Kenia se enfrenta, una vez más, al fundamentalismo radical. Una amenaza siempre latente, aunque sólo se haga presente en ciertas ocasiones. Esta vez ha sido una violenta masacre contra jóvenes estudiantes de la Universidad de Garissa, una ciudad situada a unos 140 kilómetros de la frontera con Somalia. Un brutal ataque que ha dejado 148 muertos, asesinados a tiros en el campus universitario. Jóvenes que se preparaban para los exámenes, jóvenes que eran el futuro de su país.
Los responsables de la masacre son los miembros de la milicia somalí de Al-Shabaab, un grupo terrorista que lleva años extendiendo el terror por el Este de Kenia pero también en la propia Somalia. De momento, las autoridades keniatas han identificado ya a cinco de los terroristas, entre los cuales se encontraría el hijo de un funcionario del Gobierno del país, Abdirahim Abdullahi, que había desparecido en 2013. Para más inri, Abdullahi era diplomado en Derecho por la Facultad de Nairobi, un joven con un futuro brillante como jurista, según han explicado desde el ministerio del Interior. Una vez más, cuesta entender qué mecanismos llevan a estos jóvenes a lanzarse al extremismo violento. Creo que sería más fácil entenderlo si se tratara de jóvenes salidos, por ejemplo, del campo de refugiados de Dabaad, el más grande del mundo, donde viven somalís de hasta tercer generación que nunca han salido de allí. Sin embargo, es al contrario, tal y como cuenta María Ferreira, desde el terreno, en GuinGuinBali (que están haciendo un extraordinario seguimiento): “son mayoría los jóvenes de la diáspora que nacieron en Kenia los que condenan el atentado (…) Ellos se sienten kenianos”.
Lo que está claro es que el terrorismo de Al Shabaab no es cuestión de religión ni de etnia, aunque en esta ocasión los terroristas hayan intentado hacerlo pasar como tal, matando a los cristianos y dejando marchar a los musulmanes. En otras ocasiones, no han hecho distinción. En septiembre de 2013 fueron más de 60 las víctimas mortales en el centro comercial Westgate, y en diciembre de 2014, otros dos ataques causaron 58 muertos en Mandera, al noreste de Kenia. En total, este grupo terrorista ha matado ya a más de 400 personas en Kenia desde que el 2011 este país decidiera tomar parte en la misión de la Unión Africana contra Al Shabab en Somalia.
«No estaréis a salvo hasta que vuestro presidente retire a los soldados de Somalia», dijeron los terroristas a los estudiantes, según han explicado algunos de los supervivientes. Es una amenaza a la seguridad de Kenia por su implicación en la Amisom, la misión de la Unión Africana en Somalia. El grupo islamista ha acusado al Ejército keniata de matar civiles indiscriminadamente y violar a mujeres en la región de Jubaland, ocupada por las tropas de la Unión Africana, y ha asegurado que “no habrá paz para la población keniana, mientras no la haya en Somalia”.
La situación no es nueva, pero se hace cada vez más insostenible. La división crece en Kenia aunque la sociedad civil se une para hacer frente a la barbarie pasando por encima del miedo. Lo hacen a través de llamamientos a la unidad a través de los medios de comunicación, lo hacen con manifestaciones, a las que asisten cristianos y musulmanes, y a través de las redes sociales, con hastags como #OneKenya y #Weareone. Igual que lo hizo el mundo entero con los atentados de París o Nueva York. Sólo que éstas tienen menos repercusión. Una realidad de la que ya hemos hablado muchas veces. Quizás por eso, para llamar la atención al mundo sobre los muertos kenianos, otros jóvenes del país, sus propios compañeros en la Universidad han lanzado una campaña para recordarnos que detrás de los números, -147 muertes-, detrás de los cadáveres amontonados -¿cómo es posible que se hayan tratado los cadáveres así?- hay 147 historias, 147 chicos y chicas con nombres, sueños, expectativas… #TheyHaveNames
¿Quién es Al Shabab?
En este blog ya hablamos de ellos hace un tiempo y Gemma Parellada lo explica muy bien en este artículo de 2013: ‘Guerra Santa contra Kenia’:
Desde el colapso del gobierno central, somalí en 1991, algunos Tribunales Islámicos se fueron instalando en algunas localidades, ofreciendo códigos, pautas y castigos para una población necesitada de reglas y protección. El sistema judicial basado en la Sharía, la ley islámica, se fue extendiendo y llenando el vacío legal. El año 2000 se coordinaron, crearon la Unión de Tribunales Islámicos y fue éste inicio de institución que en 2006 se propagó por casi todo el país. Al Shabab nació como la rama joven y más radical de los Tribunales Islámicos, pero con la desaparición de éstos, después que las tropas etíopes invadieran Somalia y les derrotaran, Al Shabab creció en efectivos, fuerza e influencia.
Una década después, cuentan con más poder que el propio gobierno Somalí –que no controla más que una pequeña zona en torno a la capital- y han declarado la Guerra a Kenia por su implicación en Somalia-. En 2012 se calculaba que tenían entre 4000 y 6000 miembros y se hablaba ya de cómo estaban ampliando su zona de actuación hasta Uganda y Kenia.
Para terminar de entender el contexto de agravios y enfrentamientos entre ambos países, conviene también leer el texto de Pablo Arconada Las tensas relaciones entre Kenia y Somalia En este artículo, Arconada recuerda los sueños expansionistas de Somalia (que pretendía anexionarse la provincia nororiental de Kenia), las revueltas independentista de la zona y la reciente desintegración de Somalia (1991) con el consiguiente éxodo de somalíes a Kenia, el descontrol fronterizo, el contrabando… Un buen número de problemas que empeoran la ya de por sí larga historia de hambrunas en la zona y a la que desde hace unos años hay que sumar también el terrorismo.