Además, Nigeria contaba con gran apoyo internacional: casi todos los países se solidarizaron con el Gobierno de Lagos y tan sólo cinco estados se declararon a favor de una Biafra independiente: Costa de Marfil, Gabón, Haití, Tanzania y Zambia.
(Esta entrada es la continuación del post Guerra de Biafra I. El nacimiento de la injerencia humanitaria)
El entonces presidente de Costa de Marfil fue el primer alto mandatario internacional en atreverse a alzar la voz en defensa del pueblo biafreño. El 9 de mayo de 1968, Félix Houphouët-Boigny recuerda en un discurso a los habitantes de la Nigeria oriental, de los que dice que “sobreviven gracias a un milagro de resistencia”, ya que es un pueblo “privado del mar y de los ríos” que, “desde hace 10 años no conoce ni el pescado ni la carne; sumidos en los bombardeos aéreos que no encuentran ningún obstáculo (…) para su exterminación sistemática, ya que son un pueblo sin defensa”. Houphouët-Boigny fue, por lo tanto, el primero que habla de “genocidio”. Pero a lo largo de 1968, terminarán siendo muchos los que se pongan del lado de los biafreños, sobre todo debido a la intervención, no directa, pero sí clave de Francia.
París intentaba mantener su hegemonía en el continente negro tras la descolonización y su implicación en el asunto fue haciéndose mayo, provocando el temor inglés a que El Elíseo París pudiera enviar tropas a Biafra. Estos temores, más o menos infundados, estában basados en un hecho real: el 12 de junio de 1968, el recién elegido presidente Charles De Gaulle reconoció oficialmente a Biafra. Un hecho de trascendental importancia que suponía un claro mazazo a Nigeria y equilibraba, de manera formal al menos, las fuerzas de los dos bandos.
En este punto, es interesante analizar el cambio de la política exterior de París, ya que durante todo el año anterior el Ejecutivo se había dedicado a ignorar en público el conflicto, y, mientras que por un lado vendía armas a Nigeria, por el otro permitía la instalación en la capital gala de los representantes de Biafra y su oficina semiclandestina, el Centro de Estudios Históricos de Biafra.
La crucial decisión se tomó en el Consejo de Ministros francés el 12 de junio de 1968, justo cuando todavía estában calientes los ánimos por el mayo francés. El anuncio era claro, y la decisión irrevocable: se instaura un embargo a los envíos de armas a las partes en conflicto y se crea un programa de ayuda humanitaria para Biafra.
Pero todavía no ha comenzado la bola de nieve sobre este conflicto; los medios de comunicación están todavía ocupados en analizar lo sucedido el mes anterior, en el famoso mayo del 68 en todo el mundo.
Según el libro La politique africaine du general De Gaulle (1958-1969), es, a partir de agosto cuando la situación de Biafra “se pone de actualidad, los medios de comunicación comienzan a hablar de los sufrimientos de la población de Biafra y en París surge incluso un grupo de católicos que funda la asociación Francia-Biafra, entre cuyos objetivos están presionar a los gobiernos francés y africano a poner fin a la guerra”.
Mientras tanto, a mediados del mes julio de este 1968 comienzan las discusiones preliminares para lograr la paz. De momento, no se obtiene ningún acuerdo de fondo, pero las partes se emplazan para comenzar las negociaciones de paz en Addis-Abeba (la capital de Etiopía) a principios del mes siguiente. Es en este contexto de preparativos para una conferencia que muchos consideran decisiva, cuando el Consejo de Ministros francés vuelve a la palestra con un nuevo comunicado. Se hace público el 31 de julio y el impacto y la repercusión es brutal.
El comunicado dice: “La sangre vertida y los sufrimientos que duran ya más de un año y que afectan al pueblo de Biafra, demuestran su voluntad de afirmarse como pueblo (…). El conflicto actual debe solucionarse sobre la base del derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos y conllevar la puesta en marcha de procedimientos apropiados”. Esta declaración supone un claro espaldarazo a las posiciones de Biafra y tiene un efecto inmediato, porque sitúa a los independentistas en una posición ventajosa para las negociaciones de Addis-Abbeba que comienzan tan sólo una semana después, el 5 de agosto.
