La estación de la sombra
Sabemos lo que significó la esclavitud para África en cuanto a datos demográficos y de devastación del territorio –según las estimaciones más bajas, los esclavos que llegaron a América fueron más de 10 millones de personas; otras hablan de hasta 15 millones y hay fuentes que incluso elevan la cifra-. Fue, en cualquier caso, una barbaridad absoluta en términos demográficos, y probablemente la causa de que la población africana se estancase durante siglos; fue sin duda, fuente de violencia y odio, consustanciales a la trata y la esclavitud-, y, por supuesto, fue un gran negocio para unos pocos.
Lo que conocemos menos es cómo la esclavitud impactó en las formas de vida y pensamiento de las comunidades masacradas por la trata: el impacto “emocional” de la esclavitud. Y esto es lo que pretende abordar con La estación de la sobra la escritora Leonora Miano (1973, Douala, Camerún). La obra, galardonara con el Premio Fémina en 2013, cuenta el trauma colectivo que vive una aldea tras la desaparición repentina de varios de sus miembros. Una desaparición que no responde a nada concreto, que no deja cadáveres y que es, a todas luces, inexplicable. Según cuenta la propia autora, tomó la idea de un estudio titulado La memoire de la capture, elaborado por Lucie-Mami Noor Nkaké, con el objetivo de estudiar si existía en África un recuerdo de la trata transatlántica. “¿Qué recuerdos tenemos, en efecto, de la captura? ¿Acaso es posible recordar aquellos desarraigos, sin hablar de quienes los vivieron y de su visión del mundo?”.
Precisamente la visión del mundo que tenían aquellas comunidades es lo que nos presenta en este libro Léonora Miano. Un mundo en el que eran clave el clan, el líder espiritual, el Consejo, las costumbres, la edad y las tradiciones. Esa cosmogonía, conformada por mitos, leyendas, historia y dioses, relaciones con los antepasados y sueños, que conforma el relato de cada pueblo para explicar el origen del mundo en el que viven y de su propia existencia. Una visión que sería arrancada de raíz en aquellas poblaciones en las que, sin explicación alguna, sus habitantes eran capturadas por sus vecinos para ser vendidos como esclavos. Una vez capturados, nadie en el poblado se explica qué ha podido pasar; no se consigue dar una respuesta a algo que no había pasado nunca. Nadie, ni los sabios, ni los viejos, ni los que pueden hablar con los espíritus pueden explicar lo que ha pasado. Por eso, cuando en el clan mulongo desaparecen los jóvenes ya iniciados, las autoridades ordenan recluir a sus madres, alejándolas del resto de la población.
A través de la historia de este clan, Miano traza lo que supuso para las comunidades la llegada de la esclavitud. Unos clanes enfrentándose a otros, capturando gentes para entregarlas como mercancía a cambio de “abalorios y armas”, una agresión para la cual no había mediado provocación; enfrentarse a lo desconocido, a la desaparición repentina de hombres del clan sin motivo claro ni comprensible. Un golpe que destruye la organización, la vida y el orden establecido del clan, que queda a la deriva ante la parálisis de los supervivientes.
Esto es lo que sucede en en relato hasta que dos mujeres valientes, saltándose todas las normas del clan, comienzan un viaje iniciático para descubrir qué ha pasado con esos jóvenes desaparecidos. Un recorrido que les llevará por aldeas y tierras nunca vistas, que les permitirá ver “el país de las aguas” y a los «hombres de piel de gallina», y a sus «rayos de fuego». Un viaje que les servirá para comprender lo que ha pasado (sus vecinos, los bwele, los han capturado y vendido a los extranjeros llegados del mar), pero no para entender el porqué ni para qué, con qué sentido ni con qué fin.
Y mientras, los que han sido capturados se enfrentan a unos niveles extremos de violencia reiterada y constante, que comienza ahora y durará ya para siempre, marcando sus vidas y las de sus descendientes. Una vez capturados, los hombres y mujeres son desprovistos de sus hábitos culturales, sus ropas, los símbolos identificativos de su posición en el clan, de su lugar social: ya no son nada y las relaciones entre ellos desaparecen en cuestión de semanas.
“Supongo que esta es la razón por la que seguimos andando. En contra de nuestra voluntad. Sin saber adonde íbamos. Supongo. (…) nuestros jóvenes iniciados murmuraban, se animaban entre sí a aguantar hasta que el momento nos fuera favorable (…) Nuestra captura había sido un acto de cobardía. Era, además, una transgresión: no habíamos cometido ningún crimen, ningún delito. No habíamos tenido la oportunidad de enfrentarnos a nuestros enemigos. Lo asaltantes no nos desataban nunca las muñecas, ni para comer, ni para hacer nuestras necesidades. El momento nunca nos fue favorable… ¿Hubiéramos sabido aprovecharlo? Bastan unos días de humillación absoluta para anular el espíritu de lucha”.
Es el impacto emocional, sentimental, de destrucción de comunidades, saberes e identidades que provocó la esclavitud en aquellas miles de aldeas en las que un grupo de jóvenes desaparecía para provecho de la codicia de otros.