Ayer, 9 de mayo, celebrábamos el Día de Europa. Pero no se puede celebrar nada sabiendo que al menos un millón de personas duermen en tiendas de campaña en Europa. Sirva al menos esta efeméride para recordarnos nuestra obligación de seguir exigiendo derechos para todas las personas en todos los lugares del mundo.
En uno de esos lugares del mundo ha estado María Llinás, una buena amiga, apoyando el trabajo en el campo de refugiados de Katsikas. Reproduzco aquí muchas de las cosas que me ha contado y algunas de las que he leído sobre este lugar.
Katsikas podría ser un privilegiado destino turístico perdido en las montañas griegas. Un pequeño enclave perteneciente a la localidad de Ioannina, lugar de postal, de atardeceres rojizos reflejados en su inmenso lago mientras el sol se pone entre las montañas.
Sin embargo, Katsikas se ha convertido en sinónimo del particular infierno en el que viven hoy miles de refugiados desperdigados por la Unión Europea. Katsikas está en Grecia, a unos 400 kilómetros de Atenas y es uno de los campos más recientes y, según algunos periodistas, uno de los peores para vivir.
El campamento de Katsikas se creó en el mes de marzo, aprovechando el terreno en el que en otro tiempo hubo un antiguo aeropuerto militar– y en teoría de la intendencia se ocupa el ejército griego. En la realidad, son las ONGs las que gestionan el campo. Porque allí las raciones escasean, los baños son insuficientes y el terreno es el menos adecuado para instalar tiendas de campaña: resulta que en la zona las lluvias son intensas y se formaban grandes barrizales. Para remediarlo, el ejército tapó la tierra con piedras. El problema del barro se resolvió (a medias) pero dormir se ha convertido en misión casi imposible.
Desde esas piedras, “que se te clavan incluso con botas de montaña”, me escribe María Llinás, que ha ido a Katsikas a apoyar como voluntaria. Básicamente a ”estar” con la gente, a ser consciente de lo que está pasando y a volver con fuerzas para seguir denunciándolo. Para seguir contandolo y que no se nos olvide, para que no se convierta en una realidad a la que somos indiferentes. Y para recordarnos también que un campo de refugiados es un lugar lleno de vida, “lleno de gente normal haciendo mil cosas” y en el que las necesidades son infinitas.
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Porque gestionar un campo de refugiados, –en el que conviven menores, adultos, embarazadas, jóvenes y abuelos; enfermos y sanos; personas de distintas nacionalidades y costumbres; gente que lo tenía todo y tuvo que salir corriendo sin nada; gente que nunca tuvo nada y que hoy vive más, si cabe, en la miseria– es una verdadera locura. Bañar a los bebés, curar a los enfermos, repartir comidas, jugar con los niños y niñas, ver las necesidaes de las mujeres, escuchar sus historias, ayudarles con la traducción… Todo hace falta y todo es para ya pero por suerte, siempre alguien dispuesto a echar una mano. Un equipo de voluntarias y voluntarios que van y vienen bajo la batuta de las responsables de la gestión en el campo, Olga, Berta y María, coordinadoras sobre el terreno de la ONG Olvidados. Una pequeñísima asociación surgida en Madrid para apoyar a las personas que, tambien en España, viven por debajo del umbral de la pobreza. Una diminuta ONG que ha logrado convertir el pedregal en un lugar más o menos habitable.
“Organizar todo esto es una locura. Hay una nave que es el centro de operaciones y almacenaje, y luego se han creado algunos espacios especiales en tiendas: el baby haman, el woman haman como sitio de encuentro para las mujeres, la escuela, la tienda de ropa gratis… (…) Se hacen turnos de trabajo y no se para ni un segundo. Muchos de los refugiados colaboran en las tareas, aunque para las mujeres es complicado porque todas tienen hijos a su cargo, incluyendo a varios bebés que han nacido aquí”.
