Resulta que estamos aquí más cerca de la Antártida que de España. Según Google Earth, exactamente «unos 3.900 kilómetros desde Cape Town hasta el perímetro continental antártico».
Como siempre vemos los mapas en rectángulo, y no en redondo, no me había parado a pensarlo hasta que en Cape Towm nos encontramos una colonia de pingüinos que llevan allí unos años asentados. Entonces empezaron las dudas, «y qué hacen los pingüinos en África?», «y cómo pueden vivir aquí, si hace mucho calor?». Lo que hace el desconocimiento. De cualquier modo, esto nos sirvió para aprender un poquito más y reforzar la teoría de que en este país hay de todo. DE TODO.
Estas fotos para Isa, que está un poco agobiada con sus crías de cabra.
Acostumbrada a la Europa de la ‘libre circulación de personas’ se me había olvidado ya lo que era una frontera. El año pasado en Marruecos me enteré bien, porque las colas eran siempre agotadoras, pero lo de ayer fue mucho peor. Ración doble para que no se nos vuelva a olvidar.
Volvíamos de Mozambique hacia Sudáfrica a las 3 de la tarde y a la salida de Maputo nos paró la policía para indicarnos amablemente que la frontera estaba colapsada y mejor nos fuéramos por otro sitio. La opción es pasar a través de Suazilandia, pero resulta que al haber entrado por un paso fronterizo tienes que volver a salir por el mismo a no ser que hayas especificado lo contrario -lo cual no habíamos hecho- y no nos quedó más opción que volver por Resano-García.
A unos 15 km. de la frontera, la policía había parado a todos los coches y los iba dejando pasar poco a poco para que no se colapsara el paso fronterizo. Hay que decir que la organización era bastante buena -no como en otros sitios de Mozambique- y todo fue civilizado y tranquilo. A sentarse a esperar durante cuatro horas, viendo cómo caía la noche mientras los que iban en transportes colectivos -autobuses, combis, chapas, cualquier vehículo grande, que aquí los coches se aprovechan al máximo- se iban bajando para llegar hasta la frontera a pie.
Mientras estos andaban por la izquierda con sus maletas a cuestas -la mayoría de los que intentaban pasar eran mozambiqueños que han emigrado a Sudáfrica en busca de trabajo- y nosotros esperábamos pacientemente, otros coches nos adelantaban impúnemente avanzando por el carril contrario. Sólo nos hizo falta un ratito en la cola para que un mozambiqueño se nos acercara ofreciéndonos el ‘carril rápido’ por el módico precio de 200 rands (menos de 20 euros). Ni corto ni perezoso, nos explicó que: «One hundrend for me and one hundred for the police».
He de reconocer que dudamos un momento, la cola era larga, estábamos cansados, era de noche… Pero reaccionamos a tiempo para decir casi al unísono que no, que ya esperábamos la cola como todo hijo de vecino y que no teníamos ninguna prisa. Igual hicimos en la frontera de Lesotho -donde el funcionario de turno, por llamarlo de alguna manera, se empeñó en decir que no éramos de la Commonthwealth y que no podíamos pasar- y en Tráfico, donde después de decirle que no pagábamos los 50 rands que nos pedía para acelerar los trámites el tío nos dijo, «Ah, pues entonces le digo al que está haciendo los papeles que vaya sin prisa».
Contra la corrupción se puede luchar desde arriba, por supuesto, pero también desde abajo. Al final, si nadie pagase, no pasarían estas cosas.
Enero 2009.- De nuevo, la guerra amenaza a la República Democrática del Congo. Tras años de enfrentamientos entre fuerzas rebeldes, tropas extranjeras y efectivos gubernamentales, y cuando parecía que se había alcanzado por fin un conato de paz tras las primeras elecciones libres y democráticas celebradas en el país en 2006, el horror de los refugiados, las aldeas destruidas y la lucha encarnizada por cada milímetro de tierra ha vuelto a perturbar la frágil paz de la que disfrutaban los congoleños.
