La desesesperación puede a veces más que la razón. Y desesperación es precisamente lo que sienten los miles de sirios que llevan meses huyendo de su país y que ven cómo cada día se les cierran las puertas para instalarse en la Unión Europea. Mientras unos países cierran fronteras, otros anuncian nuevas vallas y los más intentan negociar a la baja el número de refugiados que ‘les toca’ acocoger.
Ante esta vergonzante situación, como dice la presidenta de CEAR en País Vasco, algunos sirios han tomado una arriesgada y desesperada resolución: cambiar su ruta para intentar acceder a Europa a través del Magreb. Una auténtica locura que les lleva desde Beirut a Nouakchott, la capital de Mauritania (donde los sirios pueden entrar sin necesidad de visado) y de ahí a Bamako y Gao, en Mali, de donde parten caravanas de traficantes con destino a Marruecos, Túnez o Libia (pasando por Níger), tal y como se puede ver en este mapa realizado por Irin News.
Un viaje que probablemente les llevará semanas, en el mejor de los casos, y en el que las posibilidades de llegar con vida son inciertas. Por no hablar de que este viaje no asegura, ni mucho menos, la entrada definitiva a Europa, como ya sabemos por los cientos de subsaharianos que se hacinan en Marruecos sin posibilidad de dar el ansiado salto a España.
La única ventaja para los sirios es que generalmente tienen una mejor situación económica que la de los migrantes subsaharianos, por lo que pueden encontrar mejores condiciones de viaje. “A lo largo del camino, los migrantes sirios están transformando la vida de estos pueblos remotos”, explica la autora del artículo, Katarina Höije. “En un país donde la mayoría de la población vive con menos de dos dólares al día, los sirios, que pueden permitirse pagar un servicio de más calidad, son bienvenidos”. De hecho, según explica Höije, este tráfico se está convirtiendo en un floreciente negocio en la zona.
Los riesgos, en cualquier caso, son inmensos, pero la alternativa es la nada; quedarse varados en algún lugar del camino, viendo cómo las fronteras se cierran a su paso. Y en esta complicada situación, lo único seguro es que las personas que huyen de la guerra o de la miseia no van a quedarse parados. Van a seguir viniendo, sea por mar, tierra o aire. Así que va siendo hora de que la Unión Europa, -los dirigentes y los ciudadanos- nos pongamos en serio a buscar una solución, que necesariametne tiene que tener dos patas: organizar la acogida, siendo conscientes de que las cifras aumentan cada día (en lo que va de año ya han llegado más de 800.000 personas); y cambiar las reglas del juego para que, de verdad, permitamos el desarrollo de otros países. Sólo así estas rutas, que tantas veces se convierten en tumbas, dejarán de tener sentido para ellos.