“Pasarme toda la mañana en la «tienda gratis» me ha acercado a la historia de tres sirias que han venido en chanclas buscando zapatos”, me cuenta María por Whatsapp. “Al decirme que no tenían otra cosa les he preguntado cómo se las han apañado para estar en chanclas desde enero, y a partir de ahí me han contado cómo salieron de su casa con lo puesto. Un día cercaron su ciudad y los de Daesh empezaron a violar a las niñas y las mujeres, así que su madre y su padre las cogieron corriendo y salieron huyendo”.
“Hay una pareja joven también de Siria que nos ayuda un montón en el almacén de ropa y la tienda. Son muy cultos y hablan inglés perfectamente. Esta tarde lo he visto a él muy serio y al preguntarle si todo iba bien me ha contado que ayer destrozaron su casa y mataron a su íntimo amigo. Imaginaros, gente joven con el futuro minado, de repente en tierra de nadie”.
Las historias son interminables. Tantas como refugiados hayen estas tiendas de campaña que dan cobijo a cerca de 1200 personas. Historias de mujeres y hombres que sacan fuerzas de flaqueza para seguir con sus vidas en medio de la desolación.
Un desastre, sí. Una tragedia. Pero sobre todo, la consecuencia de muchas decisiones egoistas o equivocadas tomadas por Europa, no sólo sus instituciones, sino también su ciudadanía, instalados como estamos en nuestro anodino –y menguante- estado del bienestar. Y, sobre todo, una realidad que nos debería hacer relexionar sobre la respuesta –personal- que estamos dando a una crisis que tiene lugar al lado nuestra. Nuestra implicación, solidaridad y acciones. Nuestras exigencias a las instituciones, locales, nacionales e internacionales. Y, por supuesto, y vuelvo acitar a mi compañera: “a tratar de hilar estas situaciones con nuestras propias vidas. Ir a la raíz del espanto y ver cómo nos resuena: cuánta guerra hay en nuestra vida, cuánta actitud de desprecio a lo diferente, cuánta desconexión entre nuestro estilo de vida y las consecuencias que tiene en un mundo global”. Una reflexión interna para reclamar y exigir todos los derechos para todas las personas.
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A continuación comparto algunas de las imágenes del día a día en Katsikas. Todas las fotografías son de María Llinás.
Las políticas europeas con los refugiados se ven sólo en papel. No se cumple con los «acuerdos» que se establecen y mientras tanto miles de personas, en su mayoría niños sufren bajo la mirada apática e indiferente de los ciudadanos europeos, quienes junto a Estados Unidos patrocinan las guerras a estos países, que dejan desarraigados a estos refugiados políticos. Ellos también tienen derecho a tener derechos.
Las políticas europeas con los refugiados se ven sólo en papel. No se cumple con los «acuerdos» que se establecen y mientras tanto miles de personas, en su mayoría sufren bajo la mirada apática e indiferente de los ciudadanos europeos, quienes junto a Estados Unidos patrocinan las guerras que dejan desarraigados a estos refugiados políticos. Ellos también tienen derecho a tener derechos.
[…] La vida en Katsikas, uno de los campos de refugiados más complicados de Grecia El campamento de Katsikas se creó en el mes de marzo, aprovechando el terreno en el que en otro tiempo hubo un antiguo aeropuerto militar– y en teoría de la intendencia se ocupa el ejército griego. En la realidad, son las ONGs las que gestionan el campo. Porque allí las raciones escasean, los baños son insuficientes y el terreno es el menos adecuado para instalar tiendas de campaña. Sin embargo, allí malviven 1200 refugiados, principalmente afganos y sirios. etiquetas: derechos humanos, europa, refugiados usuarios: 1 anónimos: 0 negativos: 0 compartir: sin comentarios actualidad karma: 6 (adsbygoogle = window.adsbygoogle || []).push({}); (adsbygoogle = window.adsbygoogle || []).push({}); […]