La historia se repite una y otra vez en el Congo, un país que arrastra consigo un truculento pasado, plagado de violencia desde la brutal colonización belga, en 1912, hasta épocas más recientes pero no mejores bajo el yugo de Mobutu Sese Seko, uno de los más brutales y longevos dictadores de África. Su situación geográfica, compartiendo frontera con nueve países, todos ellos extremadamente inestables, (Sudán, Uganda, Ruanda, Burundi, Tanzania, Zambia, Angola, Congo-Brazaville y la República Centroafricana), sus vastos y codiciados recursos naturales y una saga de dictadores corruptos, interesados tan sólo en su enriquecimiento personal, no han ayudado nunca a mejorar la situación.
Hoy, de nuevo, Congo vuelve a ser portada de periódicos y televisiones tras el levantamiento armado protagonizado por el general Laurent Nkunda. El movimiento, que llevaba ya varios años fraguándose –entre mayo y junio de 2004 se produjeron los primeros ataques en la provincia de North Kivu– hunde sus raíces en lo sucedido en la vecina Ruanda en 1994, cuando, en cuestión de semanas, hutus extremistas acabaron con la vida de unos 800.000 tutsis y hutus moderados a machetazos, en lo que se convirtió en el mayor genocidio de la Historia reciente. Cuando en Ruanda se instaló la paz y el Frente Patriótico Ruandés (FPR) –movimiento formado por tutsis– de Paul Kagame llegó al poder, los problemas se trasladaron al Congo.
Cuatro años antes, Nkunda, nativo de North Kivu, había abandonado sus estudios de psicología para unirse al FPR (1). La República Democrática del Congo (RDC) se llamaba por entonces Zaire y seguía gobernada por el sanguinario Mobutu Sese Sekoquien, aparte de haber impuesto un régimen de corrupción generalizada en todo el país (en el momento en el que fue derrocado, sus cuentas en paraísos fiscales eran mayores que la deuda exterior de su país, llegó a alquilar el Concorde para ir de compras e instaló en su palacio presidencial un escudo antinuclear), no respetaba a la minoría tutsi. Cuando el enfrentamiento acabó en Ruanda, Mobutu no dudó en acoger a los responsables del genocidio –se calcula que hasta unos 8.000 hutus extremistas podrían haberse refugiado en la zona fronteriza, especialmente al norte de la provincia de Kivu– y permitirles operar desde allí con toda impunidad, realizando incursiones en Ruanda y atacando a los tutsis congoleños.
Esto terminaría costándole caro a Mobutu, puesto que el FPR, una vez instalado en Ruanda, impulsó la creación de la Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo (AFDLC), una fuerza de invasión formada en su mayoría por tutsis que contaba con el apoyo de Angola y la propia Kigali, capital congoleña. En unos pocos meses, la guerrilla había logrado derribar a Mobutu, en el poder desde 1965. La situación del Congo era tan miserable que las tropas ocupantes apenas se encontraron con resistencia en un país en el que la mayoría de los soldados, impagados y hambrientos, se negaron a defender el régimen de Mobuto. Era 1997 y el país se encontraba literalmente en ruinas.
Tomó entonces las riendas del poder Laurent Kabila, el líder de la fuerza invasora, al que la mayoría de congoleños aclamó como su salvador pero que no resultó ser mucho mejor que Mobutu. Igual de brutal y corrupto, no demostró ninguna inteligencia y, a pesar de que había contado con el decisivo apoyo de Ruanda para derrocar a Mobutu, nunca actuó de manera contundente contra los ejecutores del genocidio de 1994. Esto le supuso enemistarse con Kigali, pero recibió el apoyo de Angola, Namibia y Zimbabwe y se sentía libre para actuar a su antojo.
