Recupero este texto que escribí para África no es un país hace un tiempo, después de leer este artículo de The Guardian, que lo ha traído a mi memoria. En él, el columnista David Olusoga aprovecha las palabras del Papa sobre el genocidio armenio (1915-1923)-al que denominó como el primero del siglo XX-, para recordar que, más alla de la polémica que han desatado sus palabras, la descripción es en realidad errónea: «esa triste distinción corresponde en realidad al genocidio que la alemania imperial llevó a cabo una década antes contra los Herero y los Nama, dos grupos étnicos que vivían en la por entonces llamada German South West Africa, ahora conocida como Namibia».
Tiene razón David Olusoga pero, como siempre, no solemos recordar lo que pasa fuera de Europa o lo que, directamente, no nos interesa recordar que pasó.
The Namibian genocide, 1904-1909, was not only the first of the 20th century; in so many ways, it also seemed to prefigure the later horrors of that troubled century. The systematic extermination of around 80% of the Herero people and 50% of the Nama was the work both of German soldiers and colonial administrators; banal, desk-bound killers. The most reliable figures estimate 90,000 people were killed.
Comparto, para que no lo olvidemos, el texto que se publicó en mayo de 2012:
Namibia ¿El primer genocidio del Siglo XX?
Desde el año 2006, una pequeña calle a las afueras de Múnich, lleva el nombre de “Herero Straße”, nombre que probablemente no les dirá nada a quienes en ella viven, ni a sus conciudadanos ni, mucho menos, a los lectores españoles que lean estas líneas. Pero esta calle insignificante lleva a sus espaldas una triste, violenta y, sobre todo, oculta historia.
Una historia que podría haber salido del desconocimiento hace apenas un mes, si el Parlamento alemán no hubiera decidido -tras un debate de apenas media hora-, oponerse a reconocer como genocidio la matanza sistemática que practicó contra diversas tribus de la actual Namibia a principios del siglo XX. ¿Genocidio? Sí, probablemente ésa sería la mejor manera de definirlo, tal y como explicaba en una entrevista la experta del Museo de Etnología de Colonia, Larissa Förster: “fue claramente una orden para eliminar a gente perteneciente a un grupo étnico específico y sólo porque formaban parte de este grupo”.
El Ejecutivo, en cambio, niega la mayor y acepta sólo una vacua “responsabilidad histórica y moral hacia Namibia”. Es más, en el año 2004, el gobierno alemán desautorizó las palabras de su ministro de Ayuda al Desarrollo, Heidemarie Wiecaorek-Zeul, quien pidió perdón por las masacres y reconoció la acción como genocidio. Es en cierto modo, un caso parecido al de los británicos en Kenya, del que tan sólo ahora han comenzado los documentos a salir a la luz. Porque al igual que Londres, Berlín teme que el reconocimiento conlleve una cascada de peticiones de reparación.
¿Qué pasó exactamente entre Alemania y Namibia?
y, sobre todo, para buscar ese ‘espacio vital’ del que ya venía hablando el geógrafo Friedrich Ratzel, preocupado porque miles de alemanes tenían que emigran del país. Qué mejor solución que la de que emigrasen a una ‘segunda Alemania’, haciendo del II Reich (1871-1919) ese gran imperio con el que fantaseaba el Káiser Guillermo II. Era un idílico planteamiento que se encontró con un pequeño problema: las mejores tierras ya estaban ocupadas por tribus locales, lo que dificultaba que los colonos se establecieran allí provocando que para 1903, tan sólo unos 4.000 colonos se hubieran asentado en el lugar.
Ante tal situación, el primer gobernador alemán en la zona intentó conseguir las tierras a través de estratagemas más o menos ilícitas: compra, intercambio por baratijas, acuerdos con los líderes influyentes, intento de enfrentar a los clanes…
Pero pronto comenzaron los abusos contra los diferentes grupos tribales del país, igual que lo hacían tantos otros países europeos en territorios colindantes. Abuso contra las mujeres, robo de tierras y ganados, expulsiones forzadas… Fue esto lo que llevó, el 12 de enero de 1904, a la primera rebelión de los guerreros de la tribu Herero, que acabaron con la vida de unos 200 civiles alemanes en unos pocos días.
Era un amago de rebelión que Alemania tenía que atajar con mano firme si quería mantener su presencia en el país y la metrópoli mandó a uno de sus guerreros más feroces a suprimir la resistencia. Se trataba del general Lothar von Trotha. Un hombre al que, en 1933, las autoridades Nazis honrarían con una calle en su honor, una pequeña calle a las afueras de Múnich. (Continúa aquí.)