El 9 de julio de 2011 pasará a la historia como el día en el que nació oficialmente un nuevo país: Sudán del Sur, el 193 del mundo y el 54 de África. Su parto ha sido difícil: años de guerra, hambre y “zancadillas ” diplomáticas de todo tipo. Pero con su alumbramiento, esas dificultades se han convertido en esperanzas llenas de recursos para encarar un futuro sorprendente. El nuevo estado tiene 17 millones de habitantes, más de 500 tribus y un centenar de lenguas diferentes; un 74% de analfabetismo y mucho petróleo. Todo por hacer.
Cuentan quienes han visitado Juba que la que será capital del Estado más joven del mundo es poco más que un pequeño villorrio donde la electricidad brilla por su ausencia, las calles son de tierra y los servicios básicos como educación o sanidad se consideran todavía un lujo. Pero también, que por todos lados proliferan las modernas construcciones que acogerán a embajadas y organismos internacionales, así como los edificios de oficinas para las empresas petroleras que se instalen allí. Esta fotografía es la mejor forma de hacerse a la idea de lo que será Sudán del Sur, un país que nace con una pesada carga a sus espaldas, la de los millones de hombres y mujeres que no han conocido otra cosa que la guerra, pero también repleto de esperanzas -las de todos aquellos que siempre se sintieron maltratados por los sudaneses del norte y que confían en que su destino mejore a partir de ahora-, y de recursos.
Juba es la carta de presentación de este nuevo país, que finalmente ha optado por denominarse Sudán del Sur, y que comienza su andadura oficial hoy, 9 de julio, después de dos décadas de guerra y una larga transición de seis años como estado autónomo. Su nacimiento, que ha contado con el apoyo casi unánime de toda la comunidad internacional, le convertirá en el 193ª miembro de Naciones Unidas, y en el 54ª país de África, tras la independencia de Eritrea en 1993. Será, además, una excepción en el panorama mundial: uno de los pocos países que ha conseguido reorganizar sus fronteras coloniales.
Es el fin de un largo proceso que comenzó con los Acuerdos de 2005 y el diseño de una hoja de ruta para el establecimiento definitivo de la Paz, pero lo que hoy se celebra no es más que la puesta de largo del país, ya que la independencia se logró de facto cuando el recuento de los votos del referéndum celebrado el 9 de enero corroboró el abultadísimo resultado a favor de la independencia: un abrumador 98,83% de los casi cuatro millones de votantes se decantaron por el sí. A partir de hoy, además, en todos los organismos, desde las sedes gubernamentales hasta en la más pequeña escuela rural ondeará con orgullo la nueva bandera, formada por tres bandas horizontales (negra, roja y verde) coronadas por un triángulo azul con una reluciente estrella amarilla.
Pero la fiesta no será ni mucho menos completa porque aún quedan muchísimas cosas que hacer. Cosas que deberían haberse resuelto antes de este día 9 pero que no han salido tal y como estaban previstas.
Por un lado, todavía está en el aire el futuro político de la región de Abyei, situada justo en la frontera entre ambos países y de la que todavía no se sabe a qué parte irá a parar, aunque de momento sigue formando parte del Norte. No es descabellado pensar que sus límites se dibujen tras un tira y afloja entre ambos estados, a pesar de que el Tratado de Paz promulgaba un referéndum en la región para decidir de manera autónoma. Y no se trata de una cuestión menor. La zona de Abyei es rica en petróleo y recursos hídricos, lo que la convierte en una pieza muy deseada para ambos estados. Además, entre sus pobladores se encuentran dos tribus enfrentadas, los Dinka, dedicados a la agricultura y de origen negro, y los Baggara: nómadas y dedicados al ganado. Su futuro puede ser un factor constante de desestabilización y ya en las últimas semanas se han producido fuertes enfrentamientos entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y miembros del antiguo ejército rebelde del sur de Sudán. De hecho, unos 4.000 soldados etíopes se encuentran a la espera de la autorización de Naciones Unidas para desplegarse en misión de paz sobre el terreno. Por otra parte, miles de sursudaneses instalados en el Norte desde hace años comenzaron a volver a las zonas de donde eran originarios desde el pasado mes de diciembre. Ahora, muchos de ellos no tienen donde establecerse, así que han terminado por convertirse en una suerte de refugiados en su propio país.
Por último, y tal y como apuntábamos al principio, la falta de infraestructuras y el bajo nivel de desarrollo será una pesada carga para el país. Según estimaciones de 2007, Sudán del Sur cuenta con unos 9 millones de habitantes –pero en la actualidad hay quienes calculan hasta 17 millones-, que se dividen en más de 500 tribus y que hablan un centenar de idiomas diferentes, pero el problema es la falta absoluta del servicios públicos y la poca formación de la población: las estadísticas registran un 74% de analfabetización, por citar tan sólo una de las muchas variables en las que el país cae hasta los últimos puestos del desarrollo mundial.
¿Una nueva ruta del petróleo?
El petróleo fue protagonista de la contienda durante años y lo seguirá siendo sin duda ahora que Sur Sudán comienza su andanza en solitario. Aproximadamente el 80% de todo el oro negro que produce Sudán en conjunto proviene del independizado Sur, pero la mayor parte de las refinerías, oleoductos y otras infraestructuras se encuentran en el norte.
De este modo, actualmente, el petróleo de Sudán del Sur se exporta por el Norte, a través de oleoductos. Pero ésta no tiene por qué ser la única vía y la vecina Kenia ya ha mostrado su interés en que dicho petróleo encontrara su salida al mar atravesando su territorio, lo que le supondría jugosos contratos para Nairobi. En este negocio entran también China y Estados Unidos. La primera se está encargando ya del oleoducto de 1.400 kilómetros que atravesaría Kenia, y para Washington –que ha impulsado firmemente la independencia de Sudán del Sur- sería también una solución perfecta por su enfrentamiento con el presidente sudanés Omar al Bashir, sobre el que pesa una orden de arresto de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra en Darfour- y al que Estados Unidos ha acusado más de una vez de apoyar a Al Qaeda.
Pero esta nueva ruta del petróleo no será de fácil aplicación, ya que los Acuerdos de Paz establecían que el Sur comparta los ingresos provenientes del sector petrolero con el Norte, además de pagar las correspondientes cuotas de tránsito hacia el Mediterráneo. En caso de no hacerlo, el presidente de Sudán, Omar al Bashir, ha amenazado ya con represalias.
Suceda lo que suceda, la realidad es que el devenir de Sudán del Sur es, como decía hace unos meses el embajador en Misión Especial para África del Ministerio de Asuntos Exteriores español, Ramón Gil-Casares, “probablemente, el dossier más importante que tiene la comunidad internacional en sus manos”, aunque no lo parezca. Situado en una zona altamente explosiva –el nuevo país tendrá frontera con Congo, Uganda y Etiopía, entre otros, mientras que el territorio controlado por Jartum linda con Libia, Egipto y Eritrea- y con mucho petróleo y recursos hídricos –el control del agua del Nilo es otro tema de vital importancia para los países limítrofes-, su futuro es todavía incierto y la implicación de la Comunidad Internacional será clave para que la evolución de Sudán del Sur sea lo más pacífica y positiva posible.