Poco más de un año después de que Kabila accediera al poder, el 1 de agosto de 1998, daba comienzo la llamada Gran Guerra del Congo –a la que muchos han denominado Guerra Mundial Africana por el dudoso honor de ser la contienda que más muertos ha dejado después de la Segunda Guerra Mundial–. La historia del conflicto sigue siendo todavía hoy demasiado confusa, con seis ejércitos nacionales (Ruanda, Uganda, Angola, Namibia, Zimbabwe y la RDC) y decenas de grupos rebeldes luchando entre sí, la mayoría sin saber muy bien para quién o para qué, aprovechando el barullo para saquear el país y sus recursos naturales.
Tampoco se sabe exactamente cuánta gente murió en aquella guerra, pero según un estudio publicado en diciembre de 2004 por el Comité Internacional de Rescate (Internacional Rescue Comitte), entre agosto de 1998 y abril de 2004 podrían haber fallecido unos 3,8 millones de personas (el cálculo se hizo comparando la tasa de mortalidad existente antes, durante y después de la guerra). La mayoría de las muertes, más que a las balas o al enfrentamiento directo, se debieron al hambre y la enfermedad causadas por la guerra.
En medio del caos, en enero de 2001, Laurent Kabila terminaría siendo asesinado por uno de sus guardaespaldas. Su hijo, Joseph Kabila, asumió entonces el poder, como si de un nuevo reinado se tratara y, presionado por las potencias occidentales, aceptó firmar un acuerdo de paz en Sudáfrica, en 2002. Demostrando más inteligencia que su predecesor, se plegó a las condiciones impuestas por las grandes potencias y dio la bienvenida a sus antiguos enemigos en un gobierno de transición que se hizo efectivo en junio de 2003. Dos de sus vicepresidentes eran antiguos rebeldes, y la mayoría de las facciones armadas lograron algún ministerio. Era la única forma de conseguir la paz, aunque fuera de manera provisional. Al menos, todas las partes parecían quedar contentas y todos se hicieron la foto: unos prometieron buena gobernanza, y otros comprometieron fondos y soldados para una fuerza de paz.
Obviamente, no era una solución ideal, pues suponía convertir a guerrilleros en miembros del Gobierno y poner a trabajar junto a enemigos irreconciliables, pero era la única opción y así se hizo: una vez firmado el acuerdo de paz, vendrían las elecciones generales para elegir a un nuevo Ejecutivo.
La cuestión resultó mucho más difícil de lo esperado: no existía un censo mínimamente fiable –desde 1984 no se había registrado a la población–, era, y es, un país sin experiencia democrática, sin funcionariado e incluso casi sin carreteras y la voluntad política de asumir la democracia se demostró inexistente. Organizar las elecciones suponía una enorme decisión política y mucha ayuda internacional, pero la realidad era que el Gobierno se hallaba cómodamente instalado, sin intención ninguna de responder ante la ciudadanía en una votación, y la atención internacional estaba ya en otros lugares.
A pesar de ello, la Comisión Independiente Electoral, formada en su totalidad por nativos congoleños, apoyada en buena medida por la Comunidad Internacional, en particular por Naciones Unidas, la Unión Europea y algunos socios bilaterales como Bélgica y Sudáfrica (2), fue capaz de llevar a cabo su misión y organizar unas elecciones libres. Los comicios, primero el referéndum constitucional de diciembre de 2005, y luego las presidenciales y legislativas, a doble vuelta, se celebraron en sendas jornadas de calma, en medio de un ambiente festivo, que será recordado por muchos años en el Congo.
Como presidente del país fue elegido Joseph Kabila, que obtenía así la legitimidad que antes no había tenido. Parecía que la historia podía cambiar y que Congo avanzaba finalmente hacia la democracia y la estabilidad, apoyado, eso sí, por uno de los mayores contingentes de paz de Naciones Unidas en el mundo, unas 19.000 personas, entre civiles y militares, encargados de que, por una vez, no fuera cierta la estadística que dice que la mitad de las guerras modernas en África se han reiniciado en la década siguiente, normalmente porque los regímenes de la posguerra no han sido capaces de reconducir los problemas que habían causado dichas contiendas. (3)
Pero los últimos acontecimientos parecen indicar que la historia no cambia en Congo y que la estadística se repetirá. El levantamiento del general Nkunda, que venía fraguándose desde hace unos años y que se ha recrudecido este pasado mes de noviembre, ha acabado de un plumazo con las esperanzas del país, al menos en la provincia de North Kivu, donde se calcula que unas 250.000 personas han tenido que huir y otras muchas han quedado a merced de la ayuda humanitaria.
