Durante el trabajo de campo que hicimos el año pasado sobre el aceite de palma en Carro de Combate, vimos cómo las mujeres eran las principales afectadas no sólo por la expansión de la palma aceitera, sino también por otros monocultivos que van despojando de tierras a las familias sin una retribución verdaderamente justa. Además, ellas suelen tener los peores trabajos en las grandes plantaciones -peor remunerados y generalmente relacionados con el proceso de crecimiento de la planta, cuando más pesticidas y químicos se utilizan- y son las más afectadas por las expropiaciones porque ellas son, casi siempre, las encargadas de proveer alimentos y comida para sus familias. El reportaje completo podéis leerlo en este artículo: Una industria sobre los hombros de las mujeres: la brecha de género en la industria del aceite de palma, pero traigo aquí la parte que afecta específicamente a África.
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Las mujeres son las que se ocupan, generalmente, de los pequeños cultivos familiares y, según datos de Oxfam, producen hasta un 80% de los alimentos que se utilizan para alimentar a las familias. Sin embargo, a menudo no poseen títulos de propiedad sobre sus tierras y su capacidad de negociación con las grandes empresas es inexistente: cuando éstas se extienden, las mujeres pierden su capacidad de generar los alimentos que necesitan. Es lo que ha sucedido en muchas aldeas de Camerún y otros países africanos, donde las enormes concesiones de tierras para la producción de palma aceitera ha dejado a las campesinas sin espacios para tener sus propias palmeras y, por lo tanto, sin acceso al tan preciado aceite de palma, que tantos usos tiene en la zona.
En estos países, de hecho, eran las mujeres quienes tradicionalmente controlaban toda la cadena productiva de la palma, desde el cultivo hasta la venta de sus derivados, salvando la recolección. Las mujeres utilizan los racimos pequeños o los granos sueltos que no recogen los cortadores para fabricar su propio aceite en prensas manuales. Este aceite se utiliza para elaborar un buen número de platos, siendo de hecho un preciado manjar que llega a alcanzar altos precios en el mercado local, especialmente cuanto mayor es su color rojo o hay malas cosechas. Además, son las mujeres quienes lo envasan en pequeños recipientes o botellas de plástico para venderlo en los cruces de caminos y, quienes elaboran los preciados aceites para la piel que utilizan especialmente para las embarazadas y recién nacidos. Y, por supuesto, a partir de su savia se elabora el popular vino de palma, espeso y blanquecino, de poca graduación alcohólica y muy apreciado por la población local.
Pero todo esto termina cuando se quedan sin tierras.
El cambio lo explica Marie Crescence Ngobo, coordinadora de la RADD, Réseau des Acteurs du Développement Durable: “Cuando una mujer cultiva la tierra es para alimentar a su familia. Plantan un poquito de cada producto, planifican la producción, pensando en lo que necesitarán y en la capacidad de trabajo que tienen. Pero cuando pierden sus tierras, quedan expuesta a la inseguridad alimentaria, a la pobreza. Y la pobreza se acrecienta rápido. Una vez que se entra en el ciclo de la pobreza, es muy complicado salir”.
Hablamos con Ngobo en su despacho, cedido por el distrito 5 del Ayuntamiento de Yaoundé a la RADD, asociación que agrupa a diversos actores de desarrollo relacionados con la agricultura y las mujeres. Diplomada en Ingeniería del Desarrollo Local, Marie Crescence Ngobo nos explica la forma de cultivar de las mujeres y cómo éstas se ven especialmente afectadas por la falta de tierra. Para paliar -aunque sea de manera parcial- la situación, desde la Red de Actores de Desarrollo Durable ofrecen formación, técnicas de comercialización, clases de autogestión económica y finanzas a las mujeres. El día que la visitamos nos muestra pletórica el grupo de mujeres emprendedoras que están aprendiendo a utilizar tabletas, y algunos de los productos de comercio sostenible que tienen a la venta.
Pero además, la red mantiene también una actividad mucho más política, junto a otras organizaciones de la sociedad civil en la zona. LA RADD fue una de las muchas organizaciones que se dieron cita en enero de 2016 en Mundemba, una pequeña localidad situada en el departamento de Ndian, y mundialmente conocida por haberse convertido en el centro neurálgico de la movilización contra Herakles Farm. Allí se reunieron multitud de organizaciones locales y nacionales de Camerún, pero también representantes de otros países de la Cuenca del Congo, para dejar clara su posición ante la expansión de los monocultivos, especialmente del aceite de palma. Se trataba de un seminario sobre las tácticas y prácticas de las grandes compañías de aceite de palma, y de allí salió un comunicado, conocido como Declaración de Mundemba, en el que las mujeres dejan muy claro cómo les afectan las grandes empresas agroindustriales: “Las explotaciones (…) hunden a la mujer campesina en una sistema de pauperización creciente y, con ella, a la familias enteras amenazando así la seguridad y la soberanía alimentaria de las poblaciones (…); Son una causa de desaparición de buen número de prácticas culturales (…), son una amenaza para la biodiversidad y contribuyen a la desaparición de los “productos forestales no madereros, que se obtienen del bosque y que son una fuente de recursos principales para las mujeres”.
Efectivamente, otro de los problemas es la desaparición del bosque, que implica que la madera para encender la lumbre, -todavía hoy una de las principales formas de cocinar en muchos lugares-, esté cada vez más lejos; también desaparecen otros matorrales y árboles nativos que se utilizaban como remedios naturales para determinadas dolencias y que ayudaban a mantener el equilibrio del bosque.
Son sólo algunas de las denuncias de estas organizaciones, entre las que se encuentran asociaciones de Guinea, Camerún, Nigeria, Gabón, Suiza o internacionales como World Rainforest Movement.
Además, la situación de las mujeres no puede desligarse de una realidad más amplia, social y cultural, de las discriminaciones que sufren las mujeres en el acceso legal a las tierras. Así nos lo cuenta Ndongo Luzedte, responsable desde hace once años de la organización Stratégie Femenine pour le Developpement Durable. Luzedte pone el énfasis en la poca capacidad de decisión que tienen las mujeres sobre las tierras: “Si el marido decide vender, ella no puede oponerse”. Esto, nos cuenta, está provocando problemas no sólo en las zonas rurales sino también en las afueras de las grandes ciudades, como Douala o Yaounde. Allí, la urbanización creciente están llevando a muchos a vender sus tierras -en las que antes cultivaban- aprovechando el boom inmobiliario. Un buen negocio, a priori, hasta que el dinero de la venta se acaba y queda una familia sin nada que comer.
Es entonces cuando las mujeres que cultivaban su pequeño terreno, las que se dedicaban a la fabricación artesanal de aceite de palma o las que lo vendían en el mercado, se quedan sin recursos. Son las mujeres que conforman la llamada economía informal, ese ente donde se mueve la mayor parte de la población camerunesa, la africana y la de buena parte del mundo no occidental, y donde las mujeres siempre tienen las de perder.