de un país sin librerías fue candidata a siete Goyas, en la edición de 2020, incluida la de mejor canción original por la preciosa Invocación a la libertad, de Pau de Nut, que cierra la cinta. Durante todo este mes de agosto se puede ver on line a través de Filmin.

El director de la película, Marc Serena, es, además, autor de otro documental sobre África: Tchindas, sobre la población LGTBI en Cabo Verde, y del libro Esto no es africano, sobre la homosexualidad en el continente.

Para saber más sobre la película, conocer los lugares de próximas proyecciones o ver materiales extras sobre el documental, podéis visitar la web aquí.

Tráiler «El escritor de un país sin librerías»

Djibril Diop Mambéty, renovador del cine africano

Actor de teatro, compositor, poeta y director de cine Djibril Diop Mambety (Colobane 1945 – Paris 1998), tuvo una vida completamente apasionante y a lo largo de sus películas fue plasmando su visión transgresora, crítica y personalísima de su país. Perteneciente a lo que sería la segunda ola de directores africanos tras las independencias, en sus historias hay crítica, sí, pero muy alejada de la que ofrecían los pioneros, como Ousmane Sembéne, que veían el cine como una herramienta formativa y didáctica para las poblaciones que acaban se salir del colonialismo. Mambèty no tiene reparos en criticar algunas actitudes  de sus propios compatriotas y mira al mundo con ojos y mente abierta, lo que hace que sus películas sean difíciles de clasificar y, en ocasiones, incluso de contar.

Djibril Diop Mambéty, renovador del cine africano.
Djibril Diop Mambéty, renovador del cine africano.

Antes de comenzar a realizar películas, Mambéty había trabajado en el teatro (se hizo un nombre por su participación en La tragédie du roi Christophe, en la que Aimé Césaire describe la lucha del pueblo haitiano por su liberación, y que se convertiría en un clásico de la Negritud entre la gente de las artes) y como locutor radiofónico, y mantenía estrechos contactos con el mundo del arte en su Senegal natal, donde en 1966 se celebró la I Edición del Festival Mundial del Arte Negro, promovido por el entonces presidente Léopold Sédar Senghor

Festival Mundial del Arte Negro (1966)

Eran los primeros años de la independencia y el objetivo era dar a conocer al mundo el arte y el pensamiento africanos, que durante siglos se habían negado, alegando que se trataba de un continente sin historia y creaciones propias. Entre el 1 y el 24 de abril de 1966 se reunieron en Dakar representantes de todas las artes: pintura, escultura, música, danza, teatro, letras… Hubo gente de 45 países africanos y una importante representación de la diáspora y los artistas afrodescendientes, además de importantes figuras asentadas en Francia. Allí estuvieron, entre muchos otros, Aimé Césaire, Wole Soyinka y Nelson Mandela, siempre recibidos por Senghor y Cheik Anta Diop, que llevaba años intentando poner en el centro la filosofía, la historia y la cosmogonía de los africanos.

Mambety tenía entonces 23 años y absorbió todo lo que pudo de los encuentros con estos grandes artistas, pero también con los pequeños, con los menos conocidos, lo que actuaron en bares y las calles. Algo que en realidad ya llevaba haciendo desde que contaba con poco más de 11 años, cuando se enroló en su primera compañía de teatro.

Cartel de la película Contras City, de Djibril Diop Mambéty.
«La irónica y mordiente visión de Mambéty sobre la ciudad dividida que era Dakar en 1961. Por una parte, la ciudad colonial, opulente y pomposa. Por la otra, la Dakar nativa, pobre aunque genunina». Así resumía el cartel original la película Contras City.

Dos años más tarde dirigió y produjo, sin tener ninguna formación reglada en cinematografía, y en un tiempo en el que el uso de las cámaras y el sonido era ciertamente complicado, su primera obra Contras City (1968), un corto documental de ficción en el que se muestran los contrastes y realidades del Dakar de los años 60, a través de las imágenes que vamos viendo mientras dos jóvenes, un senegalés y una francesa, dan un paseo en carro por las calles de la capital. Los mercados atestados de gente, las zonas de arquitectura colonial, vacías y limpias; un puñado de jóvenes monjas, el momento de la oración.

Después vendrían Badou Boy y la gran Touki Bouki (1973), que le valió el reconocimiento internacional (recientemente, la BBC se preguntaba si no sería la mejor película africana de todos los tiempos) y de la que hablaremos otro día porque sin duda merece un espacio propio. Después de ella, tendrían que pasar 15 años hasta que viera la luz su siguiente proyecto Parlons grand-mére (disponible por sólo 3 euros en Vimeo) en la que Mambéty recoge el proceso de rodaje de la película Yaaba, del director Idrissa Ouédraogo, en Burkina Faso.

En 1992 llegaría Hyènes, una verdadera obra maestra y, más tarde Le Franc (1994) y La petite vendeuse de soleil, una verdadera decilia de película publicada de forma póstuma en 1999, tras su muerte, cuando sólo contaba con 53 años.

