Ha pasado casi dos décadas en Sierra Leona y dice que apenas conoce África. Participó como experto en menores soldado durante el juicio a Charles Taylor y lo único que tiene claro es que las víctimas todavía siguen esperando que alguien las escuche. Es misionero javeriano y miembro de la ONG DYES, pero está convencido de que la Ayuda es sólo un parche: “hay que cambiar el sistema” repite siempre que tiene ocasión. De momento, cree que no ha llegado el momento de las rebeliones, pero, en cambio, sostiene que ya está en marcha la «revolución de la moto». Chema Caballero acaba de publicar Los hombres leopardo se están extinguiendo, un libro que sorprende y gusta porque no está hecho para contar su experiencia, sino para explicar lo que ha escuchado y ha “visto vivir” durante este tiempo.
Por: Aurora M. Alcojor
Sierra Leona vive momentos de estabilidad, pero la ausencia de guerra no es sinónimo de paz. ¿Cómo puede afectar la situación de Costa de Marfil?
Bueno, el problema es toda la zona, Burkina Faso, Guinea, Costa de Marfil… y el miedo de que resurja la chispa siempre está ahí. Porque las causas remotas de la guerra (desigualdades, privilegios, falta de educación…) siguen existiendo igual que cuando comenzó [en 1990]. De hecho, el único cambio es que ahora los jóvenes son más conscientes de ellas porque han visto que nadie les protegió y han escuchado hablar de Derechos Humanos, han recibido algo de educación… Incluso ahora mismo me encuentro con jóvenes que se enfrentan con los líderes tradicionales, algo que hace unos años era totalmente impensable. Este es un paso muy positivo, pero a la vez, crea más frustración. Si no conoces nada, no eres consciente de tu pobreza, pero ahora son muchos los que han visto que es posible vivir de otra manera.
¿En qué consiste exactamente vuestro trabajo en Sierra Leona, ahora que ya han pasado casi 10 años desde el fin de la guerra?
Trabajamos en una zona de selva en la que hubo muchos niños y niñas soldado que no pasaron por ningún centro de ayuda. La idea era trabajar con ellos directamente en sus aldeas y fue al estar en su día a día cuando nos dimos cuenta de que era necesario trabajar también con las víctimas de estos niños. Si tienes un centro en el que sólo hay niños soldados, puedes volcarte en ellos, pero en este caso, tenía que ser algo mucho más amplio. Además, estamos intentando también dar oportunidades a los que vienen detrás, centrándonos siempre en la educación. El objetivo es que ellos mismos vean sus problemas y busquen soluciones, mientras nosotros les damos las herramientas necesarias. Aunque en el fondo lo que hacemos es poner parches. Podemos salvar la vida de cinco, quinientos, cinco mil niños, pero el problema está aquí [en España, en el Norte], tenemos que cambiar las estructuras.
¿Qué errores están cometiendo las ONG’s y las grandes organismos, como las agencias de Naciones Unidas?
Yo soy muy crítico, pero no son las ONGs las que funcionan mal. Lo que está mal es el sistema y muchas organizaciones se han convertido en parte de este sistema. Pocas veces se critica la estructura y ¿por qué? pues porque nadie muerde la mano que le da comer. Yo parto de la que la ayuda internacional sigue siendo necesaria, pero hace falta una revisión. El problema es que, en el fondo, todos somos parte de esto.
¿Cuál es el principal problema de la Ayuda?
Entre otras cosas, que a veces se nos olvida el impacto social. El organismo financiador exige resultados cuantificables y no se preocupa de otras cosas. Por ejemplo, cuando comenzamos a trabajar con mujeres que fueron esclavas sexuales durante la guerra, ellas mismas se dieron cuenta de que no podían ir a los talleres clase porque no tenían con quién dejar a los niños, y pidieron una guardería. Conseguimos construirla a pesar de todos los problemas, pero mucho más importante que el número de niños a los que atendíamos, fue que otras mujeres quisieron también llevar a sus hijos a la guardería, porque eso les daba tiempo para ellas mismas: ya fuera para trabajar, descansar o ir a beber vino de palmera con sus amigas. Este es un impacto muy importante, porque cambia estructuras, pero no es cuantificable.
Hablando de mujeres, ¿qué tienen ellas que hacen que el continente se mueva?
