Contra la impunidad en la República Democrática del Congo

El profesor Mbuyi Kabunda, la activista congolesa Nicole Odia y una representante de Amnistía Internacional, en la Casa Encendida. Foto:Aurora M.Alcojor
El profesor Mbuyi Kabunda, la activista congolesa Nicole Odia y una representante de Amnistía Internacional, en la Casa Encendida.                      Foto: Aurora M. Alcojor

Pasan los años pero la situación no mejora. Desde el teórico fin de la Segunda Guerra del Congo, en 2003, el número de violaciones, asesinatos y asaltos en la RDC sigue en aumento. Los informes no se ponen de acuerdo en las cifras, pero sólo hace falta escuchar los testimoniospara comprender la magnitud del problema.

Especialmente preocupante es la impunidad con la que se cometen estos crímenes y la dificultad con las que las mujeres se enfrentan a la hora de denunciar. En un país donde la justicia es todavía débil y donde no se puede hablar de paz por mucho que ya no exista oficialmente una guerra,  la violación se ha convertido en lo que el profesor Mbuyi Kabunda, doctor en Relaciones Internacionales y Profesor del Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo, denomina “un arma de destrucción social masiva”.  Las violaciones suponen para las mujeres una vida en continuo terror, una esquizofrenia diaria que impulsa muchas a dejar de trabajar los campos más alejados de sus hogares o a cerrar sus puestos en los mercados, limitando así sus movimientos. Un horror que se transmite a los hijos nacidos de estas violaciones y que afecta a las comunidades enteras. Un horror que se suma a los ya vividos durante más de 20 años de conflicto continuado.


Contra esta situación han alzado la voz decenas de organizaciones civiles, entre ellas la ONG Acción contra la impunidad para los Derechos Humanos. Creada en Lumumbasi en enero de 2004, nace con tres objetivos claros: a) Poner fin a la impunidad de las violaciones de derechos humanos; b) influir en la reforma de las instituciones judiciales en el país para logar una mejor protección de los Derechos Humanos e c) influir en la opinión pública para exigir a los responsables políticos y judiciales la lucha contra los atentados a los DD.HH.  Una de sus miembros es Nicole Odia, que ayer estuvo en Madrid, en la Casa Encendida, para hablar de la situación que vive la RDC, dentro de la campaña Justicia Ya que organiza Amnistía Internacional.
Justicia es precisamente lo que exige Nicole Odia, consciente de que la impunidad absoluta en la que viven los perpetradores de crímenes y violaciones es un caldo de cultivo perfecto para que la violencia se siga extendiendo. Justicia y reparación para las víctimas, a pesar de que nada les recompensará realmente del dolor sufrido.

 “La violación se ha convertido en una estrategia de guerra y la impunidad es la tónica dominante en la RDC”.

Para ello, explica, hay que reforzar la acción de la Justicia, todavía muy débil en el país. “Se han hecho reformas legales, sí, pero no se ha dotado de los medios suficientes para aplicar la nueva legislación”, subraya. Tampoco existe la suficiente seguridad, ni para quienes denuncian, ni para los propios magistrados –especialmente las 400 nuevas magistradas-, que corren el riesgo de ser atacados si pretenden dirigir la acción de la justicia contra los guerrilleros.
Además, existen causas mucho más internas, que complican enormemente las denuncias de las mujeres, y no digamos ya si se trata de hombres o niños forzados. “Cuando una mujer es violada, tiene vergüenza de denunciarlo, porque sabe que va a ser repudiada por su familia”. Además, existe un enorme problema con las jurisdicciones: “las zonas donde se producen más violaciones generalmente se encuentran alejadas de los centros urbanos, donde se pueden poner las denuncias. Es impensable pensar que una mujer recorra los 30 o 40 kilómetros que las separan de allí, con el coste en tiempo y dinero que eso supone, sólo para ir a denunciar. Mas cuando saben  que probablemente no habrá castigo para sus atacantes”.

¿De dónde viene tanta violencia?