A día de hoy, según los periodistas y trabajadores humanitarios que se hallan en el terreno, la situación es absolutamente catastrófica. La guerrilla de Nkunda se halla a pocos kilómetros de Goma, capital de la provincia, el ejército de la República Democrática del Congo no sólo se ha mostrado incapaz de defender a la población, sino que ha sido acusado por Naciones Unidas de iniciar una ola de violencia contra los civiles, incluyendo saqueos de poblaciones y violaciones de mujeres (4), y las fuerzas de paz de la ONU se encuentran absolutamente superadas por la situación.
Sin ir más lejos, el general español al cargo de la Misión de Naciones Unidas en Congo, (MONUC, según sus siglas en inglés) Vicente Días de Villegas, dimitió el pasado 27 de octubre de su cargo por “no disponer de los medios suficientes para enfrentarse al claro deterioro de la situación ocurrido en el este de la RDC”. Del mismo modo, según una información de la BBC, un comandante de las fuerzas de paz de la ONU, el general Bipin Rawat, declaró que sus tropas no son capaces de hacerse con la situación ya que, al ser fuerzas de paz, no pueden enfrentarse directamente con los rebeldes, teniendo que realizar advertencias verbales y tiros disuasorios antes de intervenir (5).
Lo más trágico es que esta situación recuerda preocupantemente a la vivida en Ruanda en 1994 por los cascos azules de Naciones Unidas, que vieron impotentes cómo se perpetraba el genocidio ante sus ojos sin poder hacer nada. El comandante en jefe en aquel momento, el canadiense Romeo Dallaire, dejó escrito en sus memorias de aquellos crueles días su incapacidad para evitar la matanza (6).
Mientras tanto, la ONU estudia estos días el envío de otros 3.000 cascos azules a Congo, una propuesta hecha por Francia que será votada por el Consejo de Seguridad la semana próxima, y el enviado especial de Estados Unidos en la zona, el ex presidente nigeriano Olusegum Obasanjo, intenta lograr un alto el fuego entre las partes, para lo que se ha reunido con el líder de los rebeldes y algunos presidentes de Gobierno de la zona. Su objetivo es evitar el otro gran peligro de la guerra, aparte de los refugiados: que el conflicto se internacionalice, afectando a los países vecinos.
La posibilidad no parece remota, debido a lo sucedido en el pasado y al hecho de que, ya a mediados de noviembre, el viceministro de Exteriores de Angola, Georges Chikoti, confirmó que su país enviaría tropas al Congo. Aunque no informó sobre su número o bajo qué mandato actuarían, se especula con que podrían unirse a la fuerza de paz que en teoría enviaría la Comunidad para el Desarrollo del Sur de África (SADC, según sus siglas en inglés). Si esta intervención se llevara a cabo, podría servir como excusa para que Ruanda tome cartas en el asunto, como ya hizo durante la Gran Guerra del Congo, con el pretexto de detener a hutus rebeldes. De hecho, aunque el general Laurent Nkunda siempre ha negado contar con apoyo militar o financiero de Ruanda, y ha llegado a asegurar que su grupo se financia “con las aportaciones de los miembros” (7), lo cierto es que desde hace ya años Kigali apoya económica y militarmente a los tutsis congoleños
Por su parte, los gobiernos occidentales continúan haciendo llamamientos en favor de la paz, mientras deciden cómo afrontar la situación, en la que intervienen muchos y muy variados factores: los intereses económicos de la región, debido a sus enormes recursos naturales, –como el coltán, imprescindible para la fabricación de móviles y ordenadores–, el sentimiento de culpabilidad por lo sucedido en Ruanda, que obliga a la Comunidad Internacional a intervenir antes de que la vergüenza vuelva a repetirse, y las luchas geopolíticas de las grandes potencias que se dirimen en el continente negro (8).