Sólo siete películas, la mayoría de ellas cortometrajes, que, sin embargo, han dejado miles de líneas escritas, un sinfín de entrevistas con declaraciones explosivas, admiración y muchas lecciones de cine por su capacidad renovadora, su rupturismo y los grandes personajes que supo construir.

Podemos colocar a Mambéty en la categoría del Tercer Cine, por su crítica clara al colonialismo, pero lo que de verdad destaca de sus obras es la heterogeneidad y la diversidad de su visión, en la que no entra el maniqueísmo ni las ideas preconcebidas, sino la exploración y la innovación en las imágenes, la música y las historias de sus personajes.

Hyènes, la película más feroz de Djibril Diop Mambéty

Maravillosa película de Djibril Diop Mambéty, uno de los directores más innovadores y originales del cine africano. La película, rodada enteramente en wolof, estuvo entre las seleccionada a la Palma de Oro en Cannes (1992) y ha sido recientemente restaurada y “reestrenada” por Metrograh.

Fotograma de la película Hyenes, de Djibril Diop Mambety.
Fotograma de la película Hyenes, de Djibril Diop Mambety, restaurada por Metrograph. En la imagen, los dos protagonistas charlan, antes de que Ramatou ponga precio a la cabeza de Draman.

Es, quizás, una de las obras de Mambéty donde la reivindicación es más clara y la crítica más estricta: contra el poder del dinero, contra la corrupción y las relaciones neocoloniales que, en palabras del director “están traicionando las esperanzas de la independencia por el materialismo occidental”, pero también a sus propios compatriotas, que se han dejado corromper por el dinero.  Aunque en realidad, la historia que nos cuenta Hyènes podría suceder en cualquier lugar del mundo, porque trata temas universales: la codicia, la venganza, la traición y la moral humana. De hecho, es la adaptación de una obra de teatro, originalmente titulada ‘La visita de la vieja dama’, del autor suizo-alemán Friedrich Dürrenmatt, a quien está dedicada la película. Una adaptación magistral en la que África está presente en cada milímetro de celuloide, ya desde el título.

“La hiena es un animal de África, particularmente salvaje. Casi nunca mata. Prima hermana del buitre. Sabe cómo oler la enfermedad en los otros. Es capaz de seguir, durante toda una estación, a un león enfermo. Desde la distancia. Cruzando el Sahel. Para festejar luego toda una noche sobre su cadáver. En paz”.
Djibril Diop Mambéty, en Walker Arts.

Hyènes comienza presentando el tranquilo pueblo de Colobane y a Draman Drameh, el dueño de la tienda-bar, al que todo el mundo parece respetar y apreciar, quizás porque dejar a fiar en la tienda, quizás por su posición privilegiada. Pronto comienza a correr la noticia en el pueblo de la vuelta de una hija pródiga, que tuvo que emigrar y ahora vuelve siendo “más rica que el Banco Mundial”. La acción gira entonces en torno a ella: cómo era de joven, por qué se fue, cómo conquistarla para que deje su dinero en el pueblo.

Una enorme comitiva la espera a su llegada, que no se produce donde estaba previsto sino donde ella decide, obligando al tren a parar.  Aparece entonces Linguère Ramatou. completamente tapada, vestida de blanco, ocultando su pierna de oro y acompañada de un nutrido y llamativo séquito de ayudantes entre los que destacan varias mujeres masais, una oriental y el antiguo administrador de justicia del pueblo.

Tras ser recibida y alabada por los griots, y adulada por las autoridades, Ramatou pone fin a la palabrería y desvela a los cuatro vientos su verdadera intención. Después de 30 años de obligada ausencia, vuelve a casa para vengarse del hombre que le arruinó la vida cuando contaba con tan solo 17 años. Y para ello, ofrece 100.000 millones al pueblo con una sola condición: que acaben con la vida de ese hombre, cuyo nombre es Draman Drameh.

Cartel original de la película Hyènes, estrenada en Cannes en 1992. Film poster © DR
Cartel original de la película Hyènes, estrenada en Cannes en 1992. Film poster © DR

Su objetivo es claro: ver sufrir a su antiguo amante como lo hizo ella: difamada y repudiada por su propia familia tras quedar embarazada de Draman y ver cómo este, aprovechándose de su posición y dinero, no sólo lo negaba sino que pagara otros dos hombres para que afirmaran haberse acostado con ella, manchando su reputación y obligándola, por tanto, a marcharse.

Colobane, un pueblo en la miseria

Corren los años 80 y Colobane se encuentra en una situación de desastre total. Sin ingresos, sin trabajo, sin posibilidades, el pueblo muere y el propio Ayuntamiento ha tenido que vender sus muebles por falta de pagos. La crisis se lo había llevado todo y las políticas de recortes y ajuste estructural acabaron con lo poco que quedaba. Es entonces cuando entra en escena Ramatou, con sus miles de millones en el bolsillo, logrados gracias a la indemnización por un terrible accidente de avión que la dejó el cuerpo destrozado. Ahora es “vieja, arrugada y con una sola pierna”, como ella se describe. Pero tiene dinero. Más qué el Banco Mundial.

