La violencia ejercida contra las mujeres es amplia y diversa en todos los países del mundo. Por eso hablamos de ‘violencias’. Puede ser física, sexual, psicológica y económica; ejercida por la tradición o por las leyes; en el ámbito familiar o en el laboral, en el aula o en los patios. Y todas estas formas de violencia son la primera preocupación cuando hablamos de Derechos Humanos de las mujeres.
Porque no podemos hablar de derecho real a la educación cuando la violencia sexual en las escuelas, incluso por parte del profesorado, está altamente extendida e incluso aceptada. Ni de derecho a la sanidad cuando el parto es una de las principales causas de muerte en el África subsahariana. No podemos hablar de derechos cuando hasta hace muy poco, situaciones como «la violencia sexual ejercida en el marco de los conflictos, sobre todo contra las mujeres y niñas (aunque no de forma exclusiva), se consideraba casi como un mero daño colateral», tal y como señala este análisis de Patricia Rodríguez González .
No podemos hablar de igualdad dentro de la familia cuando las leyes de violencia contra las mujeres no protegen la integridad de la mujer sino la de la familia; es decir, cuando el objetivo final es reconducir la situación, volver las cosas a su estado original.
Y menos aún podemos hablar de igualdad ni de derechos en las sociedades que se enfrentan a situaciones de conflicto o post conflicto. En este contexto, son habituales la violación como arma de guerra, la trata de mujeres con fines de explotación sexual, el reclutamiento de niños y niñas soldados… Pero además, es entonces cuando las violencias que se dan en el hogar quedan más invisibilizadas si cabe: los abusos sexuales en la familia, el matrimonio infantil, la violencia en el hogar…
Todo ello unido a los estigmas que provoca ser una víctima. Es cruel, es inhumano, pero sucede. La reintegración de una mujer violada, abandonada por su marido por no poder tener hijos o utilizada como niña esclava es extremadamente difícil. La tradición, los bulos, las supersticiones o las creencias caen sobre ellas como una losa y su situación se hace casi imposible de superar incluso cuando las leyes están de su parte, cosa que, por otra parte, sucede en pocas ocasiones.
Según datos de 2013, África era la zona del mundo con mayor porcentaje de maltrato a las mujeres (45,6%), pero además tenemos la ablación, la violación como arma de guerra, la discriminación a la hora de ocuparse de las tareas del hogar y de los hijos, las dificultades de acceso a la educación, la falta de oportunidades… y tantas otras cosas que hacen necesario que se siga trabajando, mucho, para avanzar en igualdad.