La sequía informativa del mes de agosto, unido al traslado a España del sacerdote Miguel Pajares y las llamativas imágenes de médicos y especialistas enfundados en trajes cuasi galácticos para impedir el contagio, llenaron los telediarios y las tertulias matutinas de referencias a la crisis sanitaria en África, y, en alguna rara ocasión, de los problema de fondo.
Sin embargo, llegado septiembre, descartados los posibles casos de infección en España y con los políticos otra vez ‘en acción’, la situación que vive el Oeste de África ha vuelto a pasar a un último plano, a pesar de que la cosas no han mejorado. Todo lo contrario. Ya van más de 1.900 muertos desde que comenzara la crisis y la enfermedad ha saltado a países hasta ahora libres de ella como Senegal y Nigeria. Además, el brote es especialmente peligroso porque se está expandiendo en zonas urbanas.
Sus consecuencias, más allá de las muertes registradas, son catastróficas, peor que las de una guerra, como contaba Pepe Naranjo en una excelente crónica repleta de datos: «Fronteras cerradas al tránsito de personas y mercancías, compañías aéreas que dejan de volar a los países afectados, tierras de cultivo que se abandonan, turismo que cae en picado, inversores que huyen, empresas internacionales que suspenden sus operaciones. Los expertos ya prevén una caída del PIB de en torno al 2% en África occidental».
Y todo en una zona que hace tan sólo una década vivía inmersa en una guerra, ésta real, de la que sólo ahora comenzaba a recuperarse.
A todo ello se suma el aldabonazo que supone para unos sistemas de salud ya de por sí frágiles, sometiendo a médicos y enfermeros a mayor presión cada día: no sólo por el miedo a ser infectados sino porque con la pérdida de cada compañero cada vez que se contagia un sanitario, el resto se ve sometido a más estrés, por lo que es más fácil que se cometa un error y, por lo tanto, se contagie más gente, aumentando de nuevo la tensión. Hacen falta cada vez más recursos y hay cada día menos. De hecho, la propia Organización Mundial de la Salud ha retirado a sus médicos del principal foco del ébola en Liberia, y son muchas las organizaciones internacionales que no también han evacuado a parte de su personal sanitario por seguridad.
La situación es tan grave que Naciones Unidas ha pedido a la comunidad internacional actuar como si se tratara de una catástrofe natural, pero nadie parece haber elaborado un plan de respuesta serio ni se han destinado fondos para llevarlo a cabo.
Mientras tanto, los días pasan, el drama del ébola sale del primer plano informativo y la situación se agrava en los países donde la enfermedad se está extendiendo más rápidamente (como Guinea o Liberia) y en los que, claramente, necesitan ayuda para combatirla.
Y nosotros, ¿qué podemos hacer? De momento, no se me ocurre otra cosa que apoyar económicamente a alguna de las organizaciones que están trabajando sobre el terreno, como Médicos sin Fronteras, que ha movilizado su Fondo de Emergencias para esta causa , y seguir hablando del tema para que el drama del ébola no caiga en el olvido.
Y seguir viajando a los países colindantes donde no hay ebola pero su economia se ha visto afectada por el sensacionalismo televisivo. Paises como Gambia viven del turismo, y no ha habido ningun caso de Ebola, por favor no dejemos de ir…
Eso, eso, seguir viajando a África, que son mayoría los países a los que la enfermedad no ha llegado. Gracias por el apunte, Noemi.