Lo que consigue Mambéty es mostrar cómo opera el cambio de mentalidad en el pueblo, al tiempo que la desesperación se va apoderando poco a poco de Draman. Al principio, todos tienen claro que es una locura: ¿cómo van a matar a un vecino sólo por dinero? Nadie acepta el trato, todos se indignan y rechazan siquiera la posibilidad. “Antes morir de hambre que mancharse de sangre”, responde el alcalde. Y es entonces cuando Ramatou se sienta a esperar, como la hiena, “que es capaz de seguir, durante toda una estación, al león enfermo. A distancia. Sin intervenir. Sin matarlo. A lo largo de todo el Sahel. Esperando. Para terminar dándose un festín con su cuerpo”, en palabras de Mambety.

Ramatou sólo tiene que esperar. Esperar a que la necesidad, la angustia, el egoísmo o el ansia de dinero hagan su efecto entre unos vecinos desesperados. Poco a poco, estos van encontrando razonable la oferta de Ramatou. Incluso justa. No lo hacen por dinero, sino por justicia. Lo que hizo Draman está mal, tiene que pagarlo. Ellos serán los justicieros. Draman, por su parte, ve alertado cómo todos en el pueblo empiezan a gastar, en su cara y sin tapujos, conscientes de que pronto tendrán el dinero prometido por Ramatou. El pavor se siente en los ojos de Draman, a quien hasta sus amigos más cercanos dan la espalda y ve cómo pasa de estar a punto de ser alcalde a convertirse en un apestado para sus vecinos.

«La pequeña ciudad, cuya rectitud inspiró a los bardos de la tradición (Yandé Codou Sène), de la modernidad (Léopold Senghor) y dejó maravillados a los dignatarios extranjeros (la reina de Inglaterra), ya no existe. No hay nada sagrado; ni el honor de años pasados, ni la dignidad de los Guelwaar y menos aún el respeto por la dignidad humana. La pobreza y la mentalidad de subsidio han reducido a sus habitantes a comportarse como esclavos dispuestos a ofrecerse al primero que pasa. Los dirigentes de la ciudad se han convertido en marionetas que no vacilan en inclinarse ante el poder del dinero; sus hijos se han transformado en aprendices de pedigüeños. El desafío que lanza Ramatou no deja indiferente a nadie» escribe Sada Niang en Djibril Diop Mambéty, cineasta africano, Cuadernos africanos de Cine, Casa África.

La singular historia y el problema moral al que se enfrenta el pueblo son sin duda uno de los atractivos de la película, pero no es sólo eso lo que hace especial. Son sus imágenes, las vestimentas, el movimiento, la música, los diálogos y la teatralidad que ayudan a crear el ambiente perfecto en el que se va desarrollando el filme, que es a la vez transgresor y tradicional, dramático pero con destellos cómicos, mordaz pero compasivo y, sobre todo, imbuido de un continuo toque surrealista presente siempre en los pequeños detalles. Las mujeres que acompañan a Ramatou (en la imagen), la pierna y la mano dorados, el enorme cigarrillo, los sombreros mejicanos..

Momento en el que Ramatou aparece rodeada de su séquito de ayudantes. Hyènes. 1991. Djibril Diop Mambety.
Momento en el que Ramatou aparece rodeada de su séquito de ayudantes. Hyènes. 1991. Djibril Diop Mambety.

Algunos elementos son constantes en la película: los griots, siempre presentes, ya sea para aplaudir y escuchar al alcalde, para loar a la recién llegada, o para cantar la muerte anunciada de Draman; y los animales, que aparecen constantemente ya desde el inicio de la película, que comienza con las enormes patas de una manada de elefantes y que continúan presentes a través del mono, buitres, búhos, y, por supuesto, las hienas.

Destacan también los diálogos, especialmente entre Draman y Ramatou. Calmados, tranquilos. Como como dos antiguos enamorados. Como si ella no hubiera puesto precio a su cabeza. Como si él no la hubiera humillado y hundido en la miseria 30 años atrás. Pero también los que Draman mantiene con el Profesor, el único que se atreve a hablar directamente y sin tapujos sobre su futura muerte.

Es una película de corte pesimista, crítica y reivindicativa; una muestra de los efectos provocados por lo que el propio Mambéty definió como “la locura del poder”. Así, vemos cómo en el pueblo, que no tiene nada y a donde no llega nada ni nadie, empiezan a aparecer de repente electrodomésticos, radios y zapatos de los buenos; los tabacos y las bebidas caras. La globalización llega también a Colombane, en este caso de la mano del dinero de Ramatou, en lo que parece ser, según declaraciones posteriores del director, una crítica a la dependencia de la Ayuda exterior en África, especialmente intensa en los años en los que se rodó. Una película de visionado obligatorio para ir conociendo poco a poco el universo de Mambéty, uno de los grandes directores de cine africano.