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(1)Guerrillas in the Congo´s Midst: What is general Nkunda up to?. Greg Mills. Royal United Services Instituto for Defense and Security Studies, at: http://www.rusi.org/research/studies/africa/commentary/ref:C490DF0DF45B68/
(2)The United Nations Mision in the Democratic Republic of Congo: Searching for the missing peace. Xavier Zeebroek. Working paper nº 66. Julio de 2008. FRIDE.
(3)Africa´s unmended heart. 9 de junio de 2005. The Economist
(4)UN accuses DRC army of looting. 11 de noviembre de 2008. Mail & Guardian
(5)Congo armed forces chief sacked. 18 de noviembre de 2008. BBC News.
(6)DALLAIRE, Romeo, Shake hands with the Devil: The failure of Humanity in Ruanda. Capo Press, 2004.
(7)“Como presidente o general, estoy preparado para gobernar el país”. Entrevista al general Laurent Kabila. Gemma Parellada, El País, 13 de noviembre de 2008.
(8)Desde la década de los 90, Estados Unidos, movido por su lucha contra el terrorismo, se alió con Uganda, Ruanda, Eritrea y Etiopía, en un esfuerzo por combatir el régimen extremista de Sudán, al que apoyaba Mobutu quien, a su vez, contaba con el beneplácito de Francia.
Mozambique es uno de los países más pobres del mundo, el quinto o el sexto -qué mas da-, anda falto de hospitales y centros de salud, tiene sólo una autopista -el resto son carreteras secundarias pobremente asfaltadas-, necesita colegios, tiendas, casas, electricidad, medios de transporte, agua corriente…
Con 20 millones de personas y un Pib per cápita que será diez veces menor que el de España, la Cooperación Internacional parece haber puesto en Mozambique sus esperanzas de cambio. Es uno de los países que más Ayuda al Desarrollo recibe, hasta el punto de que el Ministerio de Economía se ha desgajado en dos, para dar lugar al de Finanzas y al de Negócios Estrangeiros e Cooperação.
Dos factores son clave para esto: por un lado, el Gobierno está siempre dispuesto a acoger a las decenas de ONG que tienen un proyecto en el país -aunque parezca mentira, no todos son tan permisivos a la hora de acoger a Organizaciones internacionales- y, por otro, los cooperantes aceptan encantados la estancia en Mozambique, un país seguro, acogedor, con buen clima y en el que siempre hay algo que hacer.
Después de varias décadas de guerra ‘de liberación’ frente a la colonización portuguesa, hasta junio de 1975, cuando el país obtiene la independencia, y otras tantas de lucha encarnizada entre las dos facciones independentistas, el Frelimo (de orientación comunista y ayudado por la URRS) y la RENAMO (apoyada por Sudáfrica y Occidente en general), el país consiguió ver la paz por fin en 1992.
Como consecuencia de los enfrentamientos, cientos de kilómetros de tierra y campos cultivables quedaron inutilizables debido a las minas antipersonas enterradas por todo el territorio, especialmente en el norte. Su proliferación es tal que se han llegado a adiestrar a ratas para buscar y desenterrar las bombas, un proceso largo y costoso pero que hace pensar que, ahora sí, la guerra queda de verdad atrás. Aunque sea dificil de creer viendo su bandera.
Veinte millones de euros y 500.000 de ellos provenientes del Fondo de Ayuda al Desarrolo gastados en decorar una salita de la ONU en Ginebra. Eso sí, la sala de la ‘Alianza de Civilizaciones’. Nada más y nada menos. Esto sí que es promover los Derechos Humanos en todo el mundo. Las mujeres afganas ya lo están notando, sí, sí. Y los niños sudaneses también. Qué cambio. Nueva vida desde ahora.
