Nada más instaurarse, el Apartheid comenzó a dar pasos en su política segregacionista y estableció las Leyes de Agrupación por Áreas (1950, 1957 y 1966), por las que el gobernador regional tenía potestad para establecer diversas zonas para cada “grupo” de población: negros, blancos y coloureds (mestizos). Una separación que se hacía posible gracias a una ley anterior, la Ley de Registro de población, por la cual una junta de clasificación establecía el “estado racial oficial” de cada persona.
Estas leyes de agrupación por áreas supusieron el desplazamiento de más de tres millones de personas negras y mestizas de los lugares en los que vivían. Zonas que se consideraban demasiado céntricas, o demasiado buenas para la población negra, y que se fueron determinando en función de las necesidades de quienes gobernaban. Una de las primeras fue Sophiatown, un hervidero cultural a pocos kilómetros de Johannesburgo, que fue destruido por las excavadoras en 1955 para dejar a espacio a un barrio sólo para blancos que se denominaría Triunf.
Una década más tarde le llegaría el turno al llamado Distrito Seis, en Ciudad del Cabo. En 1966, este barrio fue designado a “White área” y dos años después empezaría a ser destruido. Más de 60.000 personas se vieron forzadas a abandonar sus hogares, a cambio de unos tristes y desvencijados casas en zonas como mucho más alejadas de la ciudad, generalmente en torno a los Cape Flats.
“Buckingham Palace. Distrito Seis”, el libro del que hoy vamos a hablar, relata la historia de este mítico barrio, uno de los más vibrantes de la ciudad y uno de los pocos en el que sus habitantes y descendientes han conseguido mantener viva su memoria. A ello colaboró este libro, publicado por Richard Rive en 1986 y que en pocos años fue traducido a diversos idiomas, entre ellos el español, gracias al trabajo de la editorial Alcor, ya desaparecida, que tan sólo dos años después lo incluía en su colección ‘Las otras culturas’, dirigida por Carmen M. Alsinet.
A través de Buckinghanm Palace, que da nombre a una recóndita y destartalada zona del barrio, conocemos sus habitantes, con sus juergas, sus chanchullos, sus penas y su día a día. Contado de manera ágil, con humor, con brutalidad incluso en ocasiones, sin detenerse en las miserias y poniendo el acento en los buenos momentos, Rive nos va presentando a una serie de personas que terminan conformando una verdadera familia. Disfuncional, heterogénea y atípica, pero familia al fin y al cabo. El barbero, los matones del barrio, las chicas del prostíbulo, el pastor: gentes que apenas tienen para llegar a fin de mes y que sobreviven con métodos más o menos lícitos, que se ayudan a veces y pelean otras, que fisgonean y critican a sus vecinos pero que también los defienden a golpes, si es necesario. Personajes que no tienen más nombre que Zoot o Mary, o incluso sólo un mote, El Guapito, o La Mariposa; cada cual con su historia a cuestas, con sus dificultades, sus aciertos y sus errores, pero todos gentes que habían encontrado un lugar donde vivir, compartir y disfrutar los pocos ratos que la vida les permitía: la Navidad, los mercadillos recaudatorios de la Iglesia, el picnic de Año Nuevo, las fiestas repletas de cerveza casera de los viernes por la noche…
Fueron años en los que aquellos que vivíamos en el Distrito Sexto creímos que viviríamos allá para siembre, que si alguien nos echaba sería por no haber pagado el alquiler (..) Nadie ordenaba a nadie que se mudara debido al color de su piel.
Dividido en tres partes (Una mañana de 1955; Una tarde de 1960; Una noche de 1970), que dan cuenta de la evolución del barrio a lo largo de estos 15 años, las dos primeras presentan los personajes y dan cuenta de los lazos que se entretejen entre ellos, mientras que la última certifica el final del barrio. Ésta comienza con la llegada inspector Engelbrecht, enviado por la municipalidad. En su delirio racista, el orden del Apartheid lo apuntaba todo. La administración enviaba a sus funcionarios a tomar nota sobre los nombres, profesiones, edades y, por supuesto, grupo racial al que pertenecían quienes vivían en cada casa. Meses después llegaban por correo las órdenes de evacuación. Y entre tanto, se ofrecía a los expulsados algún cuchitril infecto en cualquier lugar de la ciudad.
1970: “Cinco años antes, el Distrito Seis había sido declarado zona de residencia sólo para blancos. Luego vino la ira, la frustración, las protestas y los mítines. Las destructivas excavadoras comenzando su trabajo de castigo, y mi familia embarcándose en su pequeña diáspora”.
Nos desperdigamos en muchas direcciones (…) Todo aquel que vivía en el Distrito moría un poco cuando le echaban. Muchos morían espiritual y emocionalmente (..) Partir es morir un poco. Todos nosotros morimos un poco cuando partimos del Distrito.
Muchos fueron obligados a trasladarse a diminutas casas tipo caja de cerillas, situadas en barrios que eran como grandes cajas de cerillas. (…) Había una diferencia esencial entre esos antiguos lugares y los nuevos. El distrito Sexto tenía alma”.
“Se habían llevado nuestro pasado y dejado los escombros. Habían demolido nuestro espíritu y habían dejado ladrillos rotos. Habían destruido nuestra comunidad y dejado polvo y recuerdos”.
Esta tercera parte es, sin duda, la más intensa, la más emotiva. Cuando ya el lector ha tomado aprecio a este particular grupo de parroquianos; cuando ya ha conocido la terrible historia que esconde Katzen, el casero de muchas de las casas del barrio; cuando vislumbra el amor entre Moenea y El Guapito, lo que se encuentra es con que todos han de ir rindiéndose a la evidencia de que más temprano que tarde, han de abandonar el barrio. Unos aceptan las casas del ayuntamiento, otros marchan a casas de familiares; las parejas se prometen visitas y algunos se consuelan diciendo que estarán mejor lejos, con una hermana, con un padre o con una tía lejana… Sólo Zoot, antiguo poeta callejero, inadaptado y rebelde, deja un pequeño poso de esperanza:
“Este no es el fin. Es solo el principio. Los codiciosos nos han arrebatado nuestras casas pero tendrán que responder por ello. Pensaron que nos habían reducido a la condición de untermenschen, pero se equivocaban. Nosotros somos la prueba viviente. Hemos de contar nuestra historia a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos. Tiene que saber la verdad”.
Y sin duda lo consiguieron. Buena muestra de ello es el Museo de District Six, que todavía hoy se mantiene en pie en el centro de Ciudad del Cabo, recordando a todo el mundo la historia de todos los Zoots, Moenas y Marys que fueron expulsados de sus hogares por las políticas del Apartheid.