 

 

Nuevas miradas sobre África desde Kenia

En tan solo 18 minutos, Pumzi nos traslada a un mundo post-apocalíptico en el que las personas no salen nunca a la calle, las órdenes se presentan mediante hologramas y la falta de agua impone nuevas formas de vida. Pero en la comunidad de Maitu, donde reciclan su propia orina para convertirla en agua, generan electricidad 100% renovable a través de la energía cinética y se suprimen los sueños con pastillas, todavía queda alguien con ganas de descubrir el mundo real. Es Pumzi, una joven que recibe una caja con tierra natural y logra que germine una semilla, lo que le hace preguntarse si no habrá vida en el exterior. Eso no es posible, le dicen, el mundo exterior ha muerto y la naturaleza ha desaparecido. Así que cuando le deniegan el “visado” para salir al mundo real, a Pumzi no le queda otra opción que escaparse del complejo buncarizado donde vive, acompañada tan sólo de su puñado de arena y su minúscula planta.

Pumzi es un cortometraje de ciencia ficción dirigido por Wanuri Kahiu, directora y productora keniata, estrenado hace ya diez años en Sundance Film Festival, como parte del New African Cinema Programme. Una obra afrofuturista, alejada de cualquier convencionalismo y en la que la autora critica la falta de libertades que se vive en tantos lugares.

 

Pumzi fue la primera obra importante de la directora Wanuri Kahiu, que en la actualidad se ha convertido ya en un nombre consolidado en la industria del cine keniata, especialmente a raíz del estreno de Rafiki (2018), su obra con mayor repercusión, en la que cuenta la historia de dos chicas, Kena (Samantha Muatsia) y Zika (Sheila Munyiva), dos jóvenes muy diferentes de una pequeña ciudad cuyos padres viven una fuerte rivalidad política a causa de la campaña electoral. A pesar de las distancias, Kena y Zika van conociéndose poco a poco hasta terminar enamorándose, lo que les provoca un importante lucha contra sus familias y la sociedad en la que viven

Basada en el relato corto Jambula Tree, de la ugandesa Monica Arac, fue el primer filme keniata seleccionada en el Festival de Cannes, en la sección Un Certain Regard. La obra, que fue censurada en Kenia por fomentar el lesbianismo (la homosexualidad está penada en el país, y puede ser castigada con hasta 14 años de edad), fue excelentemente recibida en Cannes, convirtiéndose en la primera película de Kenia en participar en el certamen, pero también, en la primera en la historia del festival en tratar el tema de un romance entre dos mujeres.

 

Con sus trabajos, la directora keniata intenta capturar y trasmitir ideas que sitúen a África y los africanos en el mismo plano que el resto del mundo, alejándose de los mensajes en los que se muestra sólo una parte del continente. Una realidad que la autora ha criticado en numerosas ocasiones, alegando que las ONGs controlan la “imaginación popular en África”, al ofrecer financiación sólo para hacer películas sobre lo que las propias ONGs quieren (películas sobre SIDA, Mutilación Genital Femenina…), ofreciendo una visión distorsionada del continente.

Kahiu, que realizó un máster en producción y dirección en la Universidad de California, y conoce bien las narrativas que se ofrecen sobre África es, además, cofundadora de Afrobubblegum, un colectivo de creadores y medios de comunicación dedicados a apoyar la creación artística en África  con un provocador manifiesto de presentación: “Creemos en una representación divertida, feroz y frívola de África. Somos contadores de historias, creadores de ropas, diseñadores gráficos, músicos, amantes de la vida, traficantes de belleza, heraldos y contadores de esperanza”.

Afrobubblegum es un colectivo de creadores dedicados a apoyar la creación artística en África, con una provocadora carta de presentación: «creemos en una representación divertida, feroz y frívola de África».

Entre los trabajos surgidos de este colectivo encontramos obras que no son, precisamente frívolas, pero que sí celebran la alegría, como la mencionada Rafiki o GER (to be separate),  en la que Kahiu retrata la historia de Ger Duani, un documental biográfico sobre un niño ex soldado, criado en Estados Unidos, que vuelve a su Sudán del Sur después de 18 años para reencontrarse con su familia. “Una historia de fortaleza y resiliencia, y de una familia llena de amor, ternura y esperanza”.

Mentalidad colonial

Estos días estoy releyendo el libro Descolonizar la mente del escritor keniata Ngugi wa Thiong’o (eterno candidato al Nóbel de Literatura y uno de los mejores narradores de la vida en tiempos de la colonia), en el que analiza la política lingüistica de la Literatura africana y explica por qué, en los años 80, decidió dejar de escribir en inglés para hacerlo exclusivamente en su lengua natal, el gikuyu. Una decisión valiente y, sin duda, difícil para mantenerse en el mercado pero que, sin embargo, no le ha impedido gozar en los últimos años de un importante reconocimiento internacional.

Mentalidad colonial
Portada del libro ‘Descolonizar la mente’, del escritor keniata Ngũgĩ wa Thiong’o.

Comienza Wa Thiong’o explicando cómo, durante los años de la colonización y las primeras independencias, era el dominio de la lengua inglesa lo que determinaba la posición y posibilidades de los nativos, tal y como muestra su propia experiencia, que le permitió ser admitido en una prestigiosa escuela gracias a su conocimiento del idioma del colonizador. Más adelante, cuando comenzaba a dar sus primeros pasos como escritor, habiendo publicado apenas un par de textos cortos, fue invitado al “encuentro histórico de escritores africanos en la Universidad de Makerere, en Kampala”. Era el Congreso de Escritores Africanos de Expresión Inglesa (1962) y en él se dieron cita los que se convertirían en los grandes pioneros de la Literatura africana (escrita en inglés), pero no autores locales de larga trayectoria pero que se escribían en sus lenguas, como el poeta tanzano Shabaan Robert  o el escritor nigeriano Daniel Fagunwa , de los que todavía hoy sabemos tan poco.

 

En mi opinión, escribe Wa Thiong’o en el Descolonizar la Mente, publicado en 2015 por la editorial Txalaparta“la lengua fue el vehículo más importante mediante el cual el poder fascinó y atrapó el alma”, una dominación cultural que fue de la mano del control político y económico, y que garantizó la transmisión de unos valores, enfoques y visiones muy determinadas, marcadas desde las metrópolis.

 

Mentalidad colonial
Foto de grupo de los participantes en el I Congreso de Escritores Africanos de Expresión inglesa, celebrado en la Universidad de Makerere, Uganda, en 1962. Fuente original: http://chimurengachronic.co.za/

 

Las representaciones de África y la construcción occidental de la imagen de África y los africanos ha marcado durante décadas la manera de abordar y entender las realidades del continente, no sólo desde la ciudadanía sino también desde las propias instituciones y, en ocasiones, los académicos e investigadores. Luchar contra los prejuicios es complicado, pero especialmente si no somos conscientes de ellos o no queremos verlos, dejando vía libre a esta mentalidad colonial, que establece una relación de superioridad cuando hablamos de África.

«El efecto de una bomba cultural es aniquilar la creencia de un pueblo en sus nombres, en sus lenguas, en su entorno natural, en su tradición de lucha, en su unidad, en sus capacidades y, en último término, en sí mismos. Les hace ver su pasado como una tierra baldía carente de logros y les hace querer distanciarse de esta. Les hace querer identificarse con aquello que les resulta más lejano, por ejemplo con las lenguas de otros pueblos en lugar de las suyas propias” (Ngugi Wa Thiong’o).

Esta idea de superioridad, en todos los sentidos, ha sido transmitida a lo largo de muchos siglos de dominación –ya sea colonial, económica o cultural- y no sólo impacta en la mentalidad del colonizador, sino también del colonizado, que puede terminar asumiendo de manera natural esa supuesta inferioridad. Ya lo explicaba en los años 50 el psiquiatra y fundador del Movimiento de la Negritur, Frantz Fanon, que investigó el proceso que provoca ese complejo de inferioridad y la consiguiente «necesidad» de asimilar la cultura dominante, y lo siguen señalando  autores más recientes como la joven escritora nigeriana Chimananda Adichie, que cuenta en El peligro de una sola historia, que cuando era pequeña y comenzaba a escribir sus primeros cuentos, todos su personajes eran “blancos y de ojos azules, jugaban en la nieve comían manzanas (…) Esto a pesar de que vivía en Nigeria y nunca había salido de Nigeria, no teníamos nieve y comíamos mangos”. Escribía por asimilación de lo que había leído, ya que no tenía referentes de su propia cultura y país. Algo similar me contaba el año pasado un profesor en Porth Elizabeth, en Sudáfrica, de algo tan sencillo como el aprendizaje del idioma inglés, cuando aprendían el abecedario diciendo «a for apple«, a pesar de que no habían visto una manzana en su vida.

Para el colonizador, la situación es contraria: por inercia, sin haber hecho nada para merecerlo, tiende a sentirse superior y, peor aún, considera que la situación del otro es insalvable, porque así se le presenta la realidad y porque es más cómodo aceptarlo así. Para ello, es necesario pasar primero por otro proceso, que es el de la ‘deshumanización del otro», tal y como se muestra en un texto que comparaba las masacres sucedidas en 1994 en Ruanda y la antigua ex Yugoslavia. Ambas estremecieron al mundo, pero mientas las primeras se presentaban como algo “natural” en África, cuestión de tribus enfrentadas; las segundas se veían como algo impropio de Europa (olvidando que los europeos se habían destrozado entre ellos tan sólo cincuenta años antes). Una deshumanización que vemos todavía hoy cuando hablamos de los migrantes muertos en el Mediterráneo: cuerpos sin nombre, sin rostro y sin historia. Cifras sobre las que discutir en una cumbre europea para ver cómo repartirse –o mejor dicho, cómo evitar repartirse– a los refugiados.

