«And some cry for the cutting up or South Africa without delay into separate areas, where white can live without black, and black withour white, wher black can farm their own land an mine their own minerals and administer their own laws. And others cry away with the compoun dystemn, that brings men to the towns without their wives and children, and breaks up the tribe and the house an the mand, and they ask for the establishment of villages for the laboures in mines and industry». (…)
Este es un estracto de uno de los libros más tristes que recuerdo haber leído nunca. El título ya avisa, “Cry, the Beloved Country”. Voy aún por la mitad y no sé siquiera si lo terminaré, porque cada página que pasa es aún más triste que la anterior.
Se publicó por primera vez en septiembre de 1948, cuatro meses después de que el Partido Nacional sudafricano ganara las elecciones e institucionalizara la separación entre blancos y negros mediante el Apartheid. El autor, Alan Paton, había escrito el libro unos dos años antes, así que se puede considerar casi premonitorio, pero lo mejor del libro es que ayuda a entender cómo la sociedad pudo llegar hasta tales extremos. Y lo explica mejor que muchos libros de Historia, porque aunque es una novela, es una ficción basada en la realidad que vivió el autor.
El protagonista de la historia es un viejo pastor anglicano negro, un buen hombre que en sus 70 años de vida no ha salido de la aldea en la que nació, -una aldea en la que ya sólo quedan niños y viejos porque todo el que estaba en edad de trabajar se fue a la gran ciudad- y que de la noche a la mañana se ve obligado a viajar hasta Johannesburgo tras recibir una carta en la que le comunican que su hermana se encuentra “gravemente enferma” y su hijo en paradero desconocido.
En la ciudad le asombran y le asustan las calles, los coches, la gente, los edificios. Todo es nuevo para el pastor que se encuentra con que su hermana está “enferma de otra enfermedad” y que desde que desapareció su marido “ya no tiene un marido, sino muchos”; que su hijo está acusado del asesinato de un blanco, y que tiene un nieto a punto de nacer.
Yes, there are a hundred, and a thousand voices crying. But what does one do, when one cries this thing, and one cries another? Who knows how we shall fashion a land of peace wher black outnumber white so greatly? Some say that the earth has bountry enough for all, and that more for one does not mean less for another, that the advance of one does not mean the decline of another. They say that poor-paid labour menas a poor nation, and that better-paid labour menas greater markets and greater scoper for industry and manufacture. And others say that this is a danger, for better-paid labout will not only buy more but will also read more, think more, ask more, and will not be content to be for ever voiceless and inferior.
Esta historia, una entre tantas similares de las que se producía en aquella época, sirve a Alan Paton para describir la situación de los trabajadores negros que iban a Johannesburgo dejando atrás sus aldeas, donde estaban arropados por sus extensas familias, su pueblo, su tribu, su jefe, con el objetivo, -siempre igual, como hacen tantos inmigrantes hoy-, de buscar una vida mejor trabajando en las minas por una cantidad irrisoria de dinero –ya entonces se sabía que muchas de las minas sudafricanas no eran rentables y que sólo el miserable precio de la mano de obra hacía que se siguieran explotando-, para vivir en los ‘compounds’, unas enormes naves en las que dormían cientos de personas en una especie de cajas, o en chavolas construidas en los alrededores de la ciudad.
Pronto surgía alrededor de toda esta población la prostitución, el robo, y el crimen. El crimen entre los negros, pero también hacia los blancos. Hacia los blancos que les hacían la vida imposible, pero también hacia los que luchaban con ellos por mejorar sus condiciones de vida. Porque cuando uno entra a robar a una casa, no sabe si el dueño si es ‘bueno’ o ‘malo’, qué hace, a qué se dedica, cuál es su familia.
Y entonces la gente blanca empieza a tener miedo. Y cuando un pueblo tiene miedo, cala muy fácilmente el discurso populista, el del “ellos o nosotros”. Y más cuando sabes que tu pueblo no es más que una mínima parte de la población. Que ‘ellos’ son muchos más. Y que, te dicen, “son violentos, matan a la gente, roban por gusto”. Entonces tú te convences, “mucho mejor separados, cada uno por su lado”. “Es lo más justo”, dices, “también para ellos”. Y cuando tú dices esto y tu vecino te corrobora, y te responde, “claro que sí, es lo mejor para todos”, ya no empiezas a verlo raro. Lo ves normal, te parece una buena idea, ¿cómo no se nos habrá ocurrido antes?, piensas. Y se lo enseñas a tus hijos, y a tus nietos, y entonces ellos también lo ven normal, lo más normal del mundo, claro.
“Who knows how we shall fashion such a land? For we fear not only the loss of our possessions, but the loss of our superiority and the loss of our whiteness. Some say it it true that crime is bad, but would this not be worse? It is not better to hold what we have, and to pay the price of it with fear¿ And others say, can such fear be endured?
(…)
We shall live from day to day, and put more locks on the door, and get a fine fierce dog when the fine fierce bitch next door has pups, and hold on to our handbags more tenaciously; and the beauty of the tress by night, and the raptures of lovers under the stars, these things we shall forgo. We shall be careful, and knocke this off our lives, and knock that off our lives, and hedge ourselves about whith safety and precaution. And our lives will shrink, but the shall be the lives of superior beings; and we shall live with fear, but at least it will not be a fear of the unknown. (…)
Todo eso es lo que explica Alan Paton en su libro. El libro más triste del mundo.
*Alan Paton fue siempre un luchador contra la discriminación y el apartheid. Primero a través de su trabajo como maestro y director de un correccional para jóvenes, en el que aplicó normas mucho menos represivas que las que imponía el Gobierno, luego con sus libros y más tarde mediante la creación del Partido Liberal de Sudáfrica, en el que había miembros blancos y negros, hasta que fue prohibido, a principios de los 60. A partir de entonces siguió escribiendo, y contando la realidad de su país cada vez que salía al extranjero, hasta que le retiraron el pasaporte, quedando su vida reducida al ‘exilio interior‘. Se apartó entonces de la vida pública sudafricana, donde no era bien recibido y se recluyó en su casa. Murió demasiado pronto, en abril de 1988, sin poder ver el cambio que se iba a producir en su país, con la liberación de Mandela, la legalización del ANC y el fin del Apartheid.