El próximo 15 de julio, Zapatero se reunirá probablemente con Paul Kagame en Madrid, invitados ambos por Naciones Unidas para apoyar los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Durante algunos años, Kagame brilló con luz propia en la escena universal por la política de reconciliación llevada a cabo por él mismo en Ruanda. Kagame fue el líder tutsi que logró acabar con el genocidio de 1994 y, una vez en el poder, instauró los tribunales populares en los que se ofrecía una especie de amnistía a los perpetradores a cambio de confesar sus crímenes y pedir perdón a las víctimas. Algo así como la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica.
Buen ejemplo de esta amnistía lo encontramos en un escalofriante artículo de John Carlin recogido en el libro ‘Heroica tierra cruel’, donde un ex guerrillero hutu afirma sin ruborizarse haber cometido unos 3.000 asesinatos, cuenta cómo huyó a la República Democrática cuando los tutsis de Kagame tomaron el poder, cómo tuvo que regresar porque en la RDC se moría de hambre y cómo en la cárcel vivía mejor que el resto de los ciudadanos de Ruanda. Después de 9 años negando su participación en el genocidio, decidió contarlo todo y, a cambio, logró la libertad. Ahora vive en un pueblo en el que cometió una brutal matanza y sus víctimas, más o menos convencidas, han decidido perdonarle.
Esta es la historia de éxito, de paz y reconciliación que se cuenta de Ruanda: un país en el que existe un gran participación de las mujeres en la política, los tribunales populares administraban sabiamente la justicia, crece la economía y la incipiente democracia se asienta día a día.
Pero ya se sabe que las cosas nunca son tan blancas ni tan negras como a veces las pintan. Y cada vez son más las voces que se alzan en contra de la dictadura encubierta que parece estar imponiéndose en el país. La campaña para las elecciones presidenciales que tendrán lugar en agosto de este mismo año está empezando a mostrar la cara más amarga de Kagame, con persecuciones a los líderes políticos de la oposición y a medios de comunicación independientes como Umuguvigi, una revista escrita en la lengua local Kinyaruanda que en abril fue suspendida por las autoridades.
Además, internacionalmente se presiona al presidente ruandés, aunque tan sólo por parte de algunos organismos. Como vemos, mientras la ONU le nombra parte de la «coleccion de super héroes para vencer a la pobreza», diversas organizaciones internacionales han denunciado persecuciones, desapariciones forzadas y otros atentados contra los Derechos Humanos; en 2008, un juez español, Fernando Andreu, imputó a sus más cercanos colaboradores del asesinato de nueve misioneros y cooperantes españoles y desde Francia han llegado a acusarle de la muerte del presidente Juvenal Habyarimana, incidente que desató el genocidio.
A pesar de todo ello, Kagame lleva ejerciendo como presidente de facto de Ruanda desde 1994 -16 añitos ya campando a sus anchas- (aunque se convirtió en presidente en el año 2000 y ganó las primeras elecciones tres años después).
Si en algún momento se le comparó con Mandela, ha quedado claro que la simetría no es acertada. Pero también está claro que la situación no es comparable. Si en Sudáfrica decimos que la inmensa mayoría de los negros siguen votando al partido negro por excelencia y heredero de la lucha contra el Apartheid, el ANC, en Ruanda es entendible el miedo a que en una situación de democracia plena, una persona un voto, la abrumadora mayoría hutu (85% de la población) se volviera a imponer votando en función de la etnia y no de ideas políticas.
Además, está la cuestión internacional. Ruanda es un país mínimo pero con un ejército bien formado -dicen que el mejor de África central- y a Kagame no le ha temblado el pulso a la hora de enviar a sus tropas a la República Democrática del Congo (que es 90 veces mayor que Ruanda), siempre con la excusa de luchar contra los hutus refugiados en Congo –los cuales, es cierto, no han parado de decir que estaban dispuestos a terminar su trabajo y finalizar el genocidio inacabado-.
Aquí es donde entra en juego la Comunidad Internacional. Lo que algunos analistas piensan es que en realidad nadie se atreve a criticar en público a Kagame –es más, se le premia en Naciones Unidas- porque es precisamente él y su ejército en Congo quienes aseguran el paso libre de los inmensos recursos naturales del país –especialmente el coltán- hacia el exterior. Así, a cambio de asegurarse este continuo flujo, los países más importantes, con capacidad de decisión en Naciones Unidas, le dejan campar a sus anchas en Congo y, además, le premian con biensonantes cargos honoríficos.
Por si fuera poco, el lío toca además de cerca a España. Hace unos meses, dos ONG´s españolas, una de Baleares y la otra de Cataluña, fueron acusadas por Naciones Unidas de desviar unos 2000.000 dolares a una de las guerrillas que luchan en Congo, el Frente Democrático para la Liberación de Ruanda. O sea, dos pequeñas organizaciones españolas financiando la mayor guerra que probablemente existe ahora mismo en el mundo. Casualmente, resulta que son estas mismas dos ONG´s las que habían presentado las pruebas contra Kagame en el juzgado español. Ahora son ellas, junto a otras asociaciones religiosas, quienes más fuertemente están presionando a Zapatero para que no se reúna con Kagame, algo a lo que se han unido otras personalidades como el premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel.