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Nos llevamos las manos a la cabeza por lo que pasó en Lampedusa. Criticamos hasta la saciedad que una ley impida a los pescadores italianos socorrer a los inmigrantes. Denunciamos la violación de derechos humanos en países tan diferentes como China, Cuba, Rusia o Eritrea. Y mientras, nosotros, aquí en España, volvemos a poner cuchillas –¡CUCHILLAS!- en la alambrada que separa Melilla de Marruecos.
Un sistema que ya había sido denunciado en 2006 y que el gobierno de Zapatero retiró tras quedar demostrado –no hacía falta una gran investigación, supongo- que causaban lesiones en los inmigrantes.
Eso sí, una vez retiradas fueron sustituidas por una tercera valla. Y ahora, el Ejecutivo, a través del delegado de Gobierno en Melilla, ha anunciado que volverá a implantar estas cuchillas, denominadas ‘concertinas’, con el objetivo de ‘disuadir’ a los jóvenes subsaharianos de saltar las vallas.
Un objetivo que saben que no conseguirán porque no se puede parar así la inmigración. Porque estos métodos se han demostrado hasta ahora inservibles para contener la necesidad de buscar una vida mejor. Porque estas personas han pasado meses atravesando el desierto -las que han sobrevivido, otros no lo hicieron-, han gastado todo su dinero, han sido apaleados y maltratados en Marruecos y ya no les queda apenas nada que perder.
Un nuevo muro de la vergüenza, del que se hace eco hasta la prensa internacional, uno más que no solucionará nada, pero que será una nueva vejación para las personas que intentan llegar a España, a Europa, en busca de un futuro mejor. Un nuevo muro que hará a las mafias ganar más dinero y a los inmigrantes sufrir más, pero que no cambiará en nada la situación.