En el otro extremo, totalmente alejado de la política y el tono social, triunfa la novela policíaca de Dean Meyer, que se ha convertido en un best seller en Sudáfrica, especialmente con sus dos últimos trabajos: Trece horas (2009) y Safari Sangriento (2007), en los que se los crímenes y el suspense son los protagonistas.
Al mismo tiempo, desde el mundo institucional, se intenta recuperar la publicación en las lenguas nativas del país, y la Biblioteca Nacional de Sudáfrica ha comenzado a reimprimir obras clásicas como Ingqumbo Yeminyanya (La cólera de los ancestros), sobre un príncipe Xhosa que debe dejar sus estudios para convertirse en rey de su pueblo y la lucha entre tradición y modernidad que ello conlleva, y Kunyenyeza eiskhotheni (Los susurros de la hierba alta), una colección de cuentos zulúes.
En definitiva, y como dice el escritor André Brink, “el panorama literario nunca ha sido tan estimulante, está repleto de innovación por todos lados”, algo que no sucedía en tiempos pasados debido a la férrea dictadura impuesta por el Apartheid. Precisamente André Philippus Brink es uno de los autores clásicos sudafricanos, uno de los afrikáners que pusieron su obra al servicio de la causa contra el Apartheid formando parte del grupo Die Sestigers, junto a Breyteb Breytenbach y la poeta Ingrid Jonker, entre otros. A Breytenbach, su activismo le llevó a pasar siete años en las cárceles sudafricanas, experiencia de la que nacería su novela Confesiones de un terrorista Albino. Por su parte, Jonker nunca llegó a ver el reconocimiento a su verso combativo, puesto que se suicidó con tan sólo 32 años, en 1965, dejando tras de sí una prolífica obra. Tuvieron que pasar tres décadas para que el mundo conociera su legado. Sería gracias a Nelson Mandela, que eligió uno de sus poemas, “El niño asesinado por los soldados en Nyanga”, para su discurso inaugural como presidente del país: (“El niño no está muerto/ no en Lyanga ni en Nyanga/ no en Orlando ni en Shaperville/ ni en la comisaría en Pilippi (…) / El niño es la negra sombra / de los soldados en guardia con sus rifles”.
El propio André Brink, por su parte, sufrió en sus carnes la censura del régimen: Kennis van die aand (1973), traducida en inglés como Looking on Darkness, fue la primera obra escrita en afrikaans en ser prohibida. En ella, Joseph Malan, un actor mestizo, relata la historia de su vida desde la prisión en la que espera ser ejecutado por haber matado a su amante blanca. Un tema entonces tabú, el de las relaciones interraciales, que le valió la censura. De la prolífica creación de Brink sobresale especialmente A Dry White Season (1979), novela que profundiza en las barbaridades del Apartheid a través de un profesor blanco cuya visión del sistema se desmorona tras la desaparición y muerte en comisaría de un buen amigo negro. Una historia similar a la que había plasmado en Biko (1978) el periodista Donald Woods sobre el asesinato en prisión de líder de Conciencia Negra, Steve Biko.
Pero mucho antes de que estos autores hablaran del Apartheid, antes incluso de que el sistema existiera como tal, Alan Paton lo analizaba en la premonitoria Cry, the Beloved Country (1948), en la que trazaba el futuro de su país: el miedo inicial de los blancos hacia los negros, la violencia a la que estos se ven sometidos, las malas condiciones de vida, la desintegración de la familia tradicional africana y la separación de razas contadas a través de los ojos de un viejo sacerdote negro que se ve obligado a dejar su aldea para ir a Johannesburgo en busca de su hijo, acusado de asesinato, y a su hermana, convertida en prostituta.
Justo medio siglo después, en 1998, aparecía la, hasta el momento, última gran obra sobre el Apartheid, Country of my Skull, de Antjie Krog, una conocida poeta y periodista afrikáner que en este ensayo recoge una selección de los dramáticos testimonios ofrecidos por víctimas y verdugos durante la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, utilizándolos para explicar lo que fue la vieja Sudáfrica.
Entre medias, también con el Apartheid de fondo, pero siempre centrándose más en la complejidad de las relaciones humanas, se encuentra la Premio Nobel Nadime Gordimer, de entre cuyas novelas destaca La gente de Julia (1981), donde dibujaba el entonces más que probable escenario de una revolución sangrienta de la población negra y cómo afectaría a una familia blanca, de clase media e ideas liberales. También psicológica e intimista es su obra The House Gun en la que unos padres ven cómo se desmorona su vida al cometer su hijo un asesinato. Sin motivos raciales ni reminiscencias del pasado, tan sólo una pareja enfrentada a un golpe brutal que conlleva reproches, culpabilidad y búsqueda de sentido a todo lo que no son capaces de entender.
Una dureza similar se encuentra en el más conocido de los escritores sudafricanos, J.M. Coetzee, en todas sus obras. Desde la laureada Disgrace (1999) (vergüenza o deshonra, aunque en español se tradujo como Desgracia), en la que se dan cita la indiferencia, la resignación, la hipocresía y el egoísmo en un angustioso relato, hasta el insoportable sufrimiento de Vida y época de Michael K (1984) una obra fatalista sobre un joven retrasado y su madre en la que los momentos de felicidad, o cualquier cosa remotamente parecida, son casi inexistentes.
En conjunto, una Literatura repleta de obras duras que exponen al ser humano al límite de sus capacidades y en las que cada cual busca como puede una salida a su situación, quizás tal y como ha sucedido en la historia más reciente del país.
Información Bitacoras.com…
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[…] (Aprovechando la publicación en español de ‘Mejor hoy que mañana’, de Nadine Gordimer, republico este texto sobre Literatura sudafricana que escribí para la Revista Leer. Continuará en la próxima entrada) […]