Mariví Ordóñez, historiadora de formación, miembro del Grupo de Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en cine africano, presentó en Traficantes de Sueños la historia del continente africano a través de sus cinematografías, dentro del curso Feminismos Africanos aunque sin hablar de cine puramente feminista ni sólo hecho por mujeres.
Comenzó recordando que al referirnos al Cine africano estamos hablando, básicamente, de cine hecho en el áfrica Negra a partir de los años 60, cuando tienen lugar las independencias. Hasta entonces, la colonización lo había impregnado todo y, por supuesto, también el cine. Así, los africanos parten de las películas sobre África hechas por Occidente en la que ellos son, podríamos decir, una parte más del decorado, forman parte de la fauna africana y nunca tienen ningún papel que vaya más allá del de mero objeto sobre el escenario.
Es lo que Aminata Traoré describió en su libro ‘La violación del imaginario’ :la mirada del Otro, siempre, sobre el africano, hablando, pensando y actuando en pos del africano-.
En este contexto, los primeros cineastas africanos se enfrentan a un buen número de problemas, que en buena medida continúan hoy, y entre los que cabe destacar:
1) La falta de formación: no hay escuelas de cine ni maestros en los que basarse ni infraestructuras… La única formación posible existe fuera de sus fronteras, ya sea en París, Londres o incluso Moscú, dependiendo de cuál fuera la potencia colonial.
2) Los problemas de distribución: una lacra que se ha mantenido hasta bien entrados los años 90. La distribución está completamente dominada por las ex metrópolis y en los cines se continúa proyectando las creaciones de Hollywood, o de las antiguas potencias.
3) Financiación: en un momento en el que todo está por hacer (educación, sanidad, infraestructuras…), el cine no es una prioridad. El único dinero destino al séptimo arte es el que viene de fuera, en forma de subvenciones (en este sentido, Francia fue el que más apostó por este tipo de proyectos), con lo que eso supone de falta de independencia.
A pesar de todo, la primera industria cinematográfica comienza a germinar en forma de películas con tono didáctico, a veces autocrítico y con un fuerte enfoque social. No hay apenas cine pensado para la diversión como tal. Por supuesto, son hombres los primeros que comienzan a hacer películas, ya que las mujeres ven multiplicadas los tres problemas antes mencionados (especialmente la falta de formación y financiación), por lo que su presencia se reduce a los papeles de actriz y, como mucho, al de guionista.
Sin embargo, siempre hay excepciones y es en este momento cuando aparecen mujeres como Sarah Maldoror: no es africana pero su interés es la historia del África negra, sobre todo Angola y su lucha de independencia frente a Portugal. Un interés que va a dar lugar a la ambiciosa película: Sambizanga (1972). (De ella y de su autora hablaremos específicamente en otro post). Es también en 1972 cuando Safi Fayé, senegalesa, se convierte en la primera africana en trabajar como directora de cine con la realización del corto La Passante. Antes de eso, había trabajado como actriz y vivido en París, a pesar de lo cual se centra en los problemas de la población rural, como muestran sus películas Lettre payssanne (1975), y en darle voz a los campesinos para que cuenten sus problemas. En sus cintas apenas aparece voz en off y trata el tema como docu-ficción, desmitificando la idea del campo para bien y para mal. En 1982 publica una de sus películas más ambicionas “Selbé et tant d’autres’ una dura mirada sobre la realidad de las mujeres que tienen que cuidar de los deseos y necesidades de toda la familia mientras los maridos marchan a la ciudad en busca de trabajo. En los 90 cambia su estilo y pasa a la ficción, aunque sigue tratando temas sociales, como hace en 1996 con Mossane, sobre los matrimonios forzosos, una película que llegó a emitirse en la sección ‘Un certain regard’ en Cannes aquel mismo año.
Para cerrar el círculo, Mariví Ordóñez habló también de Anne Laure Folly, una directora más actual, que llegó al mundo del cine casi por casualidad –era abogada experta en temas internacionales- y que desde los años 90 ha ido dejando su impronta a través de varias películas documentales. En 1994 rodó Femmes aus yeux ouvertes, en la que presenta a mujeres de Burkina Faso, Mali, Senegal y Benin dialogando sobre sus problemas, derechos, necesidades y preocupaciones.
Dos años más tarde, Laure Folly publicaría Les Oubliées, un documental sobre Angola en el que repasa los 30 años de guerra prácticamente ininterrumpida (primero contra el colonizador portugués y luego entre los dos bandos nacionales); un conflicto muy ideologizado en el que la togolesa explora los motivos de los combatientes, muy unidos a los dos bloques que se enfrentaban en la guerra Fría, debido a la intervención tanto de Cuba como del régimen sudafricano. El éxito de la película radica en que deja a las mujeres contar sus historias, con calma, sin prisas, para que den su perspectiva del conflicto. En 1998 regresa a Angola con su film Sarah Maldoror ou la nostalgie de l’utopie , un homenaje a la pionera Sarah Maldoror y al filme que ya hemos mencionado antes, Sambizanga (1972).
* Para saber más sobre Cine africano y mujeres, recomiendo los textos de Beatriz Leal Riesco: Presencia de la mujer en el cine africano contemporáneo, el texto Saliendo de las sombras: las mujeres en el cine africano contemporáneo, publicado en el número 7 de la revista Africaneando o su blog, Africa en Cine.