Para lo poco que hacen, sí que nos salen caras las Naciones Unidas. Ahora, yo pienso aprovecharlo. Con esta pasta que nos hemos gastado todos los españoles, alguien tendrá que sacar tajada además de Barceló, ¿no?. ¿Han creado ya la beca ‘Alianza de Civilizaciones’ especial para españoles? Que yo voy echando la solicitud.
Que haya un presidente negro en la Casa Blanca puede no significar nada o significarlo todo. No es que el mundo vaya a cambiar de manera radical ni que los negros vayan a ver mejorado su nivel de vida de una manera espectacular. Pero el hecho de que en un país donde hace tan sólo cuatro décadas los negros no tuvieran derecho al voto, ni a sentarse en autobuses de blancos, ni a ir a la Universidad, ni a ciertos trabajos el presidente sea ahora negro -o café con leche, como muchos dicen, porque Obama es una mezcla- es un claro paso hacia delante.
Como dice la viñeta (publicada el domingo pasado en The Times de Sudáfrica), una pequeña acción -Rosa Park sentándose en los asientos reservados para blancos en los autobuses de Montgomery (Alabama)-, repetida una y mil veces por cientos de personas terminó dando paso a un enorme movimiento por los Derechos Civiles de los Negros que terminó congregando a más de 200.000 personas en Washington para escuchar a Martin Luther King y su inolvidable discurso: ‘Yo tengo un sueño’.
Cuarenta años después, todo confluye en la elección de un hombre negro como presidente de Estados Unidos. Mirado así, significa mucho.
Esta es la vista de Johannesburgo desde el Carlton Center, el más alto de África. Impresiona, ¿eh? Tiene 50 plantas y un enorme mirador acristalado en la última. En los pisos inferiores hay un párking, en el primero y segundo un centro comercial, y de ahí para arriba, nadie lo sabe muy bien: el caso es que en el ascensor que te lleva a lo más alto, sólo puedes marcar el 0 o el 50. El edificio se construyó en los años 70, y toda empresa que se preciara tenía allí su sede -entre ellas, la Oficina Comercial Española-. En los 90, con el inicio de la decadencia y la violencia en la zona, todas las empresas se fueron marchando y el otrora magnificente Carlton Center se convirtió en una mole de cemento con 48 plantas abandonadas.
Entre la crisis internacional y el follón en el Gobierno, el Rand, la moneda sudafricana, no para de depreciarse respecto al euro y el dólar. Esta es una de esas cosas de Economía de la que siempre piensas que da igual, porque sólo afecta a los empresarios, corredores de Bolsa y demás, pero resulta que de repente empiezas a darte cuenta de que todo te afecta, desde el puto Euríbor hasta el cambio de la moneda. Por suerte, en este último caso, la suerte nos acompaña a los becarios de sudáfrica, porque cobrando lo mismo en euros, cada día tenemos más rands. En sólo tres semanas aquí la diferencia ya se nota bastante: sacando siempre 3.000 rands, la primera vez me cobraron 262 euros; ayer fueron 228,cuarenta euritos de diferencia!. A este paso, me convierto en una George Soros y hundo el país.
Para el país es una putada, porque todo lo que compran en el extranjero les sale más caro, y eso incluye el petróleo, por ejemplo; aunque también es verdad que les viene bien para exportar, porque pueden ofrecer precios más baratos que otros países.
Sea como sea, el caso es que las cosas no van muy bien. Las noticias económicas siempre son un poco lío, parece que todos los que dicen algo juegan a despistar, pero hay algunos datos negativos que no se pueden esconder: Sudáfrica ha estado creciendo a un 6% en los últimos años, pero se espera que para 2008 no alcance más del 4% y el 3.5% el próximo año. Teniendo en cuenta cómo está la economía mundial, no es demasiado negativo, pero sí para un país que necesita crear millones de puestos de trabajo y en el que todavía mucha gente vive en la miseria. Ésta es la putada de África, que tal y como está, necesita el triple que el resto del mundo para poder salir adelante.
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