Se trata de una mentalidad tan interiorizada que incluso algunas ONGs han utilizado y utilizan este tipo de narrativas para recaudar fondos: mostrar imágenes de niños o adultos famélicos, sin esperanza, sin futuro ni pasado, sin nada, para apelar a la caridad, pidiendo un donativo que, a todas luces, no servirá para cambiar la situación sino simplemente, para solventarla temporalmente.

Sin embargo, y a pesar de todo, queda un margen para el optimismo. Muchas cosas están cambiando y, por suerte, la transformación está partiendo de los dos entes implicados: colonizados y colonizadores. En la actualidad, en la propia África están surgiendo iniciativas que promueven y valoran la historia, el conocimiento, los saberes africanos y exigen un trato en igualdad de condiciones. Iniciativas individuales e institucionales que, aprovechando las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, nos están haciendo llegar otra imagen de África. Proyectos fotográficos o audiovisuales como My Africa is o The Africa the media never shows you, por poner sólo dos ejemplos recientes, nos ofrecen la visión de un continente activo, en movimiento y consciente de sus limitaciones pero, también, de sus posibilidades. La capacidad de influencia de estas nuevas narrativas es todavía pequeña, pero ya comienza a hacerse un hueco en multitud de publicaciones y enfoques lanzados desde el Norte Global. Por otra parte, organizaciones sociales y de cooperación han sido las primeras en reflexionar sobre las representaciones que ofrecen de África y hoy son muchas las que acompañan cada una de sus campañas con informaciones y vídeos sobre el contexto político y social, las implicaciones occidentales, las demandas locales y las historias personales de las personas a las que quieren ayudar. Ahora, es cuestión de que la ciudadanía se ponga ‘las gafas decoloniales’ para repensar sus propios juicios y prejuicios sobre el continente.

Algunos ejemplos  de mentalidad colonial:

Mentalidad colonialBuen ejemplo es el tratamiento mediático que se dio a la epidemia de ébola del año 2014. Aunque había muchos periodistas cubriendo excelentemente lo que estaba pasando sobre el terreno, la realidad es que lo que se transmitió al final fue que cualquier persona proveniente de África podía ser portador del virus. Cuando la verdad es que, por suerte, la enfermedad sólo afectó a un número limitado de países

– Otro ejemplo fue el juicio al ex presidente de Chad, Hissène Habré, por crímenes de guerra contra la humanidad y torturas. Como decía el corresponsal de El País: «Esto es África juzgando a un tirano». Las víctimas exigiendo que se haga justicia y solventando sus problemas de manera civilizada. Pero de esto apenas se habló.

– En otras ocasiones, esta mentalidad colonial se encuentra en lugares insospechados, como el propio concepto de belleza universal (un tema que han estudiado bien en Afroféminas, por ejemplo) y la proliferación de referentes europeos a los que se ven sometidas los africanos (véase el éxito de las cremas blanqueantes y los productos alisadores del pelo…). Una invasión que comienza ya desde la infancia, pues lo habitual es encontrarse sólo con muñecas de perfecta piel blanca en las tiendas de juguetes. Una realidad que se propuso solventar un avispado empresario nigeriano que creó muñecas con piel negra y vestidos tradicionales africanos; eso sí, las medidas de las muñecas no se alejaban un ápice de las que hace ya sesenta años impuso la Barbie.

– Por último, no podemos olvidar que la mentalidad colonial condiciona también al colonizado. Como bien decía Steve Biko, uno de los líderes de la liberación negra en la Sudáfrica del Apartheid, «la mayor arma del opresor está en la mente del oprimido». Sólo así se entendería que una población del 5 o 10% pudiera dominar al 90% restante. Por supuesto que el apartheid contaba también con sus sistemas de represión (económicos y militares), pero es cierto que la sensación de inferioridad de los negros estaba tan arraigada que el propio Nelson Mandela –un hombre formado y líder de su pueblo- cuenta en sus Memorias que durante un viaje a Ghana en los años 60 (Ghana fue de los primeros países en independizarse) sintió ‘miedo’ cuando subió a un avión pilotado por un negro, pues durante toda su vida había ‘visto’ que trabajos de tal envergadura no se podían dejar en manos de los negros.

En 1977, el cantante y activista nigeriano Fela Kuti publicó el disco ‘Sorrow, Tears and Blood», en el cual se incluía una canción titulada, precisamente, «Colonial Mentality», que compuso tras la revuelta de Soweto en 1976 y la consiguiente represión policial, que causó la muerte de decenas de jóvenes, que se oponían a estudiar en afrikáans, por ser la lengua del opresor.  En ella, critica el complejo de inferioridad de las élites nigerianas, que parecían ver los modos y maneras occidentales como superiores a las tradiciones africanas.

