Es verano, ¡hay que viajar! Si alguien se anima a ir a Sudáfrica que reserve al menos tres días para conocer Lesotho, un pequeño país montañoso que estos días, invierno en el hermisferio sur, luce como Suiza.
El pony es, todavía hoy, el transporte más utilizado en Lesotho y probablemente el único capaz de acceder por las escarpadas laderas que llevan a las zonas más altas del país y las aldeas más remotas. Por eso, la mejor forma de conocer este pequeño territorio rodeado completamente por Sudáfrica es a lomos de uno de estos animales, perfectamente entrenados para vadear sin peligro sus caminos.
La altitud de sus tierras –el punto más bajo se encuentra a 1.000 metros de altitud, y el 80% del país supera los 1.800 metros– le ha dado el sobrenombre de ‘Reino en el cielo’, mientras que la escasez de recursos naturales –sólo es rico en agua, que exporta a Sudáfrica– y la férrea resistencia de sus habitantes a las invasiones extranjeras han hecho que Lesotho se mantuviera prácticamente aislado del mundo hasta épocas muy recientes.
Es por ello que en “el país de los que hablan sotho” coexiste esa mezcla entre modernidad y tradición que ya es típica en África: mujeres con sus hijos a la espalda, leña a la cabeza y móvil con cámara en la mano; niños que tocan una guitarra de chapa mientras alguna ONG les enseña a utilizar Internet en el colegio o pastores con un GPS estropeado que algún día les regaló un turista.
Fundado como reino a principios del siglo XIX por el rey Moshoeshoe I, los basothos resistieron los ataques de los bóers hacia 1850 hasta que tuvieron que pedir ayuda al Imperio Británico, que aceptó concederles el estatus de protectorado en mayo de 1968 y les dio el nombre de Basutolandia. Independizado un siglo después –1966–, ha conocido numerosos cambios de gobierno y golpes de estado hasta que, en los 90, se estableció como monarquía parlamentaria más o menos democrática.
Entrando desde Sudáfrica por Maseru Bridge, el puesto fronterizo que toma el nombre de la capital y única ciudad del país, Maseru, el visitante se topa de golpe con el cambio radical entre ambos países nada más pasar por debajo de la pancarta publicitaria de Vodacom –el operador telefónico– que da la bienvenida a Lesotho. Como en todas las fronteras, alrededor de ella se ha desarrollado una gran actividad mercantil y proliferan los destartalados puestos donde se pueden encontrar souvenirs, comida, tarjetas de teléfono e incluso mantas, el símbolo no oficial del país. El oficial es un gorrito puntiagudo con forma de cono realizado a partir de ramas secas trenzadas que todavía se confecciona según el método tradicional pero que nadie lleva puesto.
Las mantas, en cambio, son el signo de identidad más reconocible de los lesothianos, que las utilizan para protegerse del aire y las bajas temperaturas que acechan tras la marcha del sol, hacia las seis de la tarde. Debido a la altitud del país, las temperaturas son muy extremas, con enormes variaciones entre el día y la noche, y no es extraño encontrase a niños y mayores con máscaras de lana para protegerse de los fuertes vientos y mantas a modo de abrigo, una tradición que se mantiene desde la época feudal, cuando el tipo de manta denotaba el estatus social de quien la llevaba