Recién llegada de Benín, de donde salimos justo cuando casi empezábamos a acostumbrarnos al caos, cuando ya habíamos aprendido a cruzar la calle en medio de las cientos de moto-taxis que recorren frenéticamente la ciudad y cuando ya no nos asustaban los inmensos charcos de las carreteras no asfaltadas, volvemos a la ordenada Europa y nos damos de bruces con el atentado de Noruega y la hambruna de Somalia.
Noticias que nunca creímos leer en el siglo XXI y que sin embargo siguen golpeándonos cada día, igual que nos golpea la realidad de Benín, un Estado pobre pero que ha crecido al 5% en los últimos años y en el que nos encontramos una vitalidad propia de la mejor tradición africana: todo el país es un inmenso mercado ambulante, proliferan las nuevas –que no siempre modernas ni de calidad- construcciones y cada cual se busca la vida como puede.