19/01/2012: La República Centroafricana presenta cifras de mortalidad tres veces superiores al nivel de emergencia y vive desde hace años una grave crisis sanitaria de la que apenas se oye hablar. Hoy, la esperanza media de vida se sitúa en los 48 años, la segunda más baja del mundo.
Con un tamaño similar a Francia, pero con tan solo cuatro millones de habitantes, la República Centroafricana se encuentra desde siempre al margen de la Comunidad Internacional y prácticamente apartada del circuito de las grandes agencias de ayuda y los medios de comunicación occidentales. Esto, sumado a la apatía y la corrupción rampante en el Gobierno, que no ha sido capaz de lanzar una petición de ayuda directa y al que ninguna Agencia considera una contraparte creíble, terminan por cerrar un círculo que se ha convertido en un callejón sin salida para los ciudadanos del país. Salir de Bangui, la capital, es adentrarse en un país sin apenas infraestructuras –existen tan sólo unos 200 kilómetros de carreteras asfaltadas-, en el que las comunicaciones se convierten en una verdadera pesadilla y el abastecimiento de alimentos y medicinas es en muchos casos misión imposible. Más teniendo en cuenta que la población se encuentra dispersa en un territorio enorme y que los únicos hospitales se encuentran en las grandes ciudades.
Por otro lado, a diferencia de algunos de sus vecinos, la República Centroafricana no dispone –para bien o para mal- de grandes recursos naturales –salvo algunas minas de diamantes en el Este- y la mayoría de la población se dedica a la agricultura de subsistencia, a merced de la climatología. En estas condiciones, se viene gestando desde hace años una verdadera emergencia sanitaria, silenciosa pero brutal, que Médicos Sin Fronterasha constatado a través de diversos estudios realizados en los últimos meses. Una emergencia que no responde a un detonante concreto, sino que es una suma de todos ellos: no se ha producido por una sequía, ni por una subida del precio de los alimentos, ni siquiera por el estallido de un conflicto armado. Se trata de todo y nada a la vez.Conflictos existen, sí, pero son de baja intensidad: salteadores de caminos, grupos organizados que atacan a la población (especialmente en el norte), mafias que sobreviven del cobro de peajes –a personas y cargas de medicamentos- y grupos armados provenientes de los países de alrededor. El precio de los alimentos ha aumentado, como en otros lugares, pero el país no se encuentra en situación de hambruna, y las condiciones climáticas, aunque no han sido del todo buenas, no han supuesto el fin de las cosechas. Así que nos encontramos con una situación de crisis sin detonante claro, sin momento álgido y sin imágenes impactantes. Lo necesario para que el Gobierno no se haya interesado nunca por poner a la Sanidad entre su lista de prioridades; un sector al que tan sólo se dedica el 11% del gasto total del Estado. Y para que los países occidentales miren hacia otro lado.
La consecuencia es una crisis sanitaria nacional que ha dejado niveles de mortalidad excepcionalmente altos provocados por enfermedades fácilmente prevenibles o de rápida curación si se detectaran a tiempo. Así, la República Centroafricana es uno de los pocos países donde todavía existe la llamada enfermedad del sueño (provocada por la picadura de la mosca tse-tse), donde la prevalencia de la malaria es alarmante (todos los habitantes se infectan, de media, al menos una vez al año) y las tasas de tuberculosos se han duplicado entre 1990 y 2009. Por no hablar del VIH y otras enfermedades. A todo ello se suma la falta de personal cualificado, la escasa cobertura vacunacional y los problemas de desabastecimiento de medicamentos, que en ocasiones pueden durar meses.
El resultado es una total falta de asistencia médica entre buena parte de la población, que desespera mientras observa que la situación no sólo no mejora, sino que se agrava con los años. Es, en palabras de Alberto Cristina, responsable de operaciones de Médicos Sin Fronteras, un “desierto sanitario” en el que no se avista solución a corto plazo.
Una situación de tal gravedad que ha llevado incluso a la organización a plantearse un cambio en su estrategia tradicional. Si históricamente se ha dedicado a la Ayuda Humanitaria –especialmente en situaciones de conflicto-, en República Centroafricana Médicos sin Fronteras ha decidido reorientar algunas de sus operaciones hacia programas a más largo plazo. Básicamente, “porque no sería realista pensar ahora en una posible salida del país”, explican sus responsables. Porque la crisis es crónica, estructural y sin fecha de caducidad.
En la actualidad, MSF, que lleva trabajando en el país desde 1997, destina al país unos fondos casi similares a todo lo que invierte el Estado en Salud y trabaja dando apoyo a nueve hospitales y 36 centros de salud. Para los próximos años, la organización pretende ampliar sus áreas de trabajo, pero sobretodo seguir presionando para que tanto el Ejecutivo de Bangui como los países occidentales actúen ante esta crisis sanitaria.