Esta entrada forma parte de la serie dedicada a la biografía de Mandela. La siguiente parte puede leerse aquí: Nelson Mandela, la llegada a Johannesburgo.
También puede escucharse en formato podcast, aquí.
Rolihlahla Mandela, que ése el nombre con el que vino al mundo, nació el 18 de julio en el año 1918, en un pequeño poblado del Transkei, lo que hoy es la provincia oriental del Cabo. Miembro del pueblo Xhosa, su padre era un jefe tribal, que trabajaba bajo la supervisión de los ingleses que dominaban el país. Ejercía como una especie de consejero de real, lo que le permitía una buena posición pero una pequeña disputa con uno de los magistrados ingleses le hizo perder su trabajo, su riqueza y su título. Así que la madre de Mandela –la tercera de las esposas- decidió mudarse con sus hijos a Qunu, un pueblo cercano.
Allí el pequeño Mandela pasó una feliz infancia rodeado por vecinos, amigos y familiares como es costumbre en África.
Por entonces se veían pocos blancos por la zona y Mandela apenas tenía contacto con ellos, pero sí se acercaron algunos misioneros y la madre de Mandela se convirtió al cristianismo, siendo Mandela bautizado y enviado al colegio. Era el primero de su familia que asistiría a la escuela. Todo un orgullo. Tenía siete años y no sabía ni una palabra de inglés. Ese día, después de la clase, iba a volver a casa con zapatos nuevos, unas ropas totalmente distintas y un nombre británico, muy británico, el de Nelson. Así le ‘bautizó’ su primer día de clase la profesara.
A los 9 años, falleció el padre de Mandela y el jefe del pueblo Thembu, ofreció hacerse cargo del chico. Era una de esas oportunidades a las que no se puede decir que no, así que cogió al pequeño Mandela y lo llevó a vivir a la residencia real. Allí comenzó a recibir clases de historia, literatura, Xhosa e Inglés y se destacó como un buen alumno, no tanto por su inteligencia como por su disciplina. Allí forjó una gran amistad con Justice, el heredero real, fue tratado siempre como un hijo más de la familia y siguió estudiando hasta que llegó el esperado momento de la Universidad. El joven Mandela ingresó en Fort Hare, la única universidad para negros que hubo en Sudáfrica hasta 1960. Era un lugar elitista, al que muy pocos podían acceder, y estaba regidos por misioneros que se encargaban de dejar claro cuál era el papel de los negros en aquella sociedad. Pero a pesar de ello, de allí iba a surgir muchos de los líderes de la nueva Sudáfrica y allí es donde Mandela comenzó a tomar contacto con el mundo exterior.
Eran los años de la Segunda Guerra Mundial y tanto él como la mayoría de sus compañeros empiezan a tomar conciencia del mundo exterior. Escuchaban el servicio internacional de la BBC los discursos de Churchill, aprendieron que la propia Sudáfrica había entrado en guerra con Alemania y Mandela escuchó hablar por primera vez del Congreso Nacional Africano. Un partido que ya existía desde 1912 y del que muchos años más tarde, él mismo se convertiría en líder.
Allí comienza a forjarse su toma de conciencia política, con pequeñas revueltas en la universidad. Pero no le va a dar mucho tiempo a seguir con sus avances políticos. Antes de acabar su carrera, el jefe les anuncia a él y a su primo que lo ha arreglado todo para que puedan casarse lo más pronto posible. La lobola, la dote que en este caso pagan los hombres a las mujeres, sería pagada inmediatamente y la boda no se retrasaría mucho.
Esto provocó una gran ansiedad en ambos jóvenes, que de ninguna manera tenían planeado casarse. De hecho, Mandela escribe en sus memorias “Por entonces, estaba mucho más avanzado social que políticamente. Mientras que no se me había ocurrido ponerme a luchar contra el sistema político establecido por el hombre blanco, estaba bastante preparado para rebelarme contra el sistema social de mi propia pueblo”.
Y eso es lo que hacen. Son conscientes de que huir es la única opción para escapar del matrimonio. Y eso es lo que hacen. Así que, una noche tomaron el primer tren que salía de la ciudad con el objetivo de alcanzar Johannesburgo, la capital económica del país, por entonces una urbe en transformación, en pleno crecimiento y con la fiebre del oro en todo su apogeo.
Pero viajar en los años 40 por Sudáfrica no era nada fácil para dos negros. Todos los negros mayores de 16 años estaban obligados a llevar encima del “pase para nativos”, que debían enseñar a cualquier policía o funcionario que se lo exigiese. En caso de no hacerlo, les esperaba un arresto seguro. (Continúa aquí…)
[…] de enseñarlo a cualquier policía, funcionario o empleado blanco que se lo pidiese”, cuenta en sus memorias. En caso de no hacerlo, le esperaba un arresto, una multa, una paliza o quizás la cárcel, quién […]