Beda, en el centro, con su socia francesa, quien le apoyó para comenzar con el pequeño hostal |
Este verano, en Benín, pude comprobarlo una vez más. Allí, en la “Residence Les Luciols” – una modesta casa con dos habitaciones para turistas (próximamente serán cuatro, y los dueños esperan seguir ampliando el negocio)- es Beda la que se encarga de todo. Su marido hace las veces de chófer para quien quiera contratar sus servicios, pero es Beda la que al final de la estancia se sienta en la mesa de la terraza, saca su libreta blanca y comienza a echar las cuentas; es ella la que negocia los precios y la que hace el correspondiente recibo con una letra limpia y clara que escribe parsimoniosamente. Es ella la que ha logrado mejorar su francés para entenderse con sus clientes y quien tuvo la idea de montar, en lo que podríamos considerar el salón de su casa –porque tiene una tele y es más espacioso que el resto de estancias- una pequeña tienda en la que vende productos del mercado y algunas bebidas hechas por ella misma.
Pero Beda y su hostal no son ni mucho menos una excepción de la economía africana. Todo lo contrario. Así quedó claro, por ejemplo, durante el “Encuentro entre emprendedoras africanas y españolas” celebrado en Madrid en junio de 2010; un evento al que asistieron mujeres de más de 28 países africanas dispuestas a dar a conocer sus negocios, generalmente relacionados con el textil, la artesanía y la alimentación.
Se calcula, por ejemplo, que ellas producen el 80% de los alimentos del continente, y son ellas quienes en buena parte lo venden. De hecho, según la revista Africa Renewal, una publicación de Naciones Unidas, “las mujeres poseen casi la mitad de las pequeñas empresas de África”, pero a pesar de ello siguen sin tener la visibilidad necesaria para conseguir que sus negocios prosperen como ellas querrían. Muchos se quedan en la economía de subsistencia y el mercado de negro. En este sentido, un solo dato refleja muy bien la realidad: se estima que tan sólo un 2% de las mujeres africanas tienen acceso a una cuenta corriente. Pero es que en muchas ocasiones, las mujeres se organizan en formas más o menos autónomas, fuera de la economía puramente financiera. Así, es habitual la creación de pequeñas cooperativas, o de una “caja común” o “tontinas”: “un grupo de personas que contribuye cada mes con una cuota fija de dinero y el total recaudado se entrega, por turno, a uno de los miembros”, tal y como explicaba Chema Caballero en su entrevista con Anastasia Wambui Maina, impulsora de la cooperativa Badilisha Maisha (Cambio de Vida) que ofrece precisamente “formación y microcréditos para facilitar la creación de pequeños negocios a las mujeres de Korogocho, Kenya”.
Y aunque “no hay ninguna fórmula mágica y la trabas son todavía muchas”, como señala Yassine Fall, asesora económica de UNIFEM –y muy crítica con los microcréditos, por cierto- , el trabajo, la constancia y la iniciativa de las mujeres africanas ya ha ido dando sus frutos y muchos negocios prosperan más allá incluso de las perspectivas de sus creadoras. Así, por ejemplo, ya es posible recorrerse África casi de punta a punta alojándose en establecimientos turísticos sostenibles dirigidos por mujeres; una red de pequeños establecimientos que se ha ido organizando en los últimos años con el apoyo financiero de la campaña Turismo Solidario y Sostenible.
En otros casos, las mujeres han logrado ver crecer exponencialmente sus empresas. Es, por ejemplo, el caso de éxito de la senegalesa Mame Karidiene (aquí podéis escuchar una entrevista con ella), que allá por el año 2000 creó BioEssence Labs, una empresa que fabrica aceites, cremas y cosméticos a partir de ingredientes tradicionales africanos y que hoy tiene unas 600 empleadas y exporta a varios países del mundo. Casos como éste, sumado a las miles de microempresas que hay por todo el continente, han llevado al mismísimo Banco Africano de Desarrollo a afirmar que “la empresaria africana será clave en la nueva Economía”.
¡A mí no me cabe la menor duda!.
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