Madagascar, un pequeño barrio de Yaoundé, la capital de Camerún, es el escenario que utiliza Patrice Nganang para contarnos el Camerún de mediados de los 80-90, los llamados años de brasa, por la decadencia económica que sufrió el país.
Todo normal hasta que nos damos cuenta de que el narrador no es alguien habitual. Porque en esta obra todo nos lo cuenta un perro, un maestro de la palabra que tras sobrevivir a un intento de asesinato por parte del hijo de su dueño, vuelve a casa para convertirse en un observador, casi un antropólogo de las relaciones entre los seres humanos. Porque, como él mismo dice, “para sobrevivir a los hombres es preciso saber de qué son capaces”.
Así, a través de Mbudjak, conocemos el mundo de los hombres de la barriada de Madagascar, la mayoría sin trabajo, oficio ni beneficio. Como el dueño del perro, Massa Yo, que perdió su empleo de funcionario respetable y ahora regenta como puede el bar ‘El Cliente es el rey’. Desde esa barra, nos cuenta el ir y venir de los clientes habituales –Docta, Pantera, El Cuervo- y otros esporádicos que pasan por allí contando sus penas.
Conocemos también, un poco más de refilón, el mundo de las mujeres, gracias a Mamá Mado –la mujer de Massa Yo- que vende buñuelos en un puesto callejero y gana más dinero que su marido, o a la gran Mini Manor, empresaria y altiva que mantiene a los hombres del barrio a raya. Vemos sucederse las trifulcas vecinales y de pareja, nos queda claro el machismo de esos hombres que ven a las muchachas que pasan vendiendo cacahuetes como un simple objeto de satisfacción sexual.
Y vivimos también la represión política y social en un barrio donde el comisario hace lo que quiere y nadie se atreve a protestar. Donde la autoridad se lleva a dos habituales del bar a prisión y nadie mueve un dedo por buscarlos.
“Nadie estaba ahí el día de mi arresto, pero todos vosotros estáis siempre aquí por la bebida del día (…) Y todos vosotros, ahí, que me miráis con estos grandes ojos, ¿cuántas veces me habéis contado que sufríais? (…) Me habéis dejado todos pudrirme en la cárcel, cuando me llevaron allí por defenderos. ¿Adónde ha ido, en vosotros, el hombre? ¿En qué os habéis convertido? ¿Dónde está vuestra cabeza. Ni siquiera sabéis ya reivindicar la justicia? (…) Os matáis con alcohol, pero sois más cobardes que hienas. ¿Cuántos han muerto en prisión mientras os emborrachabais de indiferencia en los bares? Biya se queda con todo vuestro dinero, va a esconderlo en Suiza; deja que os pudráis en barriadas y os pasáis el tiempo parloteando, agarrando una curda tras otra y jodiendo a las pequeñas”.
Como toda respuesta, alguien le dijo: “Eres un opositor”.
Me encantó este extracto: para no enfrentarse a sus propias culpas, nadie responde al discurso del Cuervo; para quitarse responsabilidades de encima, mejor acusar al acusador. “Eres un opositor”, con eso queda todo dicho.
El libro, que recibió el Gran Premio del Africa Negra, es una obra ciertamente crítica -algo poco habitual en un tiempo en el que los escritores apenas se atrevían a plasmar el nombre de Paul Biya en sus obras- pero mostrada en tóno de sátira política y social; un fresco de las barriadas camerunesas en los años 90, donde cada cual malvive y sobrevive como puede, intentando pasar desapercibido. Una realidad que se describe también a través del lenguaje, gracias a la mezcla de idiomas, dichos locales, neologismos y lenguas tribales que emplea el autor a lo largo de toda la novela.
Os recomiendo leer la reflexión del autor sobre el libro en el blog África Vive y acercaros mañana 11 de junio a Casa Árabe para escucharle hablar dentro del programa ‘Letras africanas’ de Casa África.