 

Voces alternativas al feminismo hegemónico

Comparto, con el objetivo de repensar y reflexionar, este vídeo sobre «Feminismo mainstream» en el que cuatro grandes autoras y activistas -Chimamanda Adichie, Angela Davis, Judith Butler y Arundhati Roy- hablan y se posicionan respecto a lo que ha sido el feminismo hegemónico y cómo a través de él se ha representado la lucha de las mujeres por la igualdad sin tener en cuenta las realidades ni las necesidades de las menos privilegiadas: mujeres negras, migrantes, pobres, racializadas…

Un vídeo que nos puede servir para mirar con otros ojos la realidad, abrir nuestra mente y comenzar a deconstruirnos para formar algo más grande aún, que incluya a todas, especialmente a las menos privilegiadas.

 

Este vídeo recoge parte de las intervenciones de las escritoras con motivo de su presencia en las Conferencias del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona el pasado 2018. Un ciclo en el que se abordó el feminismo dando voz a voces alternativas y dispuestas a la crítica constructiva.

El coronavirus llega a África

El Covid-19 ya está en África, pero, de momento, se ha extendido a un nivel mucho menor que en el resto del mundo. ¿Por qué? Algunos expertos buscan explicación a esta especificidad que, por una vez, parece tener un saldo positivo para el continente.

El coronavirus llega a África
Los servicios de emergencia desinfectando un autobús en el que viajó la primera persona infectada en Kenia. Foto: AFP

El investigador Akebe Luther King Abia, de la Universidad de KwaZulu-Natal (en Sudáfrica) escribía en un artículo publicado ayer, 17 de marzo, (en todo lo relacionado con esta pandemia, nos ha quedado claro que el tiempos es oro y que la situación varía por momentos) en The Conversation.

En su texto apuntaba algunos motivos que podrían explicar que, de momento, el nivel de contagios sea mucho más bajo que en el resto del mundo; pero sobre todo, señalaba que realmente no  está nada claro, especialmente teniendo en cuenta que África ya no es un continente aislado y que los intercambios entre China y África son muy grandes.

Entre estas motivos podrían estar desde las razones climáticas (se supone que afecta más en los momentos de frío), al hecho de que en África exista un nivel más bajo de urbanización (esto es cierto en términos generales pero, sin embargo, en el continente están algunas de las ciudades más grandes del mundo, y las situaciones de hacinamiento son enormes y se multiplican los slums donde mantener medidas de seguridad tales como lavarse las manos durante 20 segundos -sin acceso a agua corriente-, o el mantener un metro de distancia de separación son absolutamente imposibles de poner en marcha, tal y como nos recordaban hace unos días en Africaye.

Otra explicación -en diferente línea- sería que no se están realizando los suficientes test sobre la enfermedad, lo que estaría, de alguna manera, escondiendo las cifras. Aunque ya son 37 los países que tienen capacidad para realizar las pruebas y los médicos de la OMS dicen que, de momento, no parece que se estén subestimando los casos.

De momento, parece que las cifras son controlables y puede que el tiempo juegue a su favor si, como parece, los países están adelantándose a las medidas necesarias. A día de hoy, el mayor número de personas afectadas se encuentre en Egipto, con 150 casos, y le siguen Sudáfrica (62 personas, Argelia (60) y Marruecos (29) y Senegal, con 26 infectados. Todos ellos han cerrado vuelos con Europa, pero esa medida, por sí sola, no es suficiente, ya lo sabemos bien. Por eso, tal y como contaba  David Soler en su estupenda newsletter, Sudáfrica ha declarado ya el “estado nacional de desastre”, cerrado colegios y está prohibido las concentraciones de más de 100 personas; y países como Kenia y Sudán del Sur han prohibido cualquier acto público, incluidos eventos deportivos, políticos o culturales. 

Impacto en los sistemas de salud africanos

Además, el temor del impacto que pueda tener el coronavirus sobre la población, en países con unos sistemas de salud ya de por sí sobrecargados, es un profundo motivo de preocupación. Es verdad que el continente cuenta con una población mucho más joven que la Europea y, en un principio, el coronavirus ataca especialmente a personas mayores y o con patologías previas, pero las noticias y la realidad nos están mostrando que personas jóvenes y sanas también pueden ser víctimas de esta enfermedad, y esto podría ser de extrema gravedad en caso de llegar a zonas donde existe una alta población con problemas de desnutrición, tal y como cuenta Xavier Aldecoa hoy en la Vanguardia.

