Este domingo, en su edición de papel, El Mundo dedicaba cuatro páginas a Senegal, un país que el próximo 20 de junio celebrará sus 50 años de Independencia. Todavía no está on line, pero lo subiré cuando esté, porque creo que es muy recomendable. En conjunto, me ha parecido un texto muy interesante, aunque la entrevista al presidente me ha decepcionado. Supongo que debido a la parquedad del gobernante quien, según la autora, Silvia Taulés,: «contesta con ganas cuando se trata de explicar los progresos de su país, pero si se le pregunta por cuestiones más complejas, cruza los brazos y echa el cuerpo a hacia atrás». El caso es que al final no dice prácticamente nada sobre Senegal: el titular hace referencia a Europa (“Si los minaretes molestan en Europa, que se reduzca su altura”), buena parte del texto se dedica a hablar de cómo se deben comportar los inmigrantes en el país de acogida y termina con los secuestrados españoles en Mali. Nada concreto sobre el país que dirige.
Lo mejor, eso sí, los pequeños detalles que sirven para hacerse una idea de cómo es Abdoulá Wade: un hombre de 82 años que ha escrito un libro titulado Una vida por África pero que decora su despacho a la manera occidental, vive en un palacio y se siente ‘¡francés!’.
La noticia titulada ‘Un homenaje a África por valor de 20 millones” recoge muy bien dos aspectos de la realidad del país que no por manidos se pueden olvidar: a) la corrupción: a cuento de una escultura de cobre de 50 metros, el Monumento al Renacer Africano, construida en Corea y diseñada por el propio presidente -quien resulta que, como autor, se lleva el 35% de lo que se factura por visita turística-; y b) las desigualdades: calles llenas de socavones y sin farolas a pocos kilómetros del lujoso palacio presidencial, pero también las ansias de modernización del país: «con el monumento revalorizaremos los alrededores, construiremos multicines, un centro comercial, edificios de viviendas» y un tema importante, el interés de los países asiáticos por las tierras africanas : «hemos pagado [la estatua] en especie, cediendo terrenos a los coreanos» dice el presidente.
Además, Joana Socías reconstruye la historia del país enfatizando la ausencia de guerras y la estabilidad democrática, así como la pujanza de los sectores pesquero y turístico. Sólo un pero: habría merecido más espacio el tema que ocupa las últimas líneas, el peligro de que Senegal se convierta en la puerta de entrada del tráfico de drogas desde América a Europa. Personalmente no sabía nada de esto, así que me habría gustado leer más.
Por último, y lo más interesante, el artículo de opinión de un periodista senegalés que firma como Farba Ngom, un seudónimo por miedo a las represalias. En él habla de la perpetuación en el poder de Wade, de cómo intenta que su hijo le suceda al mando y del gusto del presidente por los viajes y las cumbres internacionales –es uno de los pocos jefes de Estado africano que estuvo en Davos y también participó, por supuesto, en la cumbre de la Unión Africana en Addis Abeba [personalmente esto me parece bien: es importante que África tenga presencia en los foros de debate internacionales, pero parece que sus conciudadanos lo consideran un derroche de dinero]. Y termina con una frase importante que ojalá sea cierta: “Wade cree que puede embaucar a la población; sin embargo, la mayoría de los senegaleses sabe lo que sucede. En las elecciones a la alcaldía –su hijo se presentó para el ayuntamiento de Dakar y no fue elegido– los votantes le han demostrado que están contra cualquier clase de monarquía”.