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‘La paradoja de la plenitud’

Una serie de vídeos del New York Times explica cómo los ingentes recursos naturales de África han sido su perdición.

'La paradoja de la plenitud'
De izqda. a dcha: Esclavitud, tráfico de Marfil, extracción de Caucho -en Congo-, búsqueda de minerales -en Sudáfrica, Sierra Leona, Botswana-, y petróleo en Nigeria, Angola o Sudán.

 

Se pueden ver aquí

Un gran día

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Uriel dice muchas veces que “Hoy puede ser un gran día”.

Pues bien, HOY HA SIDO UN GRAN DÍA, gracias a ‘La Olivina’

Andaba yo atribulada en la Oficina entre las estadísticas comerciales de Swazilandia, las conversaciones de paz en Zimbabwe y cuestiones similares cuando me encuentro con un mail de Ester en el que me dice que “en algún lugar de Sudáfrica hay un paquete para mí”… como aquel programa de la Gemio, si mal no recuerdo, de “hay una carta para ti”.

Nada más leerlo, he decido que todo lo demás podía esperar –vaaaale, no estaba tan atareada, lo admito- y que hasta que tuviera ese paquete en mis manos, mi misión en la vida era buscarlo. Un paquete de la Olivina, qué miedo. Confieso que cuando Raquel me pidió mi dirección de aquí lo primero que pensé es que en su tele de los obispos habían decidido hacer un programa tipo “riojanos por el mundo” pero en plan “seguidores de Losantos por el mundo” y me iba a traer aquí un equipo de TV para que dijera que echaba de menos despertarme con la COPE… A pesar de ello, -la amistad está por encima de todo-, le di mi dirección, con la esperanza de que los recortes presupuestarios se encargaran de hacer imposible el susodicho programa.

Un gran día

Al saber lo del paquete, he respirado aliviada –dejaré mi salto a la fama para otro momento- y me he puesto manos a la obra con un código que Ester había conseguido mandando un mail a la Post Office Central de Sudáfrica –aunque me pese admitirlo por mi trayectoria profesional en Correos y Telégrafos, ¿alguien cree que encontraría un paquete escribiendo un mail a una oficina en España? Ni de coña!-. Pues bien, aquí sí, parece que algunas cosas van por delante de nosotros…

Bueno, volviendo al tema, el caso es que con mi código entre manos he llamado a Correos y, voilá, “su paquete está en Grayston, madame”. Ilusionada, feliz, arrepintiéndome de cada vez que me quejo porque las cosas van mal aquí, me he ido a Grayston a por mi paquete. Pero allí han empezado los problemas. Primero, la cola y esos funcionarios que parece que les pesa el alma –si alguien quiere saber más, Rubén los imita genial-. Me he pasado esperando una horita poco más o menos y cuando he llegado a la caja, la señora ha cogido mi código, se ha pirado durante unos 15 minutos y ha vuelto sólo para decirme que mi paquete no estaba allí, que fuera a Benmore.

Ya sabía yo que no podía ser tan fácil.

Pero daba igual, porque hoy era un gran día, así que ni las colas ni los funcionarios podían estropearlo y con la mejor de mis sonrisas me he ido a Benmore –lo cual supone unos 20 minutos de coche entre que aparcas y no y tal y cual-. Allí, de nuevo, la consabida cola y los consiguientes funcionarios de movilidad limitada.

Cuando ha llegado mi turno, el señor me ha preguntado que cómo era el paquete y yo, con risa nerviosa, sin poder casi vocalizar: “Ah, pues no lo sé, verá usted, es que es un regalo, de mis amigos de la facultad, que me lo han mandado ya hace tiempo y bla, bla, bla…”. El señor, después de mirarme -como es lógico-, con cara de “acaso te crees que me importa?” se ha vuelto a ir, esta vez durante unos 10 minutos, justo lo suficiente para que yo empezara a pensar que mi paquete no estaba ahí, que seguro que se lo habían llevado a otra oficina y … Pero no, de repente, no sé muy bien de dónde, ha salido el señor con mi paquete. Yo, ya, nerviosa, sólo acertaba a decirle, “Thank you, thank you, thank you very much”.

Tenía tangas ganas de ver lo que era que cuando he llegado al coche y me he puesto a quitar el papel me he dado cuenta de que se me había roto la cinta donde llevo las llaves y que, prácticamente había empezado a diluviar –aquí siempre cae a lo grande, sin avisar-.

