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Es’kia Mphahlele, un intelectual comprometido e impulsor de la cultura africana

Fue uno de los más destacados académicos y artistas de África, aunque su nombre no es en la actualidad tan conocido como el de otros grandes autores africanos. Es’kia Mhaphlele, autor de novelas, ensayos e historias cortas, además de crítico literario, fue sobre todo un dinamizador cultural del continente. Un hombre que participó -y promovió- los principales encuentros, revistas y eventos literarios relacionados con el continente africano desde las independencias hasta su muerte. 

EsKia Mphahlele
Es’Kia Mphahlele, fotografiado en su oficina de la Universidad de Witts, 1989. / Foto cedida por el Amazwi South African Museum of Literature.

Una figura emblemática de Sudáfrica, activamente comprometido contra la desigualdad y el régimen impuesto por el Apartheid, y que con su trabajo logró allanar el camino a muchos escritores y artistas de todo el continente. 

Mphahlele es autor del libro Down Second Avenue (publicado por primera vez en 1959), un clásico sudafricano en el que narra su infancia en un ambiente de segregación, ya desde mucho antes de la instauración oficial del Apartheid, en 1949, y en el que introduce una fuerte crítica contra las condiciones a las que se enfrentaba la población negra bajo el dominio blanco. 

Nacido en Pretoria en 1919, en sus memorias cuenta cómo sus padres le mandaron a vivir con su abuela, en una zona remota de la actual provincia de Limpopo, donde aprendió a odiar el colegio. “Empecé a asociarlo con el dolor, el dolor físico, y el uso de la vara (….) Y me prometí a mi mismo que lo detestaría toda mi vida”. Sin embargo, a pesar de su mal recuerdo y de las dificultades en el hogar -su padre abusaba del alcohol, lo que obligaba a la madre a cargar con todas las ocupaciones y pagar las deudas-, Mphahlele terminó convirtiéndose en profesor, tras estudiar por correspondencia en la Universidad de Sudáfrica, y en un firme apasionado de la docencia. 

Muy pronto descubrió también su gusto y habilidad por la escritura, y en el año 1947 logró que le publicaran una serie de historias cortas, que aparecieron con el nombre de Man Must Live, editadas por African Bookman, una de las pocas editoriales que por entonces publicaba a esctritores negros y que, además, tenía como objetivo ser asequible para la población de color. Al mismo tiempo comenzó a colaborar con un periódico disidente llamado Voice.

En 1952 comenzaba a asentarse como profesor en un colegio de Orlando, pero su carrera educativa en Sudáfrica terminó pronto, al ser objeto de una de las prohibiciones que imponía el Gobierno por su firme oposición a la Ley de Educación Bantú, aprobada en 1953 y por la que la población negra apenas podía estudiar lo justo para realizar trabajos sin cualificación. 

Trabajó entonces como editor de la revista Drum Magazine, (de la que hemos hablado mucho aquí), durante los años 55-57, un lugar donde pronto comenzaría a convertirse en el referente e impulsor para muchos otros muchos escritores y autores de aquellos años. 

Sin embargo, en 1957 tuvo que exiliarse, primero a la vecina Leshoto y más tarde a Nigeria, donde  continuó estrechamente unido al mundo de la cultura y la academia y mantuvo sus fuertes lazos con los movimientos de resistencia en Sudáfrica. Así, en 1958 participó en el All African People Conference, organizada en Accra, como representante del Congreso Nacional Africano. 

En 1962, fue el alma de la organización de la Conferencia de Escritores de Expresión Inglesa en la Universidad de Makerere, en Uganda: Fue “el cerebro detrás del encuentro, construyendo puentes entre escritores africanos y de la diáspora, pero también de América y del Caribe”.  Fue un en encuentro clave en el que se pusieron sobre la mesa algunos de los debates que todavía hoy afloran en el continente, como el de la lengua en la que ha de escribirse la Literatura africana, y en el que estuvieron presentes algunos de los que serían los grandes nombres de las letras africanas de los siguientes años: Ngugui Wa Thiong’o, Chicnua Achebe, etc. 

Al año siguiente fundó el Chemchemi Creative Centre en Nairobi que quería ser “el lugar donde los jóvenes autores keniatas se conocieran y se nutrieron de la misma fuente”, tal y como cuenta Ngugi Wa Thiong’ó en el prólogo de la última edición de ‘Down Second Avenue” (Penguin Books, 2013). Un proyecto del que saldrían también importantes nombres de la cultura, como Henry Chakava, entre otros, , que se convertiría en uno de los más importantes editores del país. Además, durante varios años fue coeditor de la revista Black Orpheus (1960–64), publicada en la Universidad de Ibadan, y de Africa Today (1967), y en París dirigió el programa africano en el congreso de Libertad Cultural de París. 

Entre los años 1966-74 vivió en Estados Unidos, donde trabajó en diversas universidades, hasta que finalmente pudo volver a instalarse con su familia en Sudáfrica. Eran los años de auge del movimiento de Conciencia Negra, de Steve Biko, algo sobre lo que él mismo también había trabajado. Fue entonces cuando decidió cambiar su nombre, volver a los orígenes, y dejar Ezequiel por Es’kia. 

Corría el año 1976 y las cosas distaban mucho de ser fáciles. En primer lugar, le fue denegada la vuelta a su trabajo como profesor universitario, aunque se le asignó algo parecido, lo que le permitió conocer de cerca la situación de la educación en su país. Eran tiempos revueltos, en los que tuvieron lugar las revueltas de Soweto y otras movilizaciones para una educación decente. Así pasó tres años hasta que, en 1979, pudo unirse a la Universidad de University of the Witwatersrand como investigador en el Instituto de Estudios Africanos. En 1983 fundaría el departamento de Literatura africana de Wits, convirtiéndose en el primer profesor negro de la institución

Entre medias, nunca dejó de escribir. Ensayos –The African Image (1962) y Voices in the Whirlwind (1972), en la que trata el tema de la Negritud, el nacionalismo, la escritura de los escritores africanos y la imagen literaria de ÁFrica-; historias cortas, recogidas también en diversos volúmenes (In Corner B (1967), The Unbroken Song (1981), y Renewal Time (1988), y novelas, como Chirundu, una de sus obras más conocidas, publicadas en 1979.

