Por ironías de la vida, Soweto, que no es más que un acrónimo de South Western Township, suena a ‘gueto’, lo que en realidad fue durante demasiados años. De hecho, lo es todavía, aunque no lo vemos los turistas que nos acercamos hasta allí a ver el museo de Hector Pieterson (uno de los estudiantes muertos durante la ‘rebelión de Soweto de 1976, que alcanzó la posteridad gracias a la foto tomada por San Nzima).
Ahora, los visitantes que llegan a Soweto desde Johannesburgo se chocan de bruces con el Maponia Mall, un gran centro comercial -el más grande de todo el sur de África según dicen-, anchas avenidas, árboles y zonas verdes. En el área de Orlando West, donde un día vivió Mandela, puede uno visitar su casa-museo y admirar las mansiones de los alrededores, que poco tienen que envidiar a las de la Moraleja. Es el ‘Soweto cool’, que dicen por aquí.
El problema es que en esta inmensa urbe viven casi unos cuatro millones de personas, y no todos alcanzan a ver a través de sus ventanas lo ‘cool’ de Soweto. La mayoría sigue viviendo en calles mal asfaltadas, sin servicios básicos necesarios y con problemas de educación, sanidad y, sobre todo, sin trabajo. Porque trabajo es lo que más falta en Sudáfrica, un país donde las estadísticas, que no se ponen de acuerdo, sitúan el número de parados entre el 25 y el 40% de la población. Datos que, por supuesto, se multiplican en los townships y otros barrios marginales.