El Diablo en la Cruz es una sátira brutal contra el colonialismo y contra quienes gestionaron la independencia, contra todos los prohombres que, en la nueva Kenia, siguieron explotando a los más débiles con artimañas y mentiras. Una novela llena de ritmo, simbolismos, refranes y parábolas para contarnos cómo funciona el neocolonialismo y cómo fueron las teóricas independencias.
Una novela que bien podría haberse escrito hoy, pero que lo fue hace más de 30 años (se publicó en 1980), y en las condiciones más difíciles que uno pueda imaginar: el autor, Ngũgĩ wa Thiong’o lo hizo desde una celda y utilizando los rollos de papel que le daban sus carceleros. Una novela amarga, irónica y combativa, donde nadie esconde sus intenciones. El libro, que fue prohibido en Kenia durante muchos años, supuso “un punto de ruptura en la narrativa africana” y presenta una estructura muy innovadora, con continuos flashbacks, personajes del presente que resultan ser también del pasado, apariciones y una presencia continua de la sabiduría popular, en forma de refranes, canciones y testimonios. Es, además, un punto de partida para la literatura postcolonial y lo que luego se llamaría la “descolonización de las mentes”, a la que el propio autor ha dedicado numerosos ensayos. Para empezar, este libro, titulado originariamente Caitaani mũtharaba-Inĩ, fue escrito completamente en gikuyu (también escrito Kikuyu) la lengua materna de Wa Thiong’o, y en él se aprecian ya algunos elementos clave en el discurso del autor, como son la reivindicación de la historia y la lengua propias, las tradiciones y la cultura local, y la propia belleza negra.
La historia de El diablo en la cruz gira en torno a una insólita reunión a la que asisten los mejores representantes del “robo y el hurto moderno”: un encuentro en el que cada cual debe explicar sus malas artes para enriquecerse, con el objetivo de elegir al mejor. Una “fiesta del diablo”. A tal encuentro asisten, además, varios personajes que nada tienen que ver con los expertos en robo, sino todo lo contrario: personas cuyas vidas han sido destrozadas por este sistema. Todas ellas se encuentran, sin saber que van al mismo sitio, en la matatu que les lleva a Illmorog, donde tiene lugar la fiesta. Personajes que son, a su manera, representantes tipo de la población: una campesina, un trabajador, una joven estudiante, un profesor de universidad y el propio conductor de la matatu. Cada uno con su historia a cuestas.
Wariinga, el personaje principal, de la que vamos conociendo su duro pasado en diversos flashbacks,es una de las muchas jóvenes que soñaron con estudiar para tener una vida mejor pero a las que el sistema -económico y social- dejó en la cuneta. Padres encarcelados por luchar contra el colonialismo, un tío que la utiliza a cambio de un trozo de tierra, un engaño amoroso, embarazo juvenil, acoso en el trabajo… Y todo ello, acompañado de esa sensación de inferioridad de saberse negra en un mundo en el que sólo lo blanco era bueno. Una historia dura, con tintes de reivindicación feminista en un mundo en el que las mujeres tienen siempre las de perder. A lo largo de la novela, eso sí, asistimos al empoderamiento de la joven Wariinga, que pasa de considerarse fea y desgraciada por su el color de su piel a convertirse en una mujer poderosa capaz de hacer frente a un insólito final.
Gaturia: Miembro de la primera generación de africanos que fue a la Universidad, hijo único de un hombre de la élite y destinado a seguir los pasos de su padre que, sin embargo, lo deja todo y reniega de la familia para estudiar música y recuperar y dignificar las raíces de su pueblo a través de un gran composición patriótica.
Muturi: Un trabajador convencido de la fuerza del pueblo; solidario, atrevido y combativo.
Mwaura, el conductor de la matatu que les lleva a Illmorog, es un hombre sin escrúpulos, un pobre diablo que querría ser como los grandes representantes del robo y el hurto modernos pero que no lo ha conseguido. Un personaje inquietante que pertence a los Ángeles del Diablo, un grupo de matones contratados para amedrentar a quien ose oponerse al status quo establecido.
Wangari es el otro personaje femenino: una campesina que luchó contra los colonialistas en las revueltas del Mau Mau y que todavía hoy, a pesar de haber sido expulsada de su tierra y maltratada por la policía, confía en la justicia y pretende desenmascarar a los ladrones modernos. Un personaje que bien habría merecido más protagonismo y un mejor final. Sus historias se van desentrañando a medida que avanza la novela, contraponiéndose a la de los grandes hombres que, sin medias sin medias tintas ni vergüenza alguna explican cómo han robado, extorsionado y utilizado la ley o la política para su propio beneficio y enriquecimiento. Contrabando, especulación, uso de influencias, mercado negro… cualquier cosa sirve para vivir a costa de los otros. Testimonios caricaturescos, que el autor presenta de un modo casi infantil (hombres de gran barriga, con varias amantes, muchos coches y una vida dedicada a la ostentación), para mostrar de forma cómica lo que se esconde detrás de la independencia y el capitalismo.