Un activista, en definitiva, profundamente unido a la educación y la cultura, y a la firme convicción de que el arte y los artistas son indispensables para la sociedad. Un muchacho que había comenzado cuidando al ganado y odiando el colegio y que terminaría convertido no sólo en un intelectual sino en el impulsor de numerosos escritores y artistas africanos. 

Fallecido en noviembre de 2008, a los 88 años de edad, The Guardian lo denominó como “un gigante de la literatura africana moderna” y en Sudáfrica no han dejado de realizar homenajes en su honor. Quizás el que más le hubiera gustado habría sido la creación del   Eskia Institute, un centro de aprendizaje para el desarrollo afro-centrado.

Además, en su Sudáfrica natal, el Museo Amazvi de Literatura de Sudáfrica creó esta exposición on line, con fotografías procedentes del archivo de Drum Magazine y diversos archivos, para contar su historia con imágenes. Muy recomendable.

 

 

Mil maneras de contar y acercar África

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Mil maneras de contar y acercar África

El alumnado de 6ª de Primaria del colegio público Marqués de la Real Defensa de Tafalla, (Navarra) comenzó el curso pasado (2021-2022) con una pregunta un poco rara: “¿Qué sabemos de África?”. La primera actividad consistió en escribir su propio relato sobre lo que conocían (o desconocían) sobre el continente e imaginar cómo podía ser el día a día de una niña o niño de su edad en algún país africano. No había contenido correcto o incorrecto, sólo una primera aproximación a una realidad que pronto les iba a sorprender.

Era el primer paso de  “África. Mil historias”, una iniciativa que, diez meses después, terminaría recibiendo el premio a Mejor proyecto TIC en educación inclusiva, igualdad y diversidad y que cuenta ya con conexión directa con destacadas personalidades africanas, como la mismísima directora de la Organización Mundial del Comercio, Ngozie Okonjo-Iweala, que les envió un vídeo de 12 minutos respondiendo a las preguntas de la clase y agradeciendo el trabajo realizado.

Lo que pasó entre medias fue un curso entero dedicado a conocer y profundizar en el continente africano, alejándose de los estereotipos y visiones únicas. Desde el inicio de curso, estos niños y niñas de 11 años comenzaron a aprender sobre historia, arte o cocina africana, descubrieron cosas que no salen en televisión ni se encuentran en los mapas -descubrieron, incluso, ¡que los mapas no siempre se ajustan a la realidad!-, se acercaron a las  músicas y manifestaciones culturales de países tan diferentes como Benín o Sudáfrica, conocieron a sus deportistas y leyeron textos que les ofrecían discursos y visiones nuevas sobre el continente. Textos que se alejan de la victimización de las poblaciones africanas y que desde el feminismo, el anticolonialismo y el antirracismo muestran visiones críticas con las concepciones tradicionales.

Mil maneras de contar y acercar África
Imagen de algunos de los conceptos trabajados en el proyecto «África. Mil historias», realizado por una de las alumnas.

A sus 11 años, conocieron a Chimamanda Adichie, Wangari Maathai o Aminata Traoré; se acercaron a los textos de Donato Ndongo o Lucía Mbomío, y pusieron en su mapa mental a un montón de nombres africanos y afrodescendientes, aprendiendo a respetar y valorar sus saberes y cosmovisiones. Pero, sobre todo, se atrevieron a pasar a la acción y trabajar por las causas que les parecían justas. Enviaron cartas a diferentes instituciones y personas: en defensa de los derechos humanos, en búsqueda de un compromiso en determinados campos o  simplemente para felicitarles por el trabajo bien hecho. Mandaron sus misivas a organizaciones y mujeres y hombres referentes en África, la diáspora y la afrodescendencia. Y ¡comenzaron a recibir respuestas! Activistas medioambientales, luchadoras por los derechos de las mujeres, personalidades del mundo de la ciencia, escritoras y periodistas respondieron a sus cartas con vídeos y textos. Al igual que lo hicieron desde diversas instituciones, como Naciones Unidas, la OMS, la Comisión Europea o el Gobierno de España.

 

 

Era todo un éxito. Podían haberse quedado ahí. Pero ahora sabían muchas cosas que querían compartir con el resto del mundo y, al fin y al cabo, eran la #clasequevaacambiarelmundo, así que no podían parar. Por eso, pusieron en marcha acciones de sensibilización para el resto de su municipio y organizaron actividades como #ChocolateEsclavitud, en torno a la explotación laboral que supone la recogida del cacao, señalando la responsabilidad de las grandes empresas productores y animando a la población a comprar productos de comercio justo; investigaron sobre los minerales de sangre, reflexionado sobre el consumismo tecnológico que nos invade y los impactos sobre las poblaciones, y se atrevieron a difundir todo lo aprendido en plataformas digitales y medios tradicionales, participando en actos y entrevistas.

 

 

En definitiva, construyeron juntos un proyecto multidisciplinar que fomenta el aprendizaje desde diversos ámbitos -lectura, ciencia, nuevas tecnologías, idiomas, historia…-, promueve el respeto y el entendimiento entre las personas y despierta la curiosidad de los estudiantes para fomentar una verdadera educación transformadora.

Es, sin duda, una iniciativa que brilla por sí sola, pero que luce aún más si la cuenta, con la desbordante ilusión que le caracteriza, el artífice escondido detrás de este proyecto: Javier Ibáñez, @maestroconganas.  Un profe “ilusionado por transformar a los chicos y chicas y transmitirles la pasión por aprender y llegar a ser grandes profesionales y mejores personas”, tal y como él mismo se define.

Conocí a Javier en un encuentro de Teachers for Future al que asistimos desde Carro para hablar sobre consumo crítico y transformador. Ese día me contó el proyecto de la #clasequevaacambiarelmundo y su #AfricaMilHistorias y quedé inmediatamente enamorada de la idea. Desde entonces he ido siguiendo sus pasos, a través de vídeos, enlaces y documentos en los que compartían su evolución. Desde los primeros cuadernos de los chicos y chicas, sus actividades en la calle y las respuestas recibidas a sus cartas, hasta su flamante premio.