Son las más activas, sin duda. Ellas son la fuerza de África, las que llevan adelante la familia y la vida social. Y aunque estén excluidas de los centros de la toma de decisiones, en el fondo son ellas las que tienen la última palabra. Y de eso me di cuenta cuando reintegrábamos a los niños soldado en sus aldeas: los hombres podían dar el visto bueno, pero hasta que el chaval no era aceptado por las mujeres, no había nada que hacer. Muchas veces, me doy cuenta de que, casi sin hablar, sin oponerse abiertamente a los hombres, siempre mostrándose unidas y siendo muy constantes, van transformado la sociedad. Y yo creo que la manera de cambiar de África va a ser así.
¿Puede influir de alguna manera el hecho de que en Liberia haya una mujer presidenta? ¿Llega esto a la gente?
Por supuesto que sí. De hecho, yo lo he visto en Sierra Leona. Allí, la presidenta de la Comisión Electoral es una mujer,
Christiana Thorpe, -aparentemente frágil pero en realidad llena de carácter,- gracias a la cual las últimas elecciones salieron bien y permitieron una alternativa pacífica de poder. Esto le ha convertido en un referente para otras mujeres. Ellas piensan “yo también puedo estar ahí”.
¿Cómo se vive lo que aquí consideraríamos una grave discriminación?
Mi lema es no juzgar lo que hay, aceptarlo tal y como es. Muchas veces puedes no compartirlo, por supuesto, porque en ocasiones se trata de estructuras de opresión –hacia los jóvenes o las mujeres- pero tienen que ser ellos los que dedican cambiarlo, tú sólo puedes darles ideas.
¿Crees que las revueltas del Magreb se extenderán a África subsahariana?
Bueno, es mi esperanza, pero no creo que haya llegado el momento todavía. De momento, las bases se están poniendo y esto está teniendo una repercusión muy fuerte, pero el África subsahariana tendrá que buscar sus tiempos y su manera. De momento, al menos en los países que yo más conozco, como Sierra Leona o Liberia, no existe apenas clase media y las redes sociales, e incluso Internet, todavía no está tan generalizado.
En cambio, sí hablas de la “revolución de la moto”, ¿en qué consiste?
(Se ríe, reflexiona y comienza la explicación). Bueno, puede parecer una nimiedad pero la generalización de las motos es realmente una revolución: acorta las distancias, permite crear una verdadera red de comunicaciones y genera negocio. Por ejemplo: si una mujer está a punto de parir, siempre hay una moto para llevarla al hospital; ahora las mercancías llegan hasta donde antes era imposible; y además, es un negocio en sí mismo. El sueño de muchos de estos chicos es tener una moto, porque con ella pueden ir a la ciudad a comprar productos en grandes cantidades y luego venderlos en el pueblo. Y a su alrededor han surgido los que venden gasolina, los que arreglan las motos, los encargados de las ruedas… Kapuscinsky hablaba de la revolución de los bidones de plástico, que facilitaban mucho el trabajo frente a las vasijas tradicionales. Pues esto es un poco igual.
En el libro cuentas que, a veces, los jóvenes están tan obnubilados con la posibilidad de irse fuera o de montar un negocio rápido que no piensan en ‘la revolución’.
Ahora mismo, el que tiene una oportunidad, piensa en enriquecerse. La idea es “una vez que me haga rico, haré todo lo posible por enriquecer a mi gente”, en lugar de “a ver qué podemos hacer todos juntos por mejorar la vida de la gente”.
Bueno, el uso de la yamba, un tipo de marihuana local, es algo tradicional y no preocupante, pero sí ha aumentado muchísimo el tráfico de cocaína. Está llegando por toda la costa y, aunque en el país no se habla mucho en el país de este tema, lo cierto es que sí se han encontrado ya alijos que llegaban en aviones o en barcos. Desde Sierra Leona hasta Guinea Bissau, toda la zona de la costa está repleta de mafias y cárteles que traen la droga desde América Latina. Hay chicos que lo transportan a pie, siempre con la promesa del paso a Europa, por toda la ruta terrestre hasta el norte de África y también por barco. Por supuesto, la policía está implicada, los controladores de fronteras, todo el que puede. Lo peor de todo esto es que cada vez hay más gente de allí que ha comenzado a consumir. Durante la guerra se usó mucho para los niños soldado y hoy todavía hay gente que consume. Obviamente, la droga está de paso pero siempre hay algo que se queda.
Chema Caballero es misionero y fundador de la ONG “Desarrollo y educación en Sierra Leona”. El 31 de marzo presentó en Caixa Forum de Madrid su libro ‘Los hombres leopardo se están extinguiendo”.
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