Estos días estoy releyendo el libro Descolonizar la mente del escritor keniata Ngugi wa Thiong’o (eterno candidato al Nóbel de Literatura y uno de los mejores narradores de la vida en tiempos de la colonia), en el que analiza la política lingüistica de la Literatura africana y explica por qué, en los años 80, decidió dejar de escribir en inglés para hacerlo exclusivamente en su lengua natal, el gikuyu. Una decisión valiente y, sin duda, difícil para mantenerse en el mercado pero que, sin embargo, no le ha impedido gozar en los últimos años de un importante reconocimiento internacional.
Comienza Wa Thiong’o explicando cómo, durante los años de la colonización y las primeras independencias, era el dominio de la lengua inglesa lo que determinaba la posición y posibilidades de los nativos, tal y como muestra su propia experiencia, que le permitió ser admitido en una prestigiosa escuela gracias a su conocimiento del idioma del colonizador. Más adelante, cuando comenzaba a dar sus primeros pasos como escritor, habiendo publicado apenas un par de textos cortos, fue invitado al “encuentro histórico de escritores africanos en la Universidad de Makerere, en Kampala”. Era el Congreso de Escritores Africanos de Expresión Inglesa (1962) y en él se dieron cita los que se convertirían en los grandes pioneros de la Literatura africana (escrita en inglés), pero no autores locales de larga trayectoria pero que se escribían en sus lenguas, como el poeta tanzano Shabaan Robert o el escritor nigeriano Daniel Fagunwa , de los que todavía hoy sabemos tan poco.
En mi opinión, escribe Wa Thiong’o en el Descolonizar la Mente, publicado en 2015 por la editorial Txalaparta, “la lengua fue el vehículo más importante mediante el cual el poder fascinó y atrapó el alma”, una dominación cultural que fue de la mano del control político y económico, y que garantizó la transmisión de unos valores, enfoques y visiones muy determinadas, marcadas desde las metrópolis.
Las representaciones de África y la construcción occidental de la imagen de África y los africanos ha marcado durante décadas la manera de abordar y entender las realidades del continente, no sólo desde la ciudadanía sino también desde las propias instituciones y, en ocasiones, los académicos e investigadores. Luchar contra los prejuicios es complicado, pero especialmente si no somos conscientes de ellos o no queremos verlos, dejando vía libre a esta mentalidad colonial, que establece una relación de superioridad cuando hablamos de África.
«El efecto de una bomba cultural es aniquilar la creencia de un pueblo en sus nombres, en sus lenguas, en su entorno natural, en su tradición de lucha, en su unidad, en sus capacidades y, en último término, en sí mismos. Les hace ver su pasado como una tierra baldía carente de logros y les hace querer distanciarse de esta. Les hace querer identificarse con aquello que les resulta más lejano, por ejemplo con las lenguas de otros pueblos en lugar de las suyas propias” (Ngugi Wa Thiong’o).
Esta idea de superioridad, en todos los sentidos, ha sido transmitida a lo largo de muchos siglos de dominación –ya sea colonial, económica o cultural- y no sólo impacta en la mentalidad del colonizador, sino también del colonizado, que puede terminar asumiendo de manera natural esa supuesta inferioridad. Ya lo explicaba en los años 50 el psiquiatra y fundador del Movimiento de la Negritur, Frantz Fanon, que investigó el proceso que provoca ese complejo de inferioridad y la consiguiente «necesidad» de asimilar la cultura dominante, y lo siguen señalando autores más recientes como la joven escritora nigeriana Chimananda Adichie, que cuenta en El peligro de una sola historia, que cuando era pequeña y comenzaba a escribir sus primeros cuentos, todos su personajes eran “blancos y de ojos azules, jugaban en la nieve comían manzanas (…) Esto a pesar de que vivía en Nigeria y nunca había salido de Nigeria, no teníamos nieve y comíamos mangos”. Escribía por asimilación de lo que había leído, ya que no tenía referentes de su propia cultura y país. Algo similar me contaba el año pasado un profesor en Porth Elizabeth, en Sudáfrica, de algo tan sencillo como el aprendizaje del idioma inglés, cuando aprendían el abecedario diciendo «a for apple«, a pesar de que no habían visto una manzana en su vida.
Para el colonizador, la situación es contraria: por inercia, sin haber hecho nada para merecerlo, tiende a sentirse superior y, peor aún, considera que la situación del otro es insalvable, porque así se le presenta la realidad y porque es más cómodo aceptarlo así. Para ello, es necesario pasar primero por otro proceso, que es el de la ‘deshumanización del otro», tal y como se muestra en un texto que comparaba las masacres sucedidas en 1994 en Ruanda y la antigua ex Yugoslavia. Ambas estremecieron al mundo, pero mientas las primeras se presentaban como algo “natural” en África, cuestión de tribus enfrentadas; las segundas se veían como algo impropio de Europa (olvidando que los europeos se habían destrozado entre ellos tan sólo cincuenta años antes). Una deshumanización que vemos todavía hoy cuando hablamos de los migrantes muertos en el Mediterráneo: cuerpos sin nombre, sin rostro y sin historia. Cifras sobre las que discutir en una cumbre europea para ver cómo repartirse –o mejor dicho, cómo evitar repartirse– a los refugiados.