Cuando lo he abierto, no me lo podía creer. Diez años en fotos. Diez años en palabras. Un álbum lleno de momentos, de cuando teníamos 18 añitos, -dios, casi ni me acuerdo- del parque de atracciones, de las escapadas esas que de vez en cuando conseguimos hacer todos juntos, de las fiestas por Madrid, del viaje a México… Y, sobre todo, un álbum lleno de palabras. Palabras que casi me ruborizan, porque no las merezco, aunque me gustan y me hacen sentir bien, y me hacen recordar que tengo unos amigos maravillosos, y que parece que no pasan los años por nosotros.

Ni los años ni la distancia porque aquí, en el sur del sur –como dice Justo- me he sentido como si estuvierais presentes, y me he acordado de todos los días que hemos reído y sufrido en esas aulas, en el metro, en casa de Carlos –en la primera, ¿cómo se llamaba aquella calle?- y me he reído sola y en alto, como si estuviéramos todos juntos. Y me he acordado también de lo que vino después, porque lo mejor es que tengo la impresión de que incluso nos hicimos más amigos después de dejar la universidad, cuando los caminos comenzaban a separarse y empezábamos a echar de menos esa rutina de vernos cada día, de quedar a comer, a cenar, a desayunar, incluso!.

Y me he sentido tan FELIZ –diría ‘dichosa’ si no sonase tan a novela de Corín Tellado- que sólo puedo deciros que MUCHAS GRACIAS por este regalo, que no os imagináis la ilusión que me ha hecho. Que desde hoy a la una no me quita nadie la sonrisa de la cara, y que he dado cuenta de que, con gente como vosotros cerca TODOS LOS DÍAS SON UNA GRAN DÍA. Gracias por ser como sois. OS QUIERO

En Zimbabwe sí se dan duros a cuatro pesetas

Dice el refrán español que ‘nadie da duros a cuatro pesetas’, pero cuando la situación es tan surrealista como en Zimbabwe, todo es posible.

Resulta que el Banco Central del país ha puesto en circulación un billete de 100 billones de dólares zimbabueses, (unos 300 dólares estadounidenses). El objetivo, en teoría, es poner fin a la hiperinflación que está sumiendo al país en una profundísima crisis, pero la realidad, ya se ha visto, es que emitir billetes de más valor no sirve absolutamente de nada. Probablemente, lo único que pretende el Gobierno es que la gente no tenga que ir cargada con un saco de billetes a comprar el pan y no se formen colas kilométricas ante los bancos, pero con esto está creando un segundo problema, que contaba muy ilustrativamente hace unas semanas un periodista en el Mail&Guardian sudafricano.

En Zimbabwe sí se dan duros a cuatro pesetas

(Este billete estaba colgado en la pared en un albergue de Lesotho hace ya casi tres meses. El billete de abajo es de 25.000.000 de dólares, pero el de arriba, que casi no se ve, es de 100.000.000.000 dólares, o sea, cien mill millones).

El problema es el siguiente: Cuando uno tiene en sus manos el nuevo billete, pongamos por caso, de 100 trillones de dólares, y pretende coger un taxi o comprar una botella de leche, se encuentra con que el taxista, el tendero o quien corresponda, le responde invariablemente con la misma frase: “Lo siento, pero no tenemos cambio”. Así, lo que escasea ahora en Zimbabwe son los billetes pequeños, y como aquí el que no corre vuela, han surgido ya pequeños ‘cambistas’ –obviamente, gente relacionada de algún modo u otro con el Gobierno o los bancos- que te asaltan por la calle ofreciendote amablemente billetes de pequeño valor, por supuesto, con una ´ligera’ comisión. Y como esto son lentejas, -este refrán sí es aplicable- y no hay más opción, tú terminas cambiando tu bonito billete de 100 trillones de dólares por, por ejemplo, tres billetes de 25 trillones de dólares. Interesante, ¿verdad?.

Heroínas y víctimas

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Heroínas y víctimasA pesar de llevar aquí ya tres meses, sigo alucinando con estas mujeres que llevan sus bártulos a la cabeza, los niños a las espaldas y las bolsas en las manos.

Una exposición del Instituto Goethe refleja con imágenes tomadas por jóvenes fotógrafos la relación de estas mujeres con la sociedad y el contexto que las rodea. Unas mujeres que son a la vez las grandes heroínas de la sociedad africana y, al mismo tiempo,las grandes perdedoras, no sólo en los conflictos y las guerras, sino también en el duro día a día que les ha tocado vivir.

Semana de la Moda en Johannesburgo

El centro de convenciones de Sandton, donde se deben celebrar por lo menos el 80% de las ferias, convenciones, exposiciones y demás de Sudáfrica acogerá durante la última semana de enero la ‘Joburg Fashion Week’ y aquí andamos mis compis y yo viéndo cómo podemos conseguir un pase para verlo.

Semana de la Moda en Johannesburgo

No es que me vuelva loca la moda, ya lo sabe quien me conoce, pero me parece interesante verlo. Habrá modelos y diseñadores africanos, prensa, ‘modernitos’ invitados por vete tú a saber quién, algún que otro político… Como en la Pasarela Cibeles, más o menos, pero en África. Precisamente por eso quiero verlo. Porque se hacen muchas cosas aquí que nunca salen en las noticias. Además viene mi hermana, y seguro que le gusta verlo. A ver cómo nos las ingeniamos para conseguir entradas (gratis, claro)

El milagro también fue económico

Ya he dicho más de una vez que me parece un milagro que este país esté como está después de pasar por lo que ha pasado. Yo lo pensaba siempre en términos sociales pero ahora estoy leyendo un libro que comparte esta percepción desde el punto de vista económico y es muy interesante. Probablemente el autor sea demasiado optimista y bienpensante, pero como yo también lo soy, hago mía su tesis. El libro es ‘Beyond the miracle’ y el autor Allister Sparklin, un periodista blanco que ha publicado varios ensayos sobre el pasado y el presente de Sudáfrica.

El milagro también fue económico
Beyong the miracle, de Allister Sparklin, analiza la importancia de los cambios económicos en la transición sudafricana.

Algunas cosas que deberíamos tener en cuenta atnes de venir aquí y criticar todo lo que se hace y lo que no se hace, quejarnos por la falta de servicios públicos y la mala atención al cliente, llevarnos las manos a la cabeza por la desorganización y poner el grito en el cielo a la mínima de cambio.

1.- Además de todos los conflictos morales y sociales, el Apartheid dejó como herencia un impresionante problema económico: las arcas medio vacías, una enorme deuda exterior, los inversores extranjeros retirándose a todo correr por miedo a lo que pudiera pasar y una magra infraestructura. Cuando sólo te tienes que preocupar del 20% de la población, es más fácil que todo esté bien. El nuevo Gobierno, que creía que acabando con el apartheid ya estaba todo hecho, se encontró con que en realidad todo estaba por hacer.

2.- En 1990, en plena era de la globalización, Sudáfrica era todavía un país extremadamente proteccionista, con ingentes subvenciones a la agricultura, una moneda mantenida artificialmente por el Gobierno y fuertes restricciones a la competencia extranjera. Todo lo que el FMI y el BM te prohíben si eres un país en vías de desarrollo y pretendes obtener alguna de sus ayudas. Sin tiempo para adaptarse, Sudáfrica tuvo que llevar a cabo una reestructuración total de su sistema económico.

3.- Lo peor de todo, el mayor crimen contra la humanidad cometido por el Apartheid, fue sin duda negar la educación a la población negra, impidiéndola convertirse en mano de obra cualificada. Y por cualificada no quiero decir ingenieros, informáticos ni médicos. Cualificados eran un pintor o un mecánico, dos trabajos, por ejemplo, que estaban prohibidos para los negros según la Job Reservation Act, una ley que estipulaba un sinfín de empleos que los negros no podían realizar. En consecuencia, una Ley especial delimitaba las materias y los años que los negros podían estudiar. Total, ¿para qué más?. Según cuenta Alllister Sparks, un negro podía sostener la escalera y limpiar las brochas, pero no pintar la pared.
Este ha sido un problema gravísimo para el país, pues según se ha ido desarrollando la economía y sustituyendo los trabajos no cualificados por maquinaria, se han ido perdiendo multitud de puestos de trabajo, precisamente los que ocupaban los negros.

4.- Otra gran dificultad ha sido la de la Administración y el propio Gobierno. Casi de la noche a la mañana, Sudáfrica se despertaba con un ejecutivo formado por gente que había pasado las tres últimas décadas en la cárcel –picando piedra, sin poder estudiar, sin acceso la prensa-; en el exilio, en campos de entrenamiento de Zimbabwe o Mozambique; escondidos o llevando a cabo la lucha armada. Podían ser inteligentes, buenos y trabajadores –que seguro que tampoco todos lo eran- pero obviamente no estaban preparados para dirigir un país.

