Esta entrada forma parte de la serie dedicada a la biografía de Mandela. El resto de entradas pueden encontrarse aquí:
I.- Años de infancia y toma de conciencia
II.- Nelson Mandela, la llegada a Johannesburgo.
III.-La instauración del Apartheid.
IV.- Condenado a cadena perpetua
V.- Los años más duros
También puede escucharse en formato podcast, aquí.
Tras su condena a cadena perpetua, Nelson Mandela y el resto de sus compañeros fueron enviados a la prisión de Robben Island. Allí pasaría la escalofriante cifra de 27 años, en unas durísimas condiciones y sin obtener permiso siquiera para asistir al funeral de su madre.
El propio Mandela también iba a erosionarse durante estos 27 años que pasó en prisión. En los primeros cuatro años de condena, sólo pudo ver dos veces a su mujer, apenas podía recibir correspondencia y, en lo que fue el mayor golpe para él, no le permitieron asistir al entierro de su madre. Fue tan duro que en ocasiones llegó a preguntarse si había merecido la pena su sacrificio. Sin embargo, pesar del sufrimiento, mantuvo su dignidad y alma rebelde, liderando pequeñas protestas desde la cárcel. Redactando escritos, haciendo peticiones y exigiendo unos mínimos derechos, pues la discriminación llegaba hasta tan punto que hasta el pan que comían y las ropas que vestían en la cárcel eran diferentes según el condenado fuera negro, blancos y coloureds.
Al mismo tiempo, la sociedad seguía luchando. En 1976 tuvo lugar la revuelta de Soweto, cuando los estudiantes se rebelaron contra la intención de los dirigentes del Apartheid de imponer el afrikaans como lengua de estudio en todos los colegios, y el Gobierno, como siempre, respondió con más mano dura dejando una nueva imagen para la historia de la infamia: la del cuerpo inerte del pequeño Hector Pietersen, llevado en brazos por su hermana, tras ser disparado por los soldados.
Un año más tarde moría torturado Steve Biko, líder del movimiento Conciencia Negra, que instigaba a los jóvenes negros a no considerarse inferiores a los blancos. Aunque los dirigentes del Apartheid lo negaron, las fotos publicadas por su amigo, el periodista blanco Donald Woods, no dejaban lugar a la duda.
Para la década de los 80, Sudáfrica ya es un país ingobernable. Ni todos los tanques del mundo pueden acabar con las protestas que se registran un día sí y otro también en todos los puntos del país. Así que el Ejecutivo comienza un primer y timidísimo acercamiento. Una mañana de mazo de 1982, Mandela y varios de sus compañeros son trasladados a la prisión de Pollsmoor, al sur de Cape Town, que, comprado con Roben Island, era como un hotel de cinco estrellas.
Efectivamente, el 31 de enero de 1985 tiene lugar el primer momento histórico: El presidente ofrece públicamente la libertad a Mandela, y a todos sus compañeros, si rechaza incondicionalmente la violencia como instrumento de lucha política. Pero hay una trampa en el ofrecimiento y el CNA se niega a aceptar. No pueden permitir que caiga sobre sus hombros la responsabilidad del uso de la violencia, cuando en realidad era el Estado el que sistemáticamente la usaba contra todos los negros.
La situación era complicada y los encuentros comenzaron casi a escondidas, mientras el país seguía viviendo años convulsos. El estado de emergencia se declaró en 1987 y 1988, las detenciones eran masivas pero de todos lados salían jóvenes dispuestos a manifestarse, a tirar piedras, a realizar pequeños actos de sabotaje, a quemar coches… Y la represión era más dura cada momento. Los tanques entraban en los townships día sí y día también arrasándolo todo. Y con ello, hacían renacer el odio en la población negra que volvía a la carga con más fuerza si cabe. Así, como una pescadilla que se muerde la cola, la situación se hacía ya insostenible.
A esto se sumaba también la presión internacional: Sudáfrica sufría el veto para participar en los acontecimientos deportivos; en Inglaterra miles de jóvenes se manifestaban contra el gobierno del Apartheid, Estados Unidos, por primera vez, parecía que dejaba de ver con buenos ojos al gobierno…
Finalmente, en 1989 dimitía el presidente del Gobierno, P. H. Botha, que iba ser sustituido por Frederick W. de Klerk. En un principio, nada hacía indicar que las cosas cambiarían con este hombre. Era un hombre del partido, sin espíritu de reforma. Pero las cosas no siempre son como parecen. Y De Klerk comenzó a desmantelar algunas de pilares del Apartheid. Cosas que pueden parece nimias, pero que eran importantes: las playas se abrieron para gente de todos los colores y lo mismo pasó con los lugares públicos; anunció a disolución de las fuerzas especiales para combatir a los que atacaban al apartheid y comenzó a hablar de reconciliación. (Continuar leyendo aquí)