Se trata de una mentalidad tan interiorizada que incluso algunas ONGs han utilizado y utilizan este tipo de narrativas para recaudar fondos: mostrar imágenes de niños o adultos famélicos, sin esperanza, sin futuro ni pasado, sin nada, para apelar a la caridad, pidiendo un donativo que, a todas luces, no servirá para cambiar la situación sino simplemente, para solventarla temporalmente.
Sin embargo, y a pesar de todo, queda un margen para el optimismo. Muchas cosas están cambiando y, por suerte, la transformación está partiendo de los dos entes implicados: colonizados y colonizadores. En la actualidad, en la propia África están surgiendo iniciativas que promueven y valoran la historia, el conocimiento, los saberes africanos y exigen un trato en igualdad de condiciones. Iniciativas individuales e institucionales que, aprovechando las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, nos están haciendo llegar otra imagen de África. Proyectos fotográficos o audiovisuales como My Africa is o The Africa the media never shows you, por poner sólo dos ejemplos recientes, nos ofrecen la visión de un continente activo, en movimiento y consciente de sus limitaciones pero, también, de sus posibilidades. La capacidad de influencia de estas nuevas narrativas es todavía pequeña, pero ya comienza a hacerse un hueco en multitud de publicaciones y enfoques lanzados desde el Norte Global. Por otra parte, organizaciones sociales y de cooperación han sido las primeras en reflexionar sobre las representaciones que ofrecen de África y hoy son muchas las que acompañan cada una de sus campañas con informaciones y vídeos sobre el contexto político y social, las implicaciones occidentales, las demandas locales y las historias personales de las personas a las que quieren ayudar. Ahora, es cuestión de que la ciudadanía se ponga ‘las gafas decoloniales’ para repensar sus propios juicios y prejuicios sobre el continente.
Algunos ejemplos de mentalidad colonial:
– Buen ejemplo es el tratamiento mediático que se dio a la epidemia de ébola del año 2014. Aunque había muchos periodistas cubriendo excelentemente lo que estaba pasando sobre el terreno, la realidad es que lo que se transmitió al final fue que cualquier persona proveniente de África podía ser portador del virus. Cuando la verdad es que, por suerte, la enfermedad sólo afectó a un número limitado de países
– Otro ejemplo fue el juicio al ex presidente de Chad, Hissène Habré, por crímenes de guerra contra la humanidad y torturas. Como decía el corresponsal de El País: «Esto es África juzgando a un tirano». Las víctimas exigiendo que se haga justicia y solventando sus problemas de manera civilizada. Pero de esto apenas se habló.
– En otras ocasiones, esta mentalidad colonial se encuentra en lugares insospechados, como el propio concepto de belleza universal (un tema que han estudiado bien en Afroféminas, por ejemplo) y la proliferación de referentes europeos a los que se ven sometidas los africanos (véase el éxito de las cremas blanqueantes y los productos alisadores del pelo…). Una invasión que comienza ya desde la infancia, pues lo habitual es encontrarse sólo con muñecas de perfecta piel blanca en las tiendas de juguetes. Una realidad que se propuso solventar un avispado empresario nigeriano que creó muñecas con piel negra y vestidos tradicionales africanos; eso sí, las medidas de las muñecas no se alejaban un ápice de las que hace ya sesenta años impuso la Barbie.
– Por último, no podemos olvidar que la mentalidad colonial condiciona también al colonizado. Como bien decía Steve Biko, uno de los líderes de la liberación negra en la Sudáfrica del Apartheid, «la mayor arma del opresor está en la mente del oprimido». Sólo así se entendería que una población del 5 o 10% pudiera dominar al 90% restante. Por supuesto que el apartheid contaba también con sus sistemas de represión (económicos y militares), pero es cierto que la sensación de inferioridad de los negros estaba tan arraigada que el propio Nelson Mandela –un hombre formado y líder de su pueblo- cuenta en sus Memorias que durante un viaje a Ghana en los años 60 (Ghana fue de los primeros países en independizarse) sintió ‘miedo’ cuando subió a un avión pilotado por un negro, pues durante toda su vida había ‘visto’ que trabajos de tal envergadura no se podían dejar en manos de los negros.
En 1977, el cantante y activista nigeriano Fela Kuti publicó el disco ‘Sorrow, Tears and Blood», en el cual se incluía una canción titulada, precisamente, «Colonial Mentality», que compuso tras la revuelta de Soweto en 1976 y la consiguiente represión policial, que causó la muerte de decenas de jóvenes, que se oponían a estudiar en afrikáans, por ser la lengua del opresor. En ella, critica el complejo de inferioridad de las élites nigerianas, que parecían ver los modos y maneras occidentales como superiores a las tradiciones africanas.