5. El problema de los vecinos. Por último, es muy fácil avanzar en la buena dirección cuando tus vecinos son Francia, Alemania y el Reino Unido, cuando tienes fondos estructurales y ayudas a la agricultura y muchas subvenciones, pero la cosa se complica un poco más cuando a tu lado están Zimbabwe, Mozambique y Namibia, por ejemplo, cada uno con miles de ciudadanos deseosos de huir del caos de sus respectivos países y hacerse un hueco en el tuyo.

Soweto II. Cuatro décadas de violencia

Soweto II. Cuatro décadas de violencia
(Imagen de la película sudafricana 'Serafina', donde homenajea a los jóvenes, casi niños, que se rebelaron en Soweto).

Un niño nacido en los años 60 en Soweto tendría 16 en aquella primavera del 76 en la que los estudiantes se rebelaron contra la intención de los dirigentes del Apartheid de imponer el afrikaans como lengua de estudio en todos los colegios. Diez años después, probablemente se encontraría entre las multitudes que un día sí y otro también se dedicaban a ‘hacer ingobernable Sudáfrica‘, tal y como les proponían los líderes del ANC desde el exilio a través de ‘Radio freedom’. Manifestaciones, cócteles molotov contra policías e instalaciones oficiales, boicot a todas las instituciones del Estado y puede que incluso algún que otro ataque contra blancos.

Casado y probablemente con algún que otro hijo, sin haber estudiado más allá de cinco o seis años, trabajando en cualquier empleo no cualificado, viviría el final de la década de los 80 en una permanente contradicción: el final del régimen se veía en el horizonte, pero el gigante no cesaba en la represión. Cuanto mayor era la fuerza del movimiento negro, más fuerte era la respuesta de un Gobierno que en sus últimos años declaró el Estado de Excepción en innumerables ocasiones y nunca dudó en utilizar la fuerza contra esa ‘raza inferior’ que eran los negros.

Este hombre tendría que espera a cumplir los 30 para empezar a ver por fin la luz en su camino: el final del Apartheid, las primeras elecciones libres, la libertad… Pero es probable que para entonces la violencia, el odio, la percepción de que la vida vale muy poco, la sensación de inferioridad y muchos otros sentimientos estuvieran ya demasiado dentro de él. Tan dentro que ni las palabras ni si quiera los hechos sirvieran ya de nada. Tan dentro que en él ya sólo quedase violencia. Esa violencia que se desató en los años 90 y que pronto convirtió a Sudáfrica en uno de los países con más muertes, asaltos y enfrentamientos del mundo. Una violencia que explotó en los 90 pero que ya estaba ahí, camuflada en las cifras oficiales, y camuflatada en la propaganda afrikáner de un idílico paraíso blanco en medio del África negra.

Soweto

Hector Pieterson, muerto durante las protestas de Soweto en 1976
La mítica foto del niño Hector Pieterson, muerto durante la ‘rebelión de Soweto de 1976. Foto de San Nzima

Por ironías de la vida, Soweto, que no es más que un acrónimo de South Western Township, suena a ‘gueto’, lo que en realidad fue durante demasiados años. De hecho, lo es todavía, aunque no lo vemos los turistas que nos acercamos hasta allí a ver el museo de Hector Pieterson (uno de los estudiantes muertos durante la ‘rebelión de Soweto de 1976, que alcanzó la posteridad gracias a la foto tomada por San Nzima).

Ahora, los visitantes que llegan a Soweto desde Johannesburgo se chocan de bruces con el Maponia Mall, un gran centro comercial -el más grande de todo el sur de África según dicen-, anchas avenidas, árboles y zonas verdes. En el área de Orlando West, donde un día vivió Mandela, puede uno visitar su casa-museo y admirar las mansiones de los alrededores, que poco tienen que envidiar a las de la Moraleja. Es el ‘Soweto cool’, que dicen por aquí.

El problema es que en esta inmensa urbe viven casi unos cuatro millones de personas, y no todos alcanzan a ver a través de sus ventanas lo ‘cool’ de Soweto. La mayoría sigue viviendo en calles mal asfaltadas, sin servicios básicos necesarios y con problemas de educación, sanidad y, sobre todo, sin trabajo. Porque trabajo es lo que más falta en Sudáfrica, un país donde las estadísticas, que no se ponen de acuerdo, sitúan el número de parados entre el 25 y el 40% de la población. Datos que, por supuesto, se multiplican en los townships y otros barrios marginales.