En marzo de 2013, República Centroafricana vivía su enésimo golpe de Estado -la media es de uno cada diez años- y desde entonces el país se descompone a pasos agigantados. No es que la situación fuera buena antes, pero ahora la inestabilidad política y la falta de gobierno efectivo –fuera de Bangui apenas hay judicatura ni fuerzas del orden- se han sumado a décadas de dificultades sanitarias, económicas y sociales. Con una edad media de vida de 48 años, República Centroafricana es uno de los países más complicados para vivir.
Allí vive, sin embargo, Berta Mendiguren, antropóloga y consultora en cooperación al desarrollo, y allí ha decidido irse a rodar este documental Alfredo Torrescalles, periodista y director de cine, que ha querido ayudarnos a entender este conflicto silenciado que desangra el país.
Todavía a día de hoy, cuatro años después del golpe de Estado, quedan unos 493.000 refugiados fuera del país y cerca de 370.000 desplazados internos, algunos de ellos instalados en provisionales tiendas de campaña en el aeropuerto de Bangui, la capital de RCA. Precisamente con esta imagen comienza Los párpados cerrados de Centroafrica, que nos presenta de forma coral una compleja realidad que se aleja mucho del simple ‘conflicto religioso’, tal y como a veces se ha presentado el conflicto.
Resumiendo mucho, se podría decir que el golpe de Estado estuvo protagonizado por varios grupos armados conocidos como la Seleka (coalición) mayoritariamente musulmanes y del norte, cansados del abandono que afirmaban sufrir desde el gobierno y de ser considerados como extranjeros en su propio país, según explican. Estas guerrillas cometieron grandes desmanes que pronto fueron respondidas por los llamados “antibalaka”, principalmente cristianas.
Desde entonces, comenzó a extenderse el caos, tal y como nos muestra poco a poco la cinta, que entre otras cosas cuenta con dos valiosísimas entrevistas: al general Abdel-Khader Khalil, uno de los rebeldes seleka, y al sargento Alfred Yecatombe Rombhot, jefe del movimiento antibalaka de la zona sur.
El autor viaja además a varios lugares del país, lo que le permite comprobar que fuera de la capital, el Estado como tal no existe. Un país sin dalida al mar, encajonado en el centro del continente y con unos complicados vecinos: al sur, la frontera con la República Democrática del Congo; al oeste, con los actuales Sudán del Norte y del Sur, y al norte, con Chad. Sólo al Este, con Camerún y Congo Brazaville, la situación es un poco más tranquila.
Justo en la frontera con la RDC, separado del país vecino por el Río Bomú, se encuentra Bangasú, ciudad que tiene como obispo al español Juan José Aguirre, una de las figuras que junto a otros líderes religiosos musulmanes trabaja para que se deje de tratar el enfrentamiento como un conflicto confesional.
Seaa como sea, el caso es que en Bangasú ya no queda nada: la administración se ha marchado a la capital, donde se siente más segura. Ya no hay nadie en los tribunales ni en las fuerzas del orden. La cámara recorre las instalaciones vacías del palacio de justcia y en comisaría sólo consigue entrevistar a dos policías, que afirman llevar meses sin recibir su paga. En esta situación, la población soluciona las cosas a su manera. Y la venganza, después de meses de asaltos y asesinatos entre selekas y antibalaka, está a la orden del día. Pero lo peor es que todo el mundo tiene armas. Armas llegadas tras la desintegración de Libia que se encuentran al alcance de la mano y cualquier bolsillo en los mercados locales. Consecuencia directa de las fronteras porosas y la proliferación de pequeño armamento en toda África. “Las granadas de mano se venden a un euro en el mercado”, nos explicaban los autores en el coloquio posterior.
Y no sólo son las armas. Aquí todo se puede comprar y vender ilegalmente: desde productos farmacéuticos a piel de caimán, pasando por diamantes o el oro. Una realidad que se ve en las minas de oro y diamantes del norte. Precisamente hasta allíl nos lleva el documental, a las minas de Nzaco, donde los negocios funcionan y los beneficios siguen alimentando la guerra.
Porque lo cierto es que los problemas del país son mucho más profundos que la división religiosa, y de hecho durante décadas, musulmanes y cristianos convivieron pacíficamente juntos. Barrios en los que se juntaban y en los que los lazos de vecindad eran mucho más mportantes que las diferencias religiosas.
Y así, quedan para la esperanza los grupos de jóvenes, mujeres o líderes religiosos trabajando por la paz. Los comités interreligosos de mediación y los encuentros de superación de traumas. Sin embargo, también hay metraje muy duro, como las imágenes de niños, muy pequeños y muy politizados, insultando a la presidenta Samba Panza, o las declaraciones de quienes ya sólo desean venganza.
Es, en definitiva, un documental muy completo, que ofrece una visión amplia de muchas de las aristas del conflicto –imposible tocarlas todas en 70 minutos; el propio director afirmaba haberse quedado con ganas de seguir el rastro de las armas, por ejemplo-. Y la mejor prueba de su buen hacer es que ha sido seleccionados por Fespaco, probablemente el festival de cine más importante de África en la sección denominada ‘África vista por…’. Todo un honor más que merecido.
Proyecciones del documental en España:
Y si quieres verlo, todavía estás a tiempo en diversas ciudades de España.
– En Barcelona, en los Cinemes Girona, el día 26 a las 18h. Compra de entradas aquí.
– En Lleida, en el cine Funatic el miercoles 25 de enero a las 20h. Compra de entradas en taquilla .
– En San Sebastián, en el cine Trueba, el 2 de febrero a las 20h. Compra de entradas en taquilla .
· En Zarautz, en el cine Modelo, el 8 de febrero a las 20h. Compra de entradas en taquilla .
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