La película del cineasta marroquí Hicham Lasri ha logrado el Griot al Mejor Largometraje de Ficción de la décima edición del Festival de Cine Africano de Córdoba, que hoy termina su andadura.
C’est Eux Les Chiens es una cinta llena de ritmo, contada a través de una cámara que se va moviendo al ritmo de quien la maneja, (formato REC) y que arranca en el centro de Casablanca, en medio de las revueltas que sacudieron al país magrebí durante la Primavera Árabe de 2011.
Un periodista de la televisión marroquí, acompañado de dos técnicos, acude al epicentro de las protestas para conocer, de primera mano, los motivos que han sacado a la gente de sus casas. O al menos eso parece. Porque al presentador parecen no interesarle demasiado los argumentos de los manifestantes y, al más puro estilo del magnate estadounidense Randolph Hearst (retratado por Orson Welles en Ciudadano Kane), decide adoptar la máxima del periodismo amarillo: “Ustedes pongan las imágenes, que yo pondré la guerra”.
Es en ese momento cuando Majhoul, un hombre que acaba de salir de la cárcel después de 30 años de internamiento, se cruza en el camino de los periodistas. Su gesto perdido llama la atención del redactor, que asegura conocerle de algo y decide seguirle (o más bien asaltarle) para poder narrar su historia. No les resultará sencillo, ya que Majhoul no se acuerda ni de su nombre real (sólo del número 404 por el que le habían identificado sus carceleros y compañeros de presidio durante las últimas tres décadas). Tres décadas de reclusión y represión contra quienes se manifestaron en las conocidas como ‘Revueltas del pan’ a mediados de la década de los 80.
El único deseo del personaje, magistralmente interpretado por Hassan Badida, es comer algo y terminar lo que había empezado el día de su detención: comprar unos ruedines para la bici que acababa de regalarle a su hijo pequeño. Y después, reencontrarse con su familia, a lo que dedicará todos sus esfuerzos. Los tres reporteros deciden acompañarle, lo que les llevará a recorrer el pasado de Majhoul: el barrio en el que vivía con su mujer y sus hijos, la casa en la que se citaba con sus amantes e incluso el lugar en el que fue apresado a comienzos de los 80, durante la primera Revuelta del Pan. Precisamente de eso le sonaba Majhoul al presentador de la televisión estatal: de un cartel que durante su juventud había adornado la puerta de su habitación, con los rostros de quienes tomaron partida en las luchas de aquella época.
La tortuosa búsqueda de la familia del ex presidiario, salpicada de algún que otro momento especialmente cómico, poco a poco empezará a dar sus frutos. A ello ayudarán, también, los contactos en la Policía de uno de los técnicos –también confidente-, que permitirán conocer más detalles del pasado del protagonista. Gracias a esos contactos, Majhoul se reencontrará con un antiguo compañero de militancia, ahora reconvertido en director de un periódico marroquí. También con una de sus amantes, a la que Majhoul recordaba menos vieja y mucho más guapa. Y, por fin, con su mujer y su hijo, aunque el reencuentro no será como el preso 404 había esperado.
Treinta años no pasan en balde y la vida del protagonista ya nunca podrá volver a ser lo que fue. Al menos tendrá tiempo de constatar que hay marroquíes que todavía siguen luchando contra el orden establecido. Sucede cuando Majhoul se topa con un joven que acaba de pasar varios días en el calabozo, en este caso, por participar en las protestas organizadas por el Movimiento 20 de Febrero.