Discursos con los que el autor desliza una gruesa crítica a quienes manejan los hilos de la post independencia.
“Debemos incrementar en todo el país el hambre y la sed por la tierra. Esto generará hambruna y nosotros, que tenemos la tierra, la venderemos en parcelas diminutas, de forma que un hombre podrá plantar una semilla y sostener el tallo desde el tejado de su cabaña. Podríamos atrapar el aire del cielo, embotellarlo y venderlo a campesinos y trabajadores, tal como hacemos ahora el agua y el carbón. ¡Imagínense los beneficios..!
Wa Thiong’o recurre también a la ironía para criticar sin tapujos a la nueva clase dirigente keniata, obsesionada por la educación y la cultura occidental.
Monté una guardería y puse un anuncio el periódico: “Nueva y maravillosa guardería, para los hijos de los VIPS keniatas. Llevada enteramente por keniatas, enseñanza en swahili, precios económicos, alta calidad…» Pues bien, no vino ni un niño. Ni siquiera uno subnormal. El negocio no funcionó y empecé a pensar por qué. Observé y observé hasta que mi visión se aclaró. Entonces cambié el nombre, contraté a una mujer blanca para ser la encargada -“una vieja decrépita, medio ciega y dura de oído”-; compré maniquíes de niños blancos y los vestí con ropas caras; les puse pelucas rojas en la cabeza. (…) Y entonces puse otro anuncio en el periódico”. Guardería de los días modernos. Experimentada directora europea. Antes solo para europeos, ahora abierta a unos pocos keniatas. Niveles extranjeros como antes. Lenguas nacionales, canciones nacionales y nombres nacionales, prohibidos. Plazas limitadas. El color no es barrera, el dinero, sí. Tarifas elevadas. Los padres no pararon de llamar día y noche para reservar plaza».
De igual manera, se burla Wa Thiong’o de la obsesión por los coches (“no es fácil reconocer a un hombre sin su coche; una vez me encontré a mi esposa a pie y no la reconocí”) de las compras y del estilo de vida de las élites keniatas. También se ríe de lo que considera una independencia fallida, en la que las antiguas colonias continúan dirigiendo los negocios a través de hombres de paja. Y lo hace a través de una parábola.
Es la fábula sobre el hombre extranjero que, al partir de Kenia, deja a sus criados más fieles 500.000, 200.000 y 1.000 chelines respectivamente. Los dos primeros hacen con el dinero lo que habían visto hacer a su amo: comprar barato y vender caro, consiguiendo enormes beneficios en el traspaso. El tercero decide hacer una prueba. “Veamos si el capital consigue beneficios sin que se mezcle con el sudor de los trabajadores”. Así que entierra el dinero junto a un platanero y lo deja allí. A la vuelta, el extranjero felicita a sus dos sirvientes. “Magnífico trabajo. Desde hoy, seréis el perro guardián de mis inversiones en vuestro país. (…) Ya no os llamaré esclavos o sirvientes en público. Ahora sois mis verdaderos amigos. Porque incluso después de que os entregara las llaves de vuestro propio país, habéis continuado obedeciendo mis mandamientos y protegiendo mis propiedades. El tercero, en cambio, que no había conseguido aumentar su renta en ni un chelín, le dijo: “He descubierto tus trucos. También he descubierto tu verdadero nombre: Imperialista”.
Una crítica global a todo el sistema, incluyendo los medios de comunicación, la religión y hasta el entretenimiento; un enmienda a la totalidad que Wa Thiong’o plasma en la idea de granja humana que pretende crear uno de los participantes. “Una granja para extraer el sudor, la sangre y el cerebro de los trabajadores”, propone.
“Nunca sabrán lo que les estarán haciendo. Nunca verán o sentirán las máquinas. En la granja construirán iglesias o mezquitas. Cada domingo se les leerá un sermón que les instruirá que el sistema de ordeñar el sudor humano, la sangre humana y el cerebro humano está ordenados por Dios y tiene mucho que ver con la salvación de sus almas (…) Se les enseñará que el sistema ha funcionado desde que se creó el mundo y siempre funcionará hasta el fin de los tiempos; que no hay nada que pueda hacer el pueblo para acabar con el sistema. Solo se permitirán libros que glorifiquen el sistema. No ses les permitirá hacer preguntas sobre sus condiciones de vida. (..) También se construirá un auditorio donde el pueblo pueda ver películas… También se publicarán periódicos cuyo fin será denigrar a quienes se oponen al sistema (…)»