A todo ello hay que añadir la plaga de langostas que desde el mes de octubre de 2019 asola África Oriental: Etiopía, Kenia, Somalia, Yemen… una plaga que ya está poniendo en peligro las cosechas de multitud de campesinos que, precisamente ahora, en marzo, tenían que recoger los campos. Se trata, según Naciones Unidas, de la plaga más peligrosa del mundo y la más plaga Esto puede provocar una grave inseguridad alimentaria. Una situación muy difícil de gestionar en caso de sumarse a los contagiados por coronavirus y a las dificultades que habrá en los próximos meses para el traslado de especialistas, alimentos…

Habrá que esperar a ver cómo evolucionan los acontecimientos pero, de momento, lo que sí podemos en recordar que África ya pasó por una situación parecía con la epidemia de ébola (una enfermedad 12 veces más mortal) que dejó unos 12.000 víctimas solo entre Guinea, Liberia y Sierra Leona, y que luego se extendió a demás a otros países como República Democrática del Congo, Nigeria, Mali…

De lo que no cabe duda, más allá del número de casos que finalmente tenga el continente, es que los efectos económicos de lo que todo el mundo considera ya que será una grave crisis mundial, serán duros para África. De momento, el precio del petróleo lleva ya dos semanas cayendo en picado, lo que afecta enormemente a países como Nigeria, Guinea Ecuatorial, Angola. Según datos del Overseas Development Institute, se prevé una caída de 30 billones de dólares en las exportaciones si el petróleo sigue al precio actual, además de otras dificultades que pronto vendrán, relacionadas con el pago de la deuda y la más que probable parada de la inversión. De hecho, algunas previsiones -espero que demasiado rápidas y poco acertadas- de la UNECA dicen que el continente podría llegar a perder hasta la mitad de su Producto Interior Bruto.

María Nsue Angue, referente de la literatura ecuatogiuneana

María Nsue Angue, referente de la literatura ecuatogiuneana
La autora de ‘Ekomo’, María Nsue, durante una charla en Casa África.

 

María Nsue fue la primera mujer ecuatoguineana en publicar una novela en español y bautizada como la “abuela cuentacuentos” por Benita Sampedro, fue una escritora y periodista que consiguió una considerable repercusión internacional gracias, sobre todo, a su primera publicación, Ekomo, de la que hablamos más arriba. “La persona más libre y más natural de Guinea Ecuatorial, sin artificios ni falsa modestia”, según escribe Gloria Nistal, directora del Centro Cultural de España en Malabo en el prólogo y cuenta también aquí.

Nacida en la provincia de Río Muni, en lo que entonces era la Guinea Española, en el año 1945, pasó los primeros años de su vida en una pequeña aldea junto a su familia de la etnia fang, de la que siempre conservaría vívidos recuerdos y una amplia cosmogonía que luego plasmó en sus cuentos y novelas.

Con tan sólo ocho años viajó con sus padres a Madrid. Era el año 1953, y por entonces, Guinea era todavía territorio español y así lo atestiguaba incluso el DNI nacional de algunos de sus habitantes. Aquí realizó sus primeros estudios y comenzó con su carrera literaria, pero pronto volvió a su lugar natal, donde trabajaría como periodista en el ministerio de Información Prensa y Radio de Guinea Ecuatorial.

Su primera y más importante novela, Ekomo, se publicó por primera vez en 1985, en la editorial de la UNED, universidad a la que ha estado siempre vinculada. Más tarde, la encargada de revitalizar su obra sería la editorial SIAL, que precisamente en 2008 reeditó esta novela y que más tarde publicaría algunos de sus cuentos. Precisamente en enero de 2017, cuando la editorial Sial lanzaba el volumen Cuentos y relatos, María Nsue fallecía en su casa de Malabo a la edad de 72 años.

Su fallecimiento llegó, quizás, cuando se comenzaba a poner en valor su figura, con un resurgimiento del interés por la literatura africana en general y la ecuatoguineana en particular, que ha llevado a la publicación de obras como la recienteísima ‘Nuevas voces de la literatura de Guinea Ecuatorial’, de Juan Riochi.

Además, Nsue había participado en los últimos años en numerosos eventos y encuentros en los que hablaba sobre todo de la importancia de la oralidad en África, de las costumbres de la etnia fang y de las vidas de las mujeres en Guinea Ecuatorial. La oralidad y la recuperación, o el recuerdo de las costumbres era un tema que le interesaba especialmente, y en el que ya había trabajado anteriormente a través de otros proyectos como el programa infantil para la Televisión de Guinea Ecuatorial que se llamó “Bía-Bía”.

Dos años antes, el 25 de junio de 2015, la Real Academia Española la nombró Académica Correspondiente en Guinea Ecuatorial, una figura por la cual la RAE “distingue a personas reconocidas por sus investigaciones, estudios y publicaciones sobre distintas materias relacionadas con la lengua o la literatura españolas”.

Para más información, no dejen de leer este texto que Trifonia Melibea, la escritora ecuatoguineana que sigue sus pasos,  le dedicó tras su muerte.