13 de septiembre de 2011
En el interior de Sudáfrica, en la generalmente seca provincia de North West, un palacio se aparece ante el visitante como un espejismo. Un lugar de verdes paseos, inmensas cascadas, ferrocarril propio y hasta playa, a más de 1000 kilómetros del mar. Se trata de ‘Sun City’, un inmenso ressort del tamaño de una verdadera ciudad en el que hay de todo lo que se pueda imaginar.
Un lugar en el que predomina la opulencia, casi insultante una vez conocida Sudáfrica, y en el que se da cita la flor y nata de buena parte del continente. Situado a menos de 300 kilómetros de Johannesburgo y Pretoria, Sun City es el lugar favorito de vacaciones para muchos sudafricanos adinerados. Allí hay hoteles –todos de 5 estrellas–, campos de golf, parques acuáticos y hasta una ‘Ciudad Perdida’, un monumental palacio que sobresale sobre la arboleda que le rodea en memoria de una supuesta leyenda sobre –y cito textualmente de su web -“una antigua civilización que llegó a estas tierras desde el norte de África y que construyó un espectacular palacio para su rey y su enorme imperio hasta que un terremoto lo redujo a ruinas”.
Por supuesto, no le falta una jungla de exótica vegetación y, una de las imágenes más conocidas de Sun City, las réplicas a tamaño natural de elefantes y otros animales que terminan componiendo un extrañísimo, pero a pesar de todo, admirado conjunto.
Y detrás de todo este glamour hay algo sin lo que Sun City nunca hubiera sido posible: el juego. Porque Sun City, quizás incluso antes que un inmenso ressort, es un inmenso casino en el que se dan cita todos los juegos imaginables, un lugar que abre los 365 días del año y que atrae a cientos de jugadores de todo el país.
De hecho, Sun City nació precisamente en este lugar porque allí sí estaban permitidos los juegos de azar. Durante el Apartheid, el juego era ilegal en toda Sudáfrica y sólo algunos de los llamados bantustantes [inmensas zonas en las que se encontraban las peores tierras y en las que el Gobierno de Pretoria pretendía instalar a los negros (ésa era su idea de desarrollo separado) dándoles categoría de estado semiindependiente] tenían permiso para crear establecimientos de este tipo. Uno de ellos era el Bantustante de Bophuthatswana y esto fue lo que llevó al magnate sudafricano –hijo de inmigrantes judíos rusos- Sol Kerzner a elegir este lugar para crear Sun City, la ‘ciudad del sol’ que pronto se convertiría en la perla de su imperio, tras abrir las puertas al público el 7 de diciembre de 1979.
Su buena localización, la abundancia de tierra y la mano de obra extremadamente barata que era posible encontrar en estos bantustantes hicieron que el negocio se convirtiera pronto en un éxito, aunque no estuvo exento de polémicas. De hecho, durante años, los opositores denominaron despectivamente a este sitio como “El brillo del Apartheid”, subrayando que todo lo que relucía en él se debía, única y exclusivamente, a la política racista que permitía los mayores lujos para unos mientras otros vivían en la más absoluta miseria.
De hecho, a mediados de los 80, un grupo de artistas conocidos como el AUAA (Artistas Unidos contra el Apartheid) grabaron una canción llamada “Sun City” en la que, entre otras cosas, declaraban que nunca actuarían en este lugar. Se convertía así en foco del boycot cultural que buena parte del mundo llevó a cabo contra el Apartheid.
A pesar de todo, Sun City resistió los últimos años del Apartheid y ha continuado floreciendo desde de que se restableciera la democracia en 1994 y el juego se legalizase en todo el país. Allí se celebran ahora eventos de alto standing¸ como Miss Sudáfrica o festivales para jóvenes adinerados. Sigue siendo un lugar prohibitivo, pero ahora en él se dan cita blancos y negros.