Hace 14 años, el centro de Johannesburgo era como el de cualquier otra gran ciudad: con sus grandes edificios públicos, sus monumentos históricos, modernos rascacielos que albergaban a las más grandes empresas sudafricanas y extranjeras, oficinas comerciales de Europa y América, sus bulevares, tiendas, placitas, terrazas… Y como en cualquier otra ciudad del mundo, la gente de esta ciudad se pegaba y pagaba lo que hiciera falta por vivir allí. Porque allí había de todo y todo era mejor que en las afueras, faltaría más.
Ayer estuvimos dando un paseo -en coche- of course, por el centro de la ciudad. Después de dos semans aquí es la primera vez que iba, cuando ya empezaba a pensar que aquí no existía nada parecido a una ciudad, por cierto. Y fuimos como quien hace un tour por una reserva natural: coche, ventanillas casi-cerradas y con un sudafricano que se conoce la zona para evitar las ‘zonas peligrosas’. Por supuesto, claro, eran las 2 de la tarde, porque en cuanto anochece ya nadie se atreve a entrar.
Lo siento hablar siempre de lo mismo pero es que de verdad que estoy muy impactada. Cada semana, cada día, casi cada hora, cuando ya creo que casi se me está olvidando la obsesión por la seguridad de este país -al menos de los blancos-, una conversación, alguien que pregunta, algo que sale en el periódico lo vuelve a poner encima de la mesa.
El caso es que ayer, desde la ventanilla del coche, todo se veía bastante normal salvo porque hay muchos edificios abandonados. Me acuerdo de que en Cuba estaban medio derruidos pero todavía en uso, aquí son edificios enormes -y no tan viejos, a mí me da la sensación de que son como de los años 80- pero totalmente ABANDONADOS.
Parece ser que cuando acabó el Apartheid hubo algunos años de bastante violencia callejera, enfrentamientos, robos… Fue entonces cuando, poco a poco, las empresas y los ciudadanos de a pie fueron yéndose a vivir a las afueras. No he podido encontrar en ningún sitio cómo fue exactamente el proceso, pero lo buscaré porque me parece increible. De repente, en poco más de una década, una parte de la ciuda se queda abandonada y no se sabe qué hacer para evitarlo.

Según nos contaba el señor que nos llevó a verlo, las ‘afueras’ comenzaron a crecer, se construyó sin parar -aquí las casas no son muy caras-, se fueron creando las zonas comerciales y, voilà, ahora, cuando le preguntamos que si él nunca iba al Centro, nos dijo que «Al centro no hace falta ir para nada». A pesar de ello, no pudo ocultar cierta nostalgia cuando nos dijo «Aquí había una discoteca a la que veníamos todos los fines de semana cuando yo tenía 20 años».
Esto es como si en 2020 no pudiéramos pasear por la Gran Vía, ir al Retiro, o ir a la puta Puerta del Sol. ¿No me digáis que no es como para estar impactado? Es que no puedo dejar de pensar en eso.
Pero bueno, el caso es que yo no lo vi tan mal. Aparte de los edificios abandonados, se veían bastantes tiendas cerradas, pero luego también había otras abiertas, había bares, cybercafés, panaderías, fruterías, tiendas de ropa, lo normal. Y la gente
-negra- iba por la calle tranquilamente. Ya digo que era de día, pero aún así no vi un ambiente tan tremendamente horrible.
Entonces eso me vuelve a hacer pensar otra vez lo de siempre: ¿De verdad es esto tan peligroso? ¿No será más bien que la ‘histeria’ se ha extendido tanto que ningún blanco se atreve a entrar aunque sólo sea ‘por si acaso’? Pero ¿y si es verdad? No sé, las estadísticas están ahí y la propia ONU la califica de una de las ciudades más peligrosas del mundo. Tampoco va a estar todo el mundo inventándose esto, ¿no?
En fin, que a ver si el próximo día pongo