No todos los escritores pueden presumir de tantas y tan variadas experiencias como las de mi autora adoptada. A sus 70 años –aunque aparenta la mitad– Ken Bugul ha pasado por la vida bohemia de París, las drogas, el matrimonio, la soledad, la poligamia compartida con 20 mujeres, los desayunos en bandeja de plata y los cuencos de arroz comidos en el suelo, las becas para estudiar en Occidente y la mendicidad en su Senegal natal.
Pero todo esto no fue suficiente para cerrar una herida que se abrió de pequeña, con tan solo 5 años, cuando su madre la abandonó, dejándola al cargo de una familia extensa con un padre de 85 años y unos hermanos que bien podían haber sido sus tíos. “Tenía una familia sin estructuras reales”. Una familia en la que nadie se ocupó nunca de ella y en la que los besos y abrazos brillaban por su ausencia. Una familia en la que, desde luego, Mariètou Mbaye Biléom –el nombre con el que vino al mundo- no encontró nunca su sitio.
Por eso buscó –y por un tiempo creyó encontrar– sus raíces en la escuela francesa. Esa escuela colonial y alienante en la que todo lo francés era lo bueno, todo lo africano malo. [“No podía imaginarme su decadencia porque durante 20 años no me habían enseñado más que su superioridad. (P.71) “Maestro era la primera profesión del hombre negro colonizado: enseñar la lengua colonial, la poesía colonial, el sueño colonial”].
Así que ella quiso sentirse francesa, vestirse a la Europea y formar parte de esa familia colonial. Y creyó lograrlo. Hasta que puso un pie en Bruselas y se dio cuenta de la cruda realidad: ese pequeño detalle de que ella era negra y los europeos no. Eran los años 70 y no era fácil ser africano en la metrópoli.
Comenzaría entonces una interminable búsqueda de identidad, que le llevó de Bruselas a París, de una orilla a la otra del Sena, y de una cama a la siguiente. Una clara lucha interior en una carrera inconclusa en busca de sus raíces.
Todo esto lo plasmaría luego en El baobab que enloqueció (1982), su primer libro, que recoge en líneas generales los efectos del post colonialismo, la búsqueda de identidad y la desazón constante de no formar parte de un mundo ni de otro. Un libro en el que el abandono materno está siempre presente [sería interesante saber qué fue de aquella madre, qué le llevó a abandonar a su hija de cinco años, algo no sólo poco habitual sino por supuesto tabú, ya sea en África como en Europa] y en el que abundan las referencias autobiográficas, aunque no es una autobiografía.
En él, Ken Bugul habla de su lugar de nacimiento, “este pueblo perdido en los confines de Ndoucoumane, que sólo conocía el tren porque lo atravesaba sin pararse”; de sus días en la escuela, de su partida… Todo en ello en un estilo que mezcla la narración más llana con la poesía pura: “Aquella mañana nos despedimos. Me marchaba. Los demás se quedaban. Me iba muy lejos. Corté mis raíces para dirigirme al Norte. El Norte de los sueños, el Norte de las ilusiones, el Norte de las alusiones, el Norte de referencia, el Norte Tierra Prometida”.
Un norte en el que rápido, muy rápido, se topa de bruces con la realidad: Es negra. ¡Negra!. «De color», diferente, extranjera, africana. Y aún peor. Va a echar de menos África. Su pueblo, su sol, su calor y sus gentes. Su lugar tampoco está en Europa. Allí sólo hay soledad. “En este país, los enfermeros están solos, los minusválidos solos, los niños solos, los viejos solos, a pesar de tratarse de las etapas más ricas de la vida humana. Allí todos están integrados, los incluyen, los rodean; todos conviven”. (P.95)
Y ella sólo es exotismo: “Yo era el peón que aquella gente necesitaba para limpiar su inconfesable culpabilidad”. No importaba lo que tuviera que contar, pero sí que estuviera allí, con su exhuberancia negra, dando color y calor a sus amigos parisinos.
Pero entre ellos nunca encontró esas raíces que buscaba. Así que regresó a Senegal, abatida, confundida, exhausta de buscar, y sin las riquezas, ni el estatus ni el reconocimiento que se esperaba de aquella que se fue con una prometedora carrera en la escuela occidental. Comenzaría allí una nueva vida, que también iba a relatar más tarde en otro de sus libros, ‘Riwan o el camino de arena’. Otra etapa llena de sorpresas y que iba a dar mucho que hablar. Pero, de momento, quedará para otro post.
** Esta entrada forma parte del proyecto colaborativo #AdoptaUnaAutora, que tiene como objetivo «dar a conocer la vida y obra de autoras pertenecientes a todas las épocas, nacionalidades, lenguas, y géneros literarios», y que surgió de la constatación de que las mujeres escritoras son mucho menos conocidas que sus homónimos varones y que tuvo como origen otra iniciativa similar que invitaba a leer autoras durante el mes de Octubre y que en twitter se convirtió en #LeoAutorasOct Podéis leer más información y conocer a un montón de autoras nuevas en el blog y, si os apetece, sumaros a la iniciativa. Que todavía quedan muchas autoras por adoptar!.