Desde el principio tuve ganas de compartir su historia, porque nos abre una ventana llena de posibilidades, ideas, propuestas e iniciativas para que el alumnado de muchos otros coles se convierta también en parte de la #clasequevaacambiarelmundo. Se me pasó el curso y ahora los chicos y chicas de sexto de primaria estarán ya en sus institutos, con nuevas materias, profesorado y responsabilidades, pero seguro que en sus cabezas resuenan todavía los nombre de Chimamanda y Ndongo; el vídeo de Okonjo-Iweala y las cartas recibidas desde toda África. Ahora cuentan con herramientas, referencias y conocimientos que, seguro, les ayudarán a ampliar sus horizontes e intereses. Por ello, vaya desde aquí este homenaje y esta invitación para que sigan cambiando el mundo.

 

Afropean. Notas sobre la Europa negra

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En Afropean. Notas sobre la Europa negra, el escritor, presentador y fotógrafo inglés Johny Pitts realiza un viaje por los márgenes de Europa. Un recorrido que le permite dibujar un  “mapa alternativo del continente” a través del cual viajamos a la banlieu parisina, al extrarradio de Estocolmo, al barrio de Matongé en Bruselas, o la antigua Universidad Patrice Lumumba de Moscú, para conocer y quizás entender cómo viven y se conforman las nuevas identidades entre la población afrodescendiente que vive en Europa. Un colectivo amplio, complejo y diverso: Afropeans son los hijos de inmigrantes llegados del Congo o Senegal en los años 40, pero también quienes acaban de llegar, los que vinieron de Surinam (antigua Guayana holandesa) a mediados de los 70 o quienes llegaron a Rusia  gracias a las becas de la extinta Unión Soviética. 

Afropean. Notas sobre la Europa negra

Primeras, segundas y terceras generaciones que se organizan de muchas y diversas maneras, en torno a múltiples identidades. En ocasiones, unidos por sus propios orígenes nacionales -”los ruandeses tienen sus propias cafeterías; los senegales sus restaurantes, pero ¿se mezclan?, ¿interactúan entre ellos?”, en otras, por cuestiones de clase -los que tienen estudios y los que no-, o simplemente a partir de intereses y objetivos comunes.  

Así lo cuenta el propio autor, consciente de ser, dentro de todo, un afropeo privilegiado: hijo de un músico estadounidense, con pasaporte británico, estudios superiores y un trabajo en la tele. El recorrido se entrelaza, así, con pasajes de su propia historia a través de comparaciones con el barrio en el que él mismo creció, Firth Park, en Sheffield, una ciudad industrial al norte de Inglaterra. 

Porque, ¿qué es exactamente un afropean? Se trata de un término acuñado por la cantante congolesa aficanda en Bélgica Marie Daule, líder de Zap Mama, a prinicipos de los 90. Se refería a la idea de un “nuevo continente” en el que, de alguna manera, estaba sucediendo una “colonización inversa” (p. 115). Pero es en realidad un término que se mueve, evoluciona y se niega a “quedarse quieto”: “Reconocer la afropeidad ofrece la oportunidad de tener puentes entre historias, culturas y personas diversas, pero, desde luego, no es un idea absoluta ni monolítica”(p.383).

Este recorrido ofrece una mezcla entre el reportaje periodístico y crónica histórica, entremezclado con entrevistas y retazos de conversaciones en la calle, un texto trufado de referencias musicales, -una de las pasiones del autor-, y literaias, a través del cual podremos descubrir autores autores como Caryl Phillips y su libro The European Tribe, publicado a finales de los 80 y en el que se recoge un trabajo similar: un viaje por la europa del momento -en el que incluyó España-  o Gloria wekker, autora de  La inocencia blanca: paradojas del colonialismo y la raza, además de innumerables músicos y cantantes. 

Un libro en el que se recogen las historias de un viaje de cinco meses por el continente pero que es sobre todo fruto de los lazos forjados gracias a la comunidad de Afropeans, la web creada por el autor años antes: una extensa red de amigos que le permitió llegar a lugares en los que de otro modo habría sido probablemente difícil, como el barrio-favela de Cova da Moura, en las afueras de Lisboa, o el de Bijlmerneer, todo un barrio de ascendencia surinamesa, en el que viven unas 100.000 personas; así como mantener reuniones con asociaciones como el New Urban Collective, en Amsterdam, que actualmente trabaja para construir sus propios Black Archives, reuniendo historias de resistencias protagonizadas y escritas por personas afrodescendientes como la pareja de los Huiswoud o Philomena Essed.

Además, el viaje nos lleva a visitar la antigua mansión donde vivió durante los años finales de su vida el escritor y activista James Baldwin,  a realizar un tour por el París de los africanos -poniendo el acento en su participación en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo- y se detiene incluso en el madrileño barrio de Lavapiés, donde el autor pasó unos días. 

Un libro ganador del Premio Europeo de Ensayo, publicado en español por la editorial Capitán Swing y traducido por Miguel Marqués y María José Borrego, que nos permite acercarnos a una parte del continente de la que apenas se habla y conocer autores, historias y vidas que conforman también lo que hoy es Europa, tal y como escribe en la última página esta cita de Olivette Otele, profesora de Historia de la Esclavitud en la Universidad de Bristol: 

“La presencia de los afrodescendientes en Europa se suele escribir principalmente bajo el prisma del esclavismo y la colonización, ocultando una historia mucho más antigua. Durante siglos se les ha designado pura y simplemente con el término de “africanos”, omitiendo así su conexión con Europa y denegándoles la posibilidad de que reivindiquen su identidad europea”. 

