Puede que lo peor de una experiencia traumática no sea sufrirla, sino tener que vivir con ella el resto de tu existencia. En el momento en el que menos te lo esperas, vuelve a ti sin avisar, aprovechándose de los puntos débiles y las defensas caídas. Vuelve para hacer un daño que, esta vez sí, será irreparable.
Eso al menos lo que parece venir a decir el poeta y escritor sudafricano Achmat Dangor en su novela Fruta Amarga. El trauma puede ser personal o colectivo, pero si hablamos de Sudáfrica, siempre será doble. Fueron muchas las generaciones que sufrieron la tragedia colectiva de ser un ciudadano de segunda, de la marginación y la discriminación, pero además, sería casi imposible encontrar la familia que no viviera en sus propias carnes el golpe brutal y directo del Apartheid: un sobrino muerto, un hijo desaparecido, una muchacha violada…
De esto da cuenta la novela de Dangor, en la que se aprecia claramente que si bien el país fue capaz de superar el drama colectivo, todavía son muchos los que tienen que enfrentarse, necesariamente solos, a su tragedia personal.
En el caso de los protagonistas de la historia, una familia de origen coloured, ni siquiera los más allegados sirven como apoyo, más bien al contrario. Sylas y Lidia Ali son un matrimonio de mediana edad con un solo hijo que a sus 18 años da sus primeros pasos en la Universidad y tiene un futuro brillante. Son, de hecho, un caso de éxito, ‘fruto’ –amargo- de la “nueva Sudáfrica. Él, combatiente del MK (brazo armado del ANC) durante los años más duros del Apartheid forma ahora parte de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Ella trabaja como enfermera y es respetada en el hospital. Son parte de la clase media y disfrutan de todas las comodidades.
Hasta que un día, una mañana cualquiera, Sylas se encuentra con una cara conocida en el supermercado. Sólo le ve de refilón, durante unos minutos, pero ya no podrá volver a guardarla en el cajón del olvido. “Era inevitable. Algún día, Sylas se tropezaría con alguien del pasado. Alguien que había estado en una posición de fuerza y había abusado de ella. Alguien que había afectado su vida, no en un modo vago y genérico en el que todo el mundo se ha visto afectado, sino directa y brutalmente”. Se trata de Du Boise, el afrikáner blanco que años atrás violó a su esposa mientras él era obligado a escuchar sus gritos. Y así, tanto pero tan poco, se destapa la caja de los truenos. Se lo cuenta a su mujer, Lidya, que tras el mutismo inicial termina autolesionándose bailando descalza sobre los cristales rotos de una copa. Ella no ha olvidado ni un momento de su vida a su violador, porque lo reconoce cada día en los ojos de su hijo, y porque no puede dejar de preguntarse qué hubiera sucedido de no haber estado Sylas metido en política.
A partir de ahí comienza el proceso de destrucción de un pareja que necesita aire fresco a bocanadas. Una pareja que quizás comenzó a romperse aquella noche de 1976 y que tendrá imprevisibles, y negativas, consecuencias sobre su hijo Michael.
Cada uno de los protagonistas afronta como puede las consecuencias de aquella noche y aquella época que, a pesar de los cambios, nunca les abandona, y les ha dejado como fruto la ira, la venganza, el odio y la pena. Sentimientos que se materializan en el incesto, la violación, la mentira y la muerte; los frutos amargos del Apartheid.
Achmat Dangor, nacido en Johannesburgo en 1948, sorprende de nuevo al lector con este libro que resucita las tensiones raciales en los años más prósperos de la nueva Sudáfrica, coincidiendo con la última época de Nelson Mandela en el poder. Dangor es uno de los poetas y escritores más reconocidos de Sudáfrica, ha logrado varios premios literarios y fue él mismo un activista contra el Apartheid, a través de la organización «Black Thoughts» un grupo cultural de escritores. Su postura le supuso la prohibición de escribir en 1973, pero tan pronto como acabó la censura contra él publicó su primera novela «Esperando a Leila». Desde entonces, ha fundado la organización Kagiso Trust, que ofrece ayuda humanitaria y educativa a los jóvenes pero que tuvo como especial valor el haber sido la primera fundación de prestigio liderada por negros, y es miembro de la Fundación Nelson Mandela.