No es fácil encontrarse con teatro africano en España y mucho menos fuera de Madrid o Barcelona, así que tenerlo al lado de casa, en el Teatro del Bosque en Móstoles, fue una grata sorpresa. Esta ciudad del sur de Madrid, Coruña y Murcia apostaron el pasado mes de marzo por poner en marcha el Harmatán, Festival Nómada de Cultura africana ideado por el recientemente fallecido Antonio Lozano, todo un referente por su pasión por África y su incansable trabajo para dar a conocer su cultura y sus artes.
Un festival que durante tres días recorrió el país en perpendicular con cuatro propuestas para mostrar la diversidad del continente a través de la vitalidad artística de Burkina Faso, un país donde el teatro y el arte surgen en cualquier esquina y donde existen, hablando sólo de la dramaturgia, más de 250 compañías profesionales dispuestas a actuar allí donde haga falta.
Con el Harmatán llegó a España la danza africana a través de ‘PerformerS’; el cine, representado por la película de Burkina Fasso Wallay, y el debate sobre la situación de las mujeres, con una charla a tres bandas entre Ken Bugul, Nicole Ndongala y Lucía Mbomío. Pero, sobre todo, llegó Athol Fugard, el más reconocido autor teatral de Sudáfrica, con su obra ‘The Island’, adaptada y protagonizada por Hassane Koyaté.
“Toda África está en esta obra”, dijo Kouyaté en la charla con el público al terminar la función. Aunque bien podría haber dicho “todo el mundo”, porque aunque representa claramente- sin mencionarlo- a la Sudáfrica del Apartheid, en realidad habla de todas esas cárceles convertidas en no lugares y las gentes que las habitan, quienes, a pesar del desgarro, siguen viviendo, con sus múltiples lamentos y sus pocas alegrías. Porque la obra expone en realidad a los gobiernos que castigan a quienes defienden la dignidad humana porque así lo dice la ley. Precisamente lo que intentó hacer Antígona, un mito de Occidente, a la que los condenados quieren representar.
Athol Fugard
A lo largo de toda su vida Athol Fugard, nacido en Sudáfrica en 1932, ha escrito obras con protagonistas negros y blancos, creando protagonistas icónicos en un momento en el que no sólo no era habitual sino que, en concreto en su país, estaba prohibido. Entre sus piezas más destacadas, aparte de The Island, figuran Blood Knot en la que aborda las sutilezas de la discriminación racial a través de la historia de dos hermanos y A lesson from Aloes, sobre las vidas devastadas por la opresión y la dificultad de mantenerse unidos en la lucha, especialmente cuando surgen las dudas sobre una posible traición. Obras que le valieron la persecución en la época –el pasaporte le fue retirado en el 67- pero que desde entonces se han convertido en verdaderos referentes por su reflexión sobre sobre el Apartheid reflejada en la parte más íntima del día a día de las personas que lo sufrieron.
Tal y como lo sufrió él mismo, ya que no sólo escribía papeles para negros sino que, además, ensayaba con ellos. Y eso era mucho más de lo que el Régimen podía permitir en una estado que promulgaba una estricta separación de razas. Años duros en los que su trabajo fue perseguido pero en los que también consiguió ver representadas su obras en teatros de Nueva York y Londres.
En The Island, Athol nos presenta a dos compañeros de celda que tras años de convivencia en su pequeña celda son ya mucho más que amigos. Dos presos que trabajan mano a mano en la cantera, que duermen, comen y se asean juntos en un par de metros cuadrados. La obra comienza con los dos protagonistas en silencio, trabajando al unísono en la cantera, encadenados, cavando sus palas en la dura arena de Robben Island, echándola a la carretilla y vuelta a empezar. Sudando, jadeando, con el solo solido de su respiración entrecortada por el esfuerzo. Así durante unos minutos. [En la versión original de la obra, representada por primera vez en Londres en 1973, esta escena dura cuarenta minutos, sin que nadie diga nada, sin que pase nada, provocando en el espectador primero la perplejidad, luego la inquietud, e incluso el enfado hasta que comienzan a empatizar con los protagonistas, (interpretados en aquel entonces por Winston Ntshona y John Kani, coautor de la obra que, para conseguir su pasaporte, tuvo que presentarse como el jardinero de Fugard).
Emoción y tristeza
Así, junto a ellos, acercándonos a su cotidianeidad que recuerda casi a la de una pareja, el espectador vive las pequeñas alegrías y dramas de su día a día, las conversaciones insustanciales y y su mayor empeño: representar Antígona –alter ego de ellos mismos- en la fiesta anual de la prisión. Una inalterable rutina que salta por los aires cuando uno de ellos recibe la noticia de que pronto será liberado. Es entonces cuando las emociones se disparan y la cercanía a los actores –el propio Hassane Kouyaté y Habib Dembélé – permite al espectador fundirse con ellos en esa explosión de alegría que se convierte luego en tristeza por el que se queda en prisión. La compenetración entre los dos autores es tal que el desgarro se siente en el ambiente. “Hay tal amistad entre nosotros que a veces, cuando llegan las lágrimas, no son fabricadas”. Dembélé y Kouyaté comparten escenario, amistad y viajes desde hace más de 20 años y quieren seguir representando esta obra por todo el mundo.
“Queremos traducirlo a Mámbara –el idioma de Burkina Faso- para que más pueblos puedan entenderla y apropiarse verdaderamente de ella, explica Kouyaté, que además de ser actor y director y forma parte del Collêge de la diversité, creado en 2015 por el ministerio de Cultura francés para “descolonizar las artes”, después de ver la nula representatividad de las personas negras o de otras razas en el panorama artístico francés. “De los 3000 teatros públicos que hay en Francia, sólo dos estaban dirigidos por negros. Y uno de ellos era yo mismo”, cuenta Kouyaté al tiempo que explica la falta de representatividad de los actores negros: “En el teatro todo es posible. Un negro puede hacer de blanco o de negro, no pasa nada. El público está preparado, pero el sistema no”.