 

Violencia y vida en el barco de esclavos

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A medidados de la década de 1740, Malachy Postlethwayt, comerciante al servicio de la Royal African Company solicitaba al Parlamento británico que subsidiara la trata, alegando  la “centralidad del comercio de esclavos para el Imperio británico”. Sus argumentos eran muy claros: 1) señalaba que ese comercio era “el más beneficioso para la nación de todos cuantos realizamos”; 2) indicaba que era clave para las manufacturas y 3) recordaba que servía como escuela para los marinos convirtiéndose en “un formidable vivero de poderío naval”. Además, añadía en su alegato final, los africanos estarían mejor “viviendo en un país civilizado y cristiano”. Postlethwayt resumía en una frase el relato que durante siglos sirvió para justificar la colonización africana -la “misión civilizatoria europea”- y explicaba en pocas líneas lo que durante siglos supondría el comercio de personas esclavizadas para las naciones que se aprovecharon de ella. 

Violencia y vida en el barco de esclavosEs una de las múltiples historias que recoge el historiador Marcus Rediker en su libro ‘Barco de esclavos’, en el que explica -como ya han hecho otros, que la esclavitud fue una de las claves de la Revolución industrial y del desarrollo del capitalismo global moderno, permitiendo altas tasas de acumulación en las grandes potencias de la época, principalmente Inglaterra. 

El sistema atlántico de trata

Efectivamente, la esclavitud se convirtió en un eje principal del comercio triangular que se estableció entre Europa, las colonias en América y las costas africanas. Las personas capturadas y esclavizadas en África eran embarcadas rumbo a América; allí, los barcos cargaban productos como azúcar o algodón con destino a Europa y, de aquí, zarpaban nuevamente a África repletos de mercancías con las que negociar en el continente. 

Este boyante comercio impulsó el desarrollo de numerosas e importantes industrias, no sólo el azúcar o el algodón, sino también de otras, como la de los astilleros. Así, Liverpool se convertiría en “la capital del comercio de esclavos”, con la construcción de barcos esclavistas como elemento central de la prosperidad de la ciudad.

Porque “el drama más tremendo de los últimos mil años de la historia humana”, tal y como escribió W. E. B. Du Bois, no comenzaba en la costa africana, ni en el barco, ni siquiera cuando los futuros esclavos eran capturados. Comenzaba mucho antes. Cuando los comerciantes de esclavos y miembros de la clase alta “se reunían en la bolsa del comercio o el café, poniendo en común capitales para comprar un barco, contratar un capitán y un tripulación” (p.188). Así lo escribía, ya en el año 1774,  James Fielsd Stanfield, quien se embarcó él mismo en una embarcación negrera para denunciar el comercio de esclavos en primera persona, una historia que también recoge Redicker.

La trata de personas, que provocó el traslado forzoso y la esclavitud de millones de hombres y mujeres durante cuatrocientos años, era fruto de un sistema minuciosamente pensado y calculado, que incluía a inversores, empleados de oficina y empresas aseguradoras, así como a funcionarios gubernamentales, especialmente aquellos que controlaban las fortalezas en las que los esclavos eran custodiados antes de montar en los barcos.

Asombra leer la minuciosidad con la que se llevaba el recuento de las personas esclavizadas, consideradas como mercancías a las que había que doblegar en cuerpo y alma pero, al mismo tiempo, conservar con vida. La “violencia de la abstracción” (Barry Unsworth), que permitía anotar sin cuestionamiento las cifras de personas embarcadas, fallecidos o enfermas, así como las ganancias en libros de contabilidad, anuarios, balances, gráficos y tablas. En los barcos se anotaba todo: hasta los mínimos detalles quedaban perfectamente registrados en los libros contables o de navegación y había quienes también lo anotaban en sus diarios de a bordo o en cartas a sus familiares. En todo este tipo de documentos, custodiados en archivos repartidos por todo el mundo, ha buceado el profesor Marcus Rediker durante veinte años de investigación para sacar a la luz este libro, publicado originalmente en 2007 y que ahora ha traducido Capitán Swing.

Las cifras son desgarradoras. Las historias personales que conforman el libro, lo son aún más. Casi 500 páginas en las que Redinker va alternando testimonios de las más incontables formas de violencia y horror: “sufrí escribiéndolo y es posible que el lector sufra leyéndolo”, explica en el prólogo.  

La trata de seres humanos se desarrolló a lo largo de cuatrocientos años, y se calcula que afectó a 14,4 millones de personas, de los que cerca de dos millones murieron durante la travesía. Pero estas son solo las cifras “oficiales”, que no contabilizan a todas aquellas personas que morían antes de llegar a los barcos: ya fuera en el trayecto desde su captura o en los lugares de hacinamiento previo al viaje. 

Porque el traslado era sólo una parte del proceso. Antes de embarcar, las personas esclavizadas llevaban ya a sus espaldas una larga ruta, en ocasiones de meses, por tierra o canoa, hasta llegar a los puertos de Senegambia, Costa del Oro (enlace interno) o Sierra Leona. El libro explica cómo las incursiones se fueron haciendo más profundas, más hacia el interior, según aumentaba la “necesidad” de esclavos. En el siglo XVII, la mayoría de los cautivos procedía de un radio de unos 80 kilómetros de la costa; a partir del siglo XVIII, se amplió a cientos de kilómetros hacia el interior. 

Las capturas se llevaban a cabo a través de lo que se denominó el “gran pillage”: incursiones sorpresa en las aldeas, quemando las viviendas y capturando a los aldeanos en la huida. Lo que esto suponía, para los capturados pero también para quienes quedaban en la aldea, que veían desaparecer sin explicación a sus jóvenes, lo explica magníficamente Leonora Miano en La estación de la sombra. 

 

La violencia más extrema

En este libro, Redinker se centra en el viaje en sí y el espacio en el que se llevaba a cabo: el barco esclavista.  “El barco negrero no sólo transportaba a millones de personas hacia la esclavitud, sino que también los preparaba para ella” (p. 464) . Esta frase resume bien lo que Rdiker quiere contar en su libro, en el que aborda la cuestión del barco de esclavos como algo que iba mucho más allá del mero medio de transporte. Un lugar en el que se utilizaba la más absoluta violencia para controlar a los prisioneros y en el que todo estaba pensado para subyugarlos: la distribución, el espacio (siempre mínimo), los castigos y hasta la elección de los prisioneros. Para evitar la interacción entre ellos, los esclavos que viajaban en cada barco eran de distintas zonas y tenían diferentes lenguas, de tal manera que estuvieran “imposibilitados de consultar unos con otros”, tal y como escribía Richard Simson.