Tanto Nicole Odia como Mbuyi Kabunda se resisten a dejar en el olvido las causas profundas de esta violencia desenfrenada que afecta a la RDC, especialmente en las regiones más orientales.

Contra la impunidad en la República Democrática del Congo

Para entenderlo, es conveniente mirar al mapa de la República Democrática del Congo y fijar la vista en las dos provincias del Kivu (Norte y Sur), situadas en la región fronteriza con Uganda, Ruanda, Burundi y Tanzania.  
La trágica historia de esta zona, especialmente en la década de los 90, pero también antes, durante los años de Mobutu y la brutal colonización a manos de los belgas,  ayuda en parte a comprender el conflicto. El profesor Kabunda destaca como uno de los principales factores de desestabilización la presencia, todavía hoy, de combatientes ruandeses y de otros países:

  • El Genocidio ruandés de 1994 (cerca de 800.000 tutsis y hutus moderados asesinados por miembros de la etnia hutu), terminó con la intervención internacional y la Operación Turquesa: un corredor seguro que facilitó la evacuación de muchos de los responsables hutus de las matanzas, que pasaron al Congo (entonces Zaire), donde fueron acogidos de buen grado por Mobutu.
  • La II Guerra del Congo (1998-2003) –también llamada Guerra Mundial Africana por el número de países que intervinieron en la misma y el inmenso número de muertos: casi 4 millones de personas- supuso la llegada de miles de combatientes de Ruanda, Uganda, Angola, Namibia y Zimbabwe, además de la creación de decenas de grupos rebeldes.

El otro culpable de la desestabilización es, paradójicamente, la abundancia de recursos minerales, entre ellos oro y  coltán, cuya explotación ha financiado y continúa financiando la actividad y la compra de armas de decenas de guerrillas, señores de la guerra, paramilitares…
Tener en cuenta estos puntos, insuficientes para resumir la historia del Congo pero relativos a cuestiones clave que afectan al país, es necesario para entender por qué este país se ha convertido en la capital mundial de las violaciones y la violencia contra la mujer. Pero no los únicos. El profesor Mbuyi Kabunda, añade otros factores que sirven para comprender la violencia y el altísimo número de violaciones cometidas en la zona:

  1. La ya mencionada existencia de combatientes de otros países que utilizan la violación como forma de destrucción de las comunidades a las que se enfrentan. La violación debilita a la comunidad entera, porque las mujeres son repudiadas, si han perdido la virginidad no se podrán  casar y sus hijos serán humillados o llevarán la vergüenza a cuestas.
  2. La deshumanización de las mujeres: su utilización de la mujer como “recompensa” para los guerrilleros. Mujeres equiparadas a bienes, a las que se niegan los sentimientos.
  3. La impunidad absoluta. La falta de autoridad, que permite que las violaciones continúen a su antojo.
  4. Las creencias supersticiosas de algunos grupos guerrilleros, como por ejemplo los Mai Mai  que creen que las violaciones les hace más fuertes. Los hechiceros les recomiendan la violación para protegerse de las desgracias e incluso para mejorar su situación económica.
  5. La militarización de la sociedad y la masculinidad de la misma. Se trata de una cultura muy militarizada donde los hombres deben demostrar continuamente su masculinidad. La violación se considera como algo normal y, de hecho, se justifican también las violaciones colectivas.
  6. Todo ello alimentado por la lucha por los recursos naturales, que por un lado va esquilmando a la población y por el otro se convierte en una fuente inagotable de recursos para continuar financiando los conflictos, generalmente a partir de la inversión de compañías extranjeras.

En este contexto de enfrentamiento continuo desde hace ya dos décadas, la violación se ha convertido en  “un arma de destrucción social masiva, que se utiliza como estrategia de guerra” y busca terminar con las comunidades que sufren los ataques, señala Kabunda, quien exige una mayor implicación del propio Gobierno y de toda la Comunidad Internacional para poner fin a los abusos.


** Texto publicado originalmente en Miradas de Internacional

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4 comentarios

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    callada
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