El porqué de esta posición no está muy claro aún, aunque se han ofrecido diferentes respuestas, que van desde las que ven en la actuación de De Gaulle un puro acto de solidaridad con el pueblo de Biafra, hasta quienes buscan intereses geoestratégicos de la política francesa.
Daniel Bach, antiguo coordinador del programa de estudios francófonos de la Universidad D´ Ife (Nigeria), menciona en el citado libro sobre la política africana de De Gaulle diversas razones que podrían haber llevado al presidente galo a decidir su postura: a) “El derecho de los pueblos a la autodeterminación”, b) “la oposición a las mayorías” [es decir, que no le gusta la existencia de Nigeria, un país muy grande y con importancia decisiva en África y al que no puede controlar], c) “el enfrentamiento Nigeria-Francia” [desde 1960 ambos países mantienen unas difíciles reacciones por la protesta oficial de Lagos ante las pruebas nucleares francesas realizadas en el Sáhara, que provocó una gran crisis diplomática], y d)las “consideraciones económicas”, es decir, que De Gaulle pensara que ayudando hoy a Biafra, mañana este país independiente podría favorecer a París con concesiones petrolíferas.
Sea como sea, y teniendo en cuenta que el por qué de la postura de De Gaulle no está nada clara, el caso es que el Gobierno francés insiste en todo momento en el carácter puramente humanitario de su toma de posición, dando lugar al nacimiento de un concepto que, desde entonces, se utilizará en decenas de ocasiones, el de injerencia humanitaria.
Mientras tanto, las negociaciones continúan su tortuoso camino que no es, desde luego, nada fácil. Así, el 8 de agosto de 1968, el diario ABC recoge las declaraciones del delegado federal de Nigeria en las que asegura que no consideran “aceptables las propuestas que no respeten la unidad e integridad territorial de Nigeria”, mientras que apunta que “el dirigente biafreño Ojukwu “abandonó a noche la capital [Addis-Abbeba], con lo que han disminuido las esperanzas de llegar a una paz”. “No obstante, la negociación continúa”, termina la crónica el periódico, dejando una puerta abierta a la esperanza.
Pero la realidad es que, como afirma el periodista J. L. Gómez Tello en una columna publicada el 13 de agosto en el diario Informaciones, “no se percibe ninguna solución al doble problema: el de una guerra que dura ya más de un año y el de un verdadero genocidio que amenaza conducir a la desaparición de un pueblo. El primero de los puntos del plan de paz propuesto por Nigeria reclama la reunificación de Biafra (…) Los biafreños lo rechazan absolutamente (…) La prolongación de esta tragedia obedece a la falta de confianza de ambas partes (…) En este drama, los africanos, con sus tortuosidades; la ONU, con su argumento de que es un problema interior y la URSS, Inglaterra y EEUU, con su ayuda a Lagos, tienen responsabilidad”.
Efectivamente, el drama no va a mejorar en el año siguiente. Las dos partes se muestran intransigentes en sus reivindicaciones y Francia, que ha estado ayudando –de manera más o menos clara a Biafra– comienza a darse cuenta de que su intervención sólo representa una prolongación inútil del conflicto. Además, si De Gaulle pretendía mejorar sus relaciones con los pueblos africanos defendiendo el “derecho a autodeterminación” de Biafra, la realidad es que este asunto se ha convertido en un factor de crecientes divisiones entre París y el continente negro. Así las cosas, en los primeros días de marzo de 1969, el lugarteniente Ojuwkwu es informado de la interrupción de la ayuda francesa –para obligarle a tomar una actitud más conciliadora–.
A finales de este mismo mes, las ofensivas federales lanzan nuevos ataques, cada vez más duros, que arrasan lo poco que quedaba de Biafra. Antes del final del año, en medio del absoluto hundimiento económico y militar, Ojukwu huye del país y el resto del territorio de la república es reincorporado a Nigeria.
Biafra quedó devastada; entre 800.000 y un millón de personas perdieron la vida y otros miles resultaron heridos. Las balas y las bombas habían causado muchas víctimas, pero la mayoría murieron de hambre y de sed ante la mirada atónica de Europa y el resto del mundo.
*Este texto es una revisión del publicado en la colección editada por El Mundo y titulado ‘El franquismo Año a Año’.