Un trayecto en el que eran habituales las torturas y las palizas, no sólo como forma de castigo sino también como método ejemplarizante ante otros prisioneros. Ni siquiera negarse a comer estaba permitido, pues suponía “una merma” del cargamento y, por lo tanto, disminuía los beneficios, provocando, además, un mal precedente ante otros esclavos. La amenaza de insurrección siempre estaba presente, y el barco-prisión debía estar preparado para ello. 

Múltiples formas de resistencia

Si el barco era un “proceso de supresión cultural” impuesto desde arriba, era también un proceso opuesto de creación cultural desde abajo” (p. 350). Viajes en los que las que las formas de resistencia fueron múltiples y variadas, a pesar de que todo estaba pensado para evitar la interacción entre los propios prisioneros.

Violencia y vida en el barco de esclavos
Insurrección en el barco esclavista. Imagen del libro ‘Barco de esclavos’.

Había quienes se negaban a comer, quienes decidían saltar por la borda -con el tiempo, los barcos comenzarían a llevar redes para evitar esta posibilidad de escapatoria- y quienes conspiraban para poner en marcha rebeliones en el barco. Revueltas que no eran producto de un ardor espontáneo sino de un cuidadoso trabajo de preparación. Fracasaron, en su mayoría, pero hay registros también de las que lograron salir adelante: como la del esclavo que se negó a comer y fue asesinado por el capitán pero, en lugar de infundir más miedo entre el resto de esclavos, terminó provocando una revuelta colectiva (p.350).

Estas resistencias, en las que las mujeres y niños jugaban un papel importante, por gozar de algo más de movilidad dentro del barco, sirvieron para crear lazos afectivos en los que se forjaban nuevas formas de vida:  

Idearon nuevas lenguas, nuevas prácticas culturales y una comunidad naciente de quienes viajaban juntos… Dieron origen a una relación de parentesco ficticia, pero muy real, para reemplazar a la que había sido destruida por su secuestro y esclavización en África” (p. 18). 

Entre estas formas de comunicarse ellas destacaba el canto, un medio de “crear una base común de conocimientos y de forjar una identidad colectiva” (375), que estaba mayoritariamente a cargo de las mujeres. El origen marítimo de culturas que eran a la vez afroamericanas y panafricanas (p.351), y el inicio de unos lazos que perdurarían y continuarían tejiéndose en las plantaciones y otros lugares en los que todavía aguardaban más historias de violencia, discriminación e infamia.

 

Cuaderno de Memorias coloniales

Cuando, a la edad de nueve años, Isabela Figueiredo abandonó Mozambique tras la independencia del país, volaba de vuelta al país de origen de sus padres con un encargo claro: contar a los portugueses, y al mundo entero, lo que los negros salvajes habían hecho con los colonos tras la independencia. Contar “todo lo que nos han hecho, que perdimos todo, que el dinero no vale nada, que no hay para comer. Que van a matarse los unos a los otros. Que no quieren trabajar y se morirán de hambre. Que África está condenada sin blancos”.  

Portad del libro Cuaderno de memorias coloniales
Cuaderno de memorias coloniales, de Isabela Figueiredo.

Una pesada carga para una niña pequeña que, no sólo volvía a un país de origen en el que nunca había puesto los pies y en el que tendría que enfrentarse al estigma de los retornados, sino que, además, había vivido lo suficiente como para saber que no todo era como ellos le decían que lo contara. Una niña que había visto con sus ojos el racismo, la superioridad y la violencia indiscriminada con la que los colones trataban a los negros, y que cuando se dispuso a contarlo “todo” -más de 30 años después- decidió hacerlo sin esconder la dura realidad que había acompañado los años de la colonización portuguesa en Mozambique. Sin esconder la parte que correspondió a su familia, incluido, y especialmente, a su querido padre. Sin esconder siquiera aquella vez en la que ella también se dejó llevar y dio una bofetada a una niña mestiza sin razón alguna. Porque sí, porque era fácil, porque era lo normal. Porque sabía que no le iba a contestar. 

Una honestidad muy presente desde el prólogo, en el que recuerda que todo esto es que la sociedad portuguesa prefirió esconder, porque lo que no es honroso es mejor hacerlo desaparecer. “No vimos, no sabíamos, nunca oímos hablar, no nos enteramos de nada”.

Un blanco y un negro no eran sólo de razas diferentes. La distancia entre blancos y negros era equivalente a la que existe entre especies distintas. Ellos eran negros, animales. Nosotros éramos blancos, personas, seres racionales”. Así describe Figueiredo la relación entre colonos y colonizados. Una frase que condensa por sí sola todo el ideario supremacista, mamado y reproducido por unos colonos que, en su mayoría, no eran más que pobres diablos expulsados de Portugal por la falta de oportunidades, pero que nada más poner un pie en la colonia obtenían un claro estatus de superioridad. Trabajadores que ascendían de nivel según descendían de las escaleras del avión que los hacía aterrizar en Lourenco Marqués. Una realidad de la que todos se aprovechaban aunque todos podían negar. Porque, aunque se pareciera mucho a las políticas racistas y segregacionistas puestas en marcha por el Apartheid en Sudáfrica, no estaba escrito negro sobre blanco. Así, luego todos pudieron decir que nadie sabía nada, que no se enteró de nada. 

Cuaderno de memorias…. refleja muy bien las relaciones de poder colonial, pero no sólo: a las discriminaciones raciales se suman las de clase y las género. Y todas se superponían en las vidas de las mujeres negras de las barriadas pobres de Maputo (Lourenco Marqués en la época). El profundo machismo del Portugal de los 60 y 70 trasladado a las colonias, donde las apariencias y el qué dirán se hacían incluso más asfixiantes que en la metrópoli, pues había que mantener la inmaculada sociedad llegada de la metrópoli. 

