Después de tres días en Johannesburgo, hay algo que está claro: es una ciudad fea, poco acogedora, difícil de vivir, superdesarrollada en unas cosas, tercermundista en otras, y, como casi todas las capitales africanas, llena de desigualdades brutales.
Yo creo que es bastante difícil hacerse a la idea de cómo es esta ciudad sin haberla visto, pero voy a intentar explicarlo. Hay como dos ‘johannesburgos’: el centro histórico (que yo aún no he visto y al que parece ser que la gente no va mucho), que desde los años 90 se ha ido depauperando hasta no quedar allí casi nada y convertirse en una zona peligrosa, sobre todo de noche; y todos los alrededores. El problema es que todos los alrededores son miles de calles enormes, muy anchas, donde no hay nada excepto casas: ni una tienda, ni gente paseando, ni puestos de periódicos, ni farmacias, NADA DE NADA. La mayoría son calles grandes, pensadas por y para los coches, donde nadie anda, -por lo tanto, no hacen falta aceras- y de vez en cuando unas ‘áreas comerciales’ en las que nunca falta una gasolinera, un Spar o un Woolworfs -una cadena de supermercados tipo El Corte Inglés-, y algunas que otras tiendas de ropa, flores o cualquier otra cosa. Parece que está pensado para que a unos 15 minutos en coche de cada casa, más o menos, haya una zona comercial de estas.
Y luego están las casas en sí mismas. Todas, al menos en la zona que he visto por ahora, se encuentran dentro de un ‘complex’. Es decir, desde fuera casi no ves las casas, sólo una barrera en la que hay uno o dos guardias y en la que tienes que identificarte para entrar. De hecho, mi casa es así. Son como los complejos residenciales de los hoteles de veraneo en sitios como Punta Cana y todo eso: tienen su propia piscina, pista de tenis, barbacoa y hasta bares con terraza. Todo dentro de tu casa. Así no tienes que salir, no vaya a ser que te encuentres con un negro y… Porque esa es otra de las cosas de esta ciudad. En mi opinión hay un poco de ‘obsesión’ con la seguridad. Y no digo que no sea necesario -y yo misma he entrado ya en esa dinámica de «por aquí mejor no vamos», «ahora es de noche así que no me paro en ningún sitio», etc-, muy necesario de hecho, pero me da rabia. Me da rabia porque yo estaba encantada con la idea de venir por fin a África, y ahora me encuentro con que estoy inmersa en la inevitable burbuja occidental. Y me siento un poco culpable, la verdad. Aunque por otro lado, me consuelo pensando que tampoco es plan de irse a vivir a un ‘township’, ¿no?
Por cierto, los ‘township’ son una especie de ‘suburbios’ -aquí los comparan con las favelas brasileñas- pero muy controlados: el otro día pasamos por la carretera que va del aeropuerto a la ciudad por uno que se llama ‘Alexandra’ y me sorprendió que estaba como muy ‘ordenado’, con las calles muy rectas y con muchísimas farolas, más incluso que en el resto de la ciudad. ¿Sabéis por qué? Es un legado del Apartheid, en este caso más o menos positivo. El tema es que los negros estaban tan controlados en aquellos años que el Gobierno se encargaba de tenerlos a todos en perfecto orden, vigilados en todo momento, y para eso era necesario que las zonas donde vivían estuviesen bien iluminadas. De hecho, ayer en una entrevistaque publicaba el periódico ‘Sunday Times’ de aquí, Desmond Tutu decía que, aunque es triste reconocerlo, las casas para negros que se hacían durante el Apartheid eran mejores que las que se hacen ahora. Si os apetece, echadle un ojo al enlace, no tiene desperdicio, entre otras cosas, Desmond Tutu recuerda que una democracia no es tal si no existe una oposición verdadera, como es el caso de Sudáfrica, donde ANC es votado mayoritariamente por todos los negros, ya que no existen otros partidos que les representen, y los dirigentes del partido se sienten totalmente libres para hacer lo que les da la real gana porque, pase lo que pase, saben que volverán a ser elegidos en los siguientes comicios.