Todo ello contado con una prosa directa, dura, sin tapujos, sin guardarse nada, como exorcizando los recuerdos tantos años guardados, tantos años callados. Unas líneas que destilan amargura en ocasiones y que son, sobre todo, un ajuste de cuentas con la visión edulcorada y buenista que en ocasiones se ha querido dar del colonialismo.

El libro, que ha sido traducido y editado en 2021 por Libros del Asteroide, se publicó en Portugal por primera vez hace ya más de una década -2009-, provocando una considerable polémica con algunos sectores, pero abriendo también una veda a la verdad, a una historia un poco más amplia, más completa, más real de lo que supuso el colonialismo en Mozambique, contado además a partir de las vivencias personales de una niña que muy pronto empezó a sentir que aquello no estaba bien, no podía estar bien

Un antihéroe frente al fanatismo religioso

A medio camino entre el mundo árabe y el África negra, Mauritania se presenta como un lugar muy poco conocido para la población española, que hasta ahora apenas había tenido oportunidades de acercarse a su cultura, tradiciones e historia. Sin embargo, este 2021 hemos tenido la alegría de ver publicado en español el primer libro de un autor mauritano. Se trata de Beyrouk, una de las voces más importantes de Mauritania, ganador de numerosos premios, y al que por fin podemos leer en castellano gracias al empeño de Libros del baobab, una preciosa iniciativa puesta en marcha por Alejando de los Santos (Afribuku), Ana Cristina Herreros, (Libros de las Malas compañías) Chema Caballero y Sonia Fernández (Literáfricas) con el objetivo de acercar la literatura africana a los lectores españoles

Originario del norte de Mauritania (Atar, 1957), Mbareck Ould Beyrouk es un periodista que en 1988 fundó el primer diario independiente de su país y un firme activista por la libertad de prensa. Como escritor, ha publicado seis novelas, entre las que cabe destacar Et le ciel a oublié de pleuvoir, (2006) y Le Tambour des larmes (2019), -premio Ahmadou Kourouma-, ambas ambientadas en el Sáhara. Precisamente el desierto es uno de los lugares donde el autor confiesa encontrarse más a gusto, bebiendo leche de camella y pasando las horas charlando, a pesar de estar acostumbrado a los viajes y el vaivén de las grandes ciudades, gracias a sus éxitos literarios. “Bajo la luz de la luna es donde me siento bien”, cuenta en una entrevista con Pepe Naranjo a raíz de la presentación del libro. Una dicotomía entre desierto y ciudad, tradiciones y modernidad que se encuentra muy presente en sus novelas porque, asegura Beyrouk, “en nuestra cabeza, seguimos siendo nómadas, es un mundo que nos sigue habitando y somos nosotros mismos cuando volvemos al desierto”. 

Un antihéroe frente al fanatismo religioso‘Estoy solo’ nos cuenta la historia de un hombre que huye del fanatismo religioso impuesto por quienes han tomado su ciudad escondiéndose en la pequeña habitación de una antigua novia, Nezha, la única persona en la que puede confiar. Allí, en la más absoluta soledad, con el miedo a verse descubierto, comienza un monólogo que le lleva a repasar su vida y la de sus antepasados, a rememorar sus mejores momentos pero también a sincerarse consigo mismo, a reconocer cómo se dejó cegar por la avaricia, y a intentar entender el momento en el que la ciudad comenzó a caer en manos del extremismo. 

Se trata de una obra que se puede leer en varios planos. Por un lado, el texto nos hace sentir cómo crece el miedo, la desazón, el pánico incluso, en el interior de este narrador sin nombre, a medida que pasa el tiempo y la mujer que le ha escondido allí no aparece. Es sólo una noche, pero parecen meses los que pasa allí encerrado, con una pregunta recurrente: “¿Por qué no ha vuelto Nezha aún?”

“Pero ¿qué es el tiempo? Ya no sé qué es el tiempo, no significa nada, el tiempo, ayer se disolvió en este preciso minuto y este preciso minuto se diluye dentro de mí, el tiempo no es ni siquiera un verdadero refugio, pues cuanto más me apresuro, más se me escapa y más me siento condenado a permanecer aquí, en esta celda del cuerpo y el espíritu”.

Las preguntas se agolpan en su mente: ¿por qué no huyó antes?, ¿qué le llevó a permanecer en la ciudad?, ¿por qué dejó a Nezha, años atrás? Los pensamientos no cesan, cualquier ruido del exterior le atenaza, las dudas le carcomen y la incertidumbre le angustia: confía en Nezha pero a cada momento cree que le ha delatado y vienen a por él.  

¿Cómo se llega al fanatismo religioso? 

Por otro lado, en el texto se desliza una sutil reflexión sobre el avance del extremismo: cómo se ha llegado hasta ahí, cómo terminaron sus amigos presa del fanatismo, víctimas también de la pobreza y los agravios recibidos durante años, qué llevó a cada uno de ellos a convertirse en “seguidores de la sinrazón”, en personas que odian la vida y detestan todo lo que la hace feliz: la música, el baile, la belleza, el amor, el fútbol… Un relato que recuerda a la maravillosa película Timbuktú, del también mauritano, aunque nacionalizado maliense, Abderrahmane Sissako, y en la que se aborda el tema del fundamentalismo islámico.

Esta cuestión, confiesa Beyrouk, le preocupa ya desde hace tiempo aunque hasta el momento había preferido mantenerla fuera de sus novelas: “en Mauritania provenimos de un corriente tolerante del islam. Este estallido de violencia no es la expresión de la fé. Es un odio que surge de la miseria, de la explotación…”. Y, sin embargo, subraya que esta locura destructiva no es nueva. De ahí el paralelismo que se expone en el libro con la historia de Nacereddine, “el santo de los santos”. Una figura que existió realmente en el siglo XVII y que también, en una época de malas cosechas y privaciones, “sumergió a su pueblo en las aguas lóbregas del miedo, quemó tierras ya empobrecidas por el rigor del tiempo, aspirando a una sociedad que a su modo de ver sería justa” y que en la obra aparece como un antepasado del protagonista. 

Por otro lado, destaca también la figura de las mujeres que protagonizan la novela y la vida del protagonista. La mencionada Nezha, que aparece como serena, pudorosa, callada pero sin embargo constante en sus luchas y firme en sus propósitos; la bellísima, apasionada y rica Selma, “que no ha debido pensar mucho en mí estos últimos días, refugiada en la capital al amparo de su padre, habrá contado sus joyas, sus vestidos y se habrá mirado al espejo (…)”; y, por último, la madre, omnipresente a través de las líneas de la novela: una mujer del desierto, pobre, trabajadora, temerosa de dios, de férreas convenciones, la única quizás por la que el narrador, que confiesa “no, definitivamente, no soy un héroe” estaría dispuesto a morir: 

“Pero ¿qué es lo que hace que entreguemos nuestra vida por una causa? Los que mueren por una idea son legión. Pero no logro distinguir por qué anhelos moriría yo. Incluso el honor me da igual, hubiera podido aceptar morir por defender a mi madre: pero mi madre no es una idea. ¿Por qué no he sido de la misma raza que los idealistas?

Finalmente, no escapan de la obra las referencias a la política -el abandono de la ciudad por parte de las tropas gubernamentales-, la corrupción -que permitió al anónimo narrador amasar una pequeña fortuna a pesar de provenir de una familia pobre del desierto-; o la política internacional, -que llevó al hermano de Nezha a Guantánamo, acusado de terrorismo, a pesar de que dificilmente habría podido matar una mosca-.

En definitiva, Beyrouk traza en este libro de apenas cien páginas un mosaico de personas, reflexiones y preguntas -muchas de ellas sin respuesta- engarzadas por una poderosa escritura capaz de pasar sin estridencias de cuestiones mundanas a profundas reflexiones, todo ello en un soliloquio poético en el que la tensión y la angustia van in crescendo hasta el inesperado final. 

El cambio climático en África

El año que sufrimos la pandemia y el confinamiento terminó, para mí, con una enorme alegría: ganar el premio de ensayo Casa África con un texto sobre el cambio climático y saber que el libro iba a ser publicado. Y ahí está ya, disponible en librerías, con la preciosa portada que han hecho en la editorial, y esperando a ser leído por quienes tengan interés en saber un poco más acerca de las realidades del continente y cómo le afecta el calentamiento global. 

El cambio climático en África

Efectivamente, el año pasado, entre el confinamiento, una pequeña rotura fibrilar que me tuvo un mes en casa -¡en mayo, justo cuando se empezaba a poder salir!- y el verano atípico, tuve tiempo para leer e indagar mucho sobre el cambio climático, un tema sobre el que ya había trabajado antes pero en el que no había podido profundizar lo suficiente. Comencé leyendo sobre todo acerca de los refugiados climáticos (los debates en torno al término, las dificultades para establecer quién es y quién no un refugiado climático, las cifras…), y luego quise saber exactamente cuáles eran los impactos que el cambio climático estaba provocando en África. En otras ocasiones, había escrito sobre los impactos específicos de algunas acciones, especialmente relacionadas con la adquisición de tierras a gran escala y su conversión en grandes monocultivos. Sin embargo, no me había fijado tanto en lo que sucede a una escala más global, y específicamente, con aquellos fenómenos que no se ven a simple vista y que tardan años en desarrollarse: degradación de las tierras, desaparición de recursos hídricos, aumento del nivel del mar, evaporación de corrientes de agua…. Todas estas situaciones no tienen una única causa, -cada caso es único y se ve afectado por múltiples factores-, pero sí un elemento en común: el calentamiento global del planeta. 

Antes, en diciembre de 2019, estuve en la COP 25, intentando entender también cómo funcionan los mecanismos e instrumentos de protección del planeta que plantea esta Conferencia de las Partes: los acuerdos, las negociaciones, los compromisos, las obligaciones y los incumplimientos, claro. La Conferencia del Clima de Madrid (inicialmente prevista para Chile) no dejó grandes resultados, pero sí fue una oportunidad para conocer a activistas africanos, indagar un poco sobre el llamado Grupo Africano de Negociadores y bucear sobre el Acuerdo de París. 

Además, desde siempre, he intentado conocer las soluciones que los propios africanos y africanas buscan, proponen y ponen en marcha para solventar los problemas que acechan al continente. Propuestas e iniciativas individuales o gubernamentales que miran hacia delante y que intentan ofrecer soluciones. Y de todo esto sale el libro ‘El Cambio Climático en África: efectos, estrategias de adaptación y soluciones desde el continente’, que se acaba de publicar en Catarata.

África, el continente más afectado

La idea principal es que si bien los efectos del cambio climático se van dejando sentir en todo el mundo, los impactos serán mayores en algunos lugares que en otros. Tal es el caso de los pequeños estados insulares, de aquellos cuyas costas son muy poco elevadas sobre el nivel del mar, o de los que disponen de pocos recursos hídricos. Yo he querido fijarme en lo que sucede especialmente en África, el continente que, según todas las previsiones, será el más afectado por los cambios que se están produciendo en el clima, a pesar de ser el que menos ha contribuido al mismo. A ello se suman muchas otras amenazas al medio ambiente y los medios de vida de muchas comunidades, aunque en el libro intento centrarme principalmente en las relacionadas con el cambio climático. Así, el texto aborda los problemas que supondrá la disminución de recursos hídricos en algunos lugares, como el Lago Chad, o la contaminación a la que se están viendo abocados otras grandes superficies de agua dulce; los problemas que afectan a las zonas costeras, las sequías prolongadas y la recurrencia de los fenómenos meteorológicos extremos (como ciclones o inundaciones). Aunque siempre intentando explicar que ninguna de estas cuestiones es sencilla ni unicausal; en todas se entremezclan una gran diversidad de problemáticas. 

Así, la primera parte intenta explicar estas consecuencias basándose en las investigaciones científicas que los expertos -sobre todo desde el IPCC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático) y desde universidades internacionales y africanas- han ido publicando en los últimos años, pero contando también con el relato de las personas afectadas y observando lo que dicen y cuentan. 

Personas en movimiento por los cambios en sus lugares de vida

En la segunda se aborda el tema de las personas que se ven obligadas a migrar por la degradación de sus espacios y medios de vida. Todos los informes consultados dan por hecho que se están produciendo estos movimientos climáticos, aunque es extremadamente difícil encontrar cifras específicas sobre cuántas personas migrarán. Precisamente porque las migraciones se deben siempre a múltiples causas y porque no existen mecanismos capaces de ‘monitorizar’ todos los movimientos de población -ya que la gran mayoría se realizan dentro de las fronteras de su propio país-. En realidad, las cifras sólo sirven para darnos una idea aproximada de lo que está sucediendo, pero en realidad quizás no deberían ser determinantes, ya que todas las personas que migran deberían tener todas los mismos derechos, independientemente de la razón por la que lo hagan. Porque en el fondo, todas están huyendo de condiciones que les impiden disfrutar de sus plenos derechos: ya sea por motivos de persecución política, por necesidades económicas o por situaciones climáticas adversas. Así, ya en 2015 , los relatores especiales de Naciones Unidas sobre diversos temas (pueblos indígenas, grupos específicos, discapacidad, acceso al agua potable y sanidad, derechos humanos…) realizaron un informe titulado “los efectos del Cambio Climático para el pleno disfrute de los Derechos Humanos” en el que se ponía de manifiesto que “supone una amenaza inmediata y de largo alcance para las personas y las comunidades a lo largo del mundo y tienen implicaciones adversas para el disfrute completo de los derechos humanos”. 

Es, en efecto, un asunto extraordinariamente importante, que está provocando numerosos movimientos de población -generalmente dentro de las fronteras del propio país, y, en el caso de África, hasta en el 80% de las ocasiones dentro del continente- y, para quienes estéis interesados en el tema, os recomiendo dos lecturas interesantes. Cuando me estaba documentando, leí y me iluminó mucho el libro de Beatriz Felipe, ambientóloga y doctora en derecho, Las migraciones climáticas: una aproximación al panorama actual, y ahora empiezo con Refugiados Climáticos, de Miguel Pajares, editado por Rayo Verde.

Soluciones y propuestas africanas

El último capítulo  intenta ofrecer un pequeño recorrido por algunas de las soluciones y propuestas que se están poniendo en marcha en África  para luchar contra el cambio climático. ¿Qué países empiezan a apostar por las renovables? ¿Quiénes han avanzado más en la Muralla Verde Africana? ¿Qué personas se están poniendo al frente de estas iniciativas? Propuestas que no todos los gobiernos han adoptado y que no en todos los sitios se implantan con igual velocidad, pero que son un primer paso para ir luchando contra el cambio climático, también desde los países del sur. Aunque teniendo presente que son ellos quienes menos han contribuido y contribuyen al problema y que, por tanto, han de ser los países del norte global quienes  tomen el liderazgo y pongan en marcha las medidas necesarias para revertir esta situación. De momento, no vamos por buen camino: en 2019, las emisiones continuaron aumentando, y se sitúan muy por encima de lo establecido en el  Acuerdo de París para limitar el incremento de la temperatura global a 1,5 grados.

Si os interesa, el libro se puede adquirir en un buen número de librerías y, si no lo tienen, podéis pedirlo aquí https://www.todostuslibros.com/ y recogerlo en una cercana a casa.

 

«13 céntimos», de K. Sello Duiker

Un chaval de 12 años sobrevive a duras penas en las calles de Ciudad del Cabo en los años posteriores al Apartheid. A su corta edad, Azur ya lo ha perdido todo: sus padres no están y no tiene más familia ni pertenencias que lo que lleva consigo. Sabe lo que es no tener dónde dormir ni qué comer, pero sobre todo sabe lo que es que le engañen: ya sea para quitarle su dinero o aprovecharse sexualmente de él.

"13 céntimos", de K. Sello Duiker
Portada del libro 13 céntimos, del sudafricano K. Sello Duiker, editado por Baile del Sol.

Azur, ya se lo han imaginado, es negro, y por si eso no fuera suficiente, tiene unos maravillosos ojos azules, lo que le sitúa en tierra de nadie en un país donde las barreras raciales se mantienen todavía muy vigentes. La segregación oficial ha terminado, pero la desigualdad, la pobreza y la violencia siguen ahí. 13 céntimos (editado por Baile del Sol) es una novela violenta, dura, que se lleva por delante la retórica buenista de la nación arcoriris, poniendo el dedo en la llaga en la brutalidad que durante mucho tiempo persistió en las calles de las grandes ciudades. Para sobrevivir, Azur se prostituye con clientes blancos y adinerados, mientras sortea como puede las palizas y el acoso de los jóvenes gánsters negros a los que no les gusta su mirada ni su porte elegante. “Sé lo que es tener miedo”, dice.

No hay descanso ni final feliz posible para el protagonista ni para el lector, que asiste acongojado al paso de las hojas hasta perder la esperanza de que las cosas puedan mejorar. El autor, K. Sello Duiker, que llegó a ser uno de los autores más respetados de la literatura sudafricana, negro, de clase alta y con una historia personal muy alejada de ésta pero también marcada por las diferencias raciales, vomita más que escribe estas líneas contadas en primera persona por el joven Azur de forma extraordinariamente aséptica, como quien habla del tiempo.

Mi madre está muerta. Mi padre está muerto”, repite una y otra vez en las páginas finales el protagonista. Un final plagado de alegorías y visiones apocalípticas, que supone un salto ciertamente abrupto frente al hiperrealismo del principio. Cambio de registro que quizás fuera reflejo de la situación psicológica del autor, Kabelo “Sello” Duiker, que escribió el libro justo después de pasar unos meses de terapia en el hospital. Aunque también hay estudiosos que entroncan este giro con la tradición africana de espíritus y brujos, e incluso con un realismo mágico a la africana, siguiendo los pasos del nigeriano Ben Okri y su novela ‘The Famished Road’ (La carretera hambrienta) (1991). Sello Duiker nunca explicó mucho sobre este libro que le valió numerosos premios internacionales. Cinco años después de su publicación, en el momento álgido de su fama, se